Jesús Munárriz
(San Sebastián, España, 1940). Poeta, traductor y editor. Desde su fundación en 1975 dirige Ediciones Hiperión, que en 2004 recibieron el Premio Nacional Español a la mejor labor editorial cultural, y que ha publicado la obra de autores tan reconocidos como Goethe, Hölderlin, Heine, Rilke, Brecht, Celan, entre muchos otros. Obra poética: Viajes y estancias, seguido de De aquel amor me quedan estos versos, Cuarentena, Esos tus ojos, Camino de la voz, Otros labios me sueñan, De lo real y su análisis, Corazón independiente, Nada más que la verdad, Viento fresco, Artes y oficios, Viva voz (canciones), Flores del tiempo, Viajes y estancias, Sólo amor, Por la gracia de Dios, Rojo fuego nocturno, Va por ustedes, Museo secreto y Nos han robado un ángel.
Poemas
Un niño
“Tus poemas son chéveres, poeta”
me aseguró aquel niño
en Bogotá
después de una lectura en su colegio.
Y me llegó aquel “chéveres”
directo al corazón.
Ningún crítico nunca
me dejó tan contento.
Ejemplo
Aparentan los timadores
una honradez acrisolada,
cuidan su atuendo con esmero,
sólo visten ropa de marca,
son de hilo egipcio sus camisas,
de seda cruda sus corbatas,
sonríen como querubines,
nada disuena en sus palabras,
sus buenos modos engatusan,
sus finos modales embaucan.
Así funciona el mecanismo,
es la apariencia lo que engaña:
tras papel caro y buen diseño
se disimula mucha ganga,
parece excelente lo inane
si la presentación lo avala,
y se vende, se vende, lo compran,
produce efecto la añagaza
y se encarecen baratijas
y en vez de liebre sirven gata.
Reluce, sí, pero no es oro;
pretende ser, pero no es nada.
Monólogo del poeta editor
—Nunca sabré por qué entré en este lío,
en este casi oficio casi ni
—pues ni escuelas lo enseñan ni títulos lo avalan—
en que un poeta nunca se enriquece ni medra.
Nunca sabré por qué azar o destino
me tocó ir de partero:
tantos hijos ajenos
que me hubieran gustado todos guapos y listos
y a veces eran tontos, y a veces eran feos.
Me tocó descubrir, contratar, corregir,
prologar, solapar, resumir, reseñar,
informar, presentar, difundir, colocar
y también financiar,
y a veces atinar y a veces patinar,
disfrutar y sufrir,
y mi sueldo fue corto y mi trabajo harto,
y aunque amigos gané,
centupliqué también mis enemigos.
Miles de incomprendidos genios me señalaron
mi error al no editarlos
o mi aviesa intención
al no ampararlos con mis largos brazos
—¡si supieran qué cortos!—
De folios cajoneros, pulcros a veces, otras
de mataduras llenos,
hice miles de clónicos juguetes atractivos,
tentadores, hermosos, sugerentes
libros que echar al mundo en busca de unos ojos
comprensivos, lectores.
Los sueños solitarios salieron a la calle
y encontraron amigos:
yo les uní las manos.
Leí, volví a leer y di a leer
cientos de miles de tatuados folios
y me tocó intuir cuáles podrían
o debían gustar a los demás,
cuáles, aun mereciéndolo, no lo conseguirían,
y cuáles no debían planteárselo.
Publiqué a tantos listos que el pueblo soberano
dijo que ni de coña
—carne de saldo, ínfulas de Sotheby’s—,
pero también a otros que, mereciendo cancha,
fueron dinamitados, silenciados, borrados,
ergo ninguneados
por quienes ante imbéciles se bajaron las calzas
y cuanto defecó el moro dieron por oro.
Di a luz a grandes tipos —y también a gentuza.
Vendí a cuatro pesetas buenos duros,
letras de oro de ley en baratillo.
Ofrecí margaritas a damas y zagales
y también a los puercos,
y aunque a veces por liebre serví gato,
espero que el recuerdo quede de mis aciertos,
olvídenme los fallos.
Disfruté como nadie leyendo en la alta noche
inéditos ignotos
que de verdad decían otras cosas
o las de siempre pero de distinta manera
y pensando que pronto
serían un bien público mis secretos tesoros.
Burócratas obtusos al mando de adheridos
a la adicción inquebrantable
hocicaron en mis originales
y unos fueron tachados y otros fueron zurcidos,
y más de un argumento se vio «algo matizado»,
y más de un Diego suplantó a algún digo.
A las de los demás, más que a mi obra,
dediqué tiempo, afán, sabidurías.
E igual que el viejo ciego prefería ufanarse
de los libros leídos
antes que de los fruto de sus manos,
a mí también recuérdenme
más por los que edité que por los que escribí,
aunque éstos los tracé con mis mejores artes
y a algunos les gustaron.
Ya sé que es ley de vida que se coman los higos
y que nadie se acuerde de quien plantó la higuera.
No importa, éste es mi oficio, lo elegí libremente
y, mandangas aparte, yo con los libros gozo
pensándolos, haciéndolos, leyéndolos,
enamorándome
de lo que sueñan sus palabras.
Y creo que, en efecto, en el principio
estaba la palabra
y que, mucho después, pacientes hombres
de indefinido oficio inventaton la forma
de llevarla a los más
para que obrara,
y yo he sido uno de ellos
y eso es todo.
Con Javier en Bogotá
Rescato de la niebla del recuerdo
imágenes, instantes de unos días
compartidos en la alta Bogotá:
aquel funicular que nos subió
al aún más alto Monserrate,
el Cristo al parecer
recién martirizado por sicarios,
aquellos sospechosos individuos
que atentamente nos interrogaban,
la inacabable vista
de la ciudad al pie del cerro,
el maletín de cirujano
que te fascinó tanto
y te robó un taxista,
unos tinticos en la Candelaria,
el canelazo de María Mercedes,
tus versos en la Casa de Poesía Silva,
tus poemas valientes cuando fue necesario
dar voces y las diste,
resonando en las salas donde vivió el suicida
que nos unía a todos
en la grandeza de la poesía.
Madeja
Madeja que la madre soltara por el mundo,
ruedas y ruedas al desenrrollarte
pretendiendo llegar a alguna parte.
Cuando llegues al fondo del pasillo
verás cómo de ti no queda nada,
nada de lana, sí, lana de nada.
Aleluya
Sembrador de proyectos y de ideas,
tantas y tantos has diseminado
que en buena proporción han arraigado,
regados por ajenas atarjeas.
Otros han recortado las obleas
del trigo que esparciste y no has segado,
otros lo que inventaste han patentado
y han hecho de tus planes sus tareas.
No te quejes; si hay culpa, es toda tuya
por pregonar lo que callar debiste.
¿De algo que tú pensaste y descubriste
otros pueden vivir? ¡Pues aleluya!
Encontrar un tesoro y repartirlo
es la mejor manera de invertirlo.
18
-¡Dieciocho! ¡Dieciocho!
¡Quién tuviera dieciocho
y el corazón anhelante
y la vida por delante
y supiera lo que sé!
-Eso sería hacer trampa.
-Pues bueno, tramposo, ¿y qué?
Mochaorejas
(en directo por Televisa)
-Diga, Aurelio Arizmendi,
¿es cierto que es usted lugarteniente
de la banda de su hermano Daniel?
-Así es, señor.
-¿Y a qué actividad se dedican ustedes?
-Al secuestro, señor.
-¿Y cómo decidían cortarles a sus víctimas
las orejas, los dedos…?
-Nunca fueron los dedos, las orejas no más,
para meter presión a la familia.
¿Cómo se las cortaban?
-Pues con unas tijeras.
-¿Anestesiaban antes a la víctima
para ahorrarle el dolor?
-No, no señor, así no más,
se le pillaba, se le cortaban las orejas.
Todo era por trabajo; si no pagaban,
teníamos que matar.
No era por odio lo de las orejas,
sólo era para presionar.