Alfredo Vanín
(Río Saija, Guapi, Colombia, 1950)
El poeta, etnólogo y escritor Alfredo Vanín nació a orillas del río Saija, cerca de Guapi, en 1950. Estudió literatura y antropología. Su obra ofrece una cosmovisión que mezcla lo afro descendiente, hispánico e indígena, raíces trenzadas cuidadosamente en sus poemas y en su propuesta narrativa. Toda su obra ensalza la memoria, el Pacífico, el cimarronaje, el erotismo y la búsqueda de un lenguaje poético propio. Entre sus libros de poemas se destacan Alegando que vivo (1967), Cimarrón en la lluvia (1990), Islario (1998), Desarbolados (2004) y Jornadas del Tahúr (2005), y su Obra poética que reúne Cimarrón de lluvia y Jornadas del Tahúr, publicada por el Ministerio de Cultura en 2010. Ha publicado además la novela Los restos del vellocino de oro (2008) y diversos trabajos etnográficos enfocados a la causa de la afrocolombianidad del Pacífico. Ha sido invitado a diversos festivales: Festival del Imaginario, Casa de la Cultura del Mundo, Francia, 2008; Feria del Libro de Guadalajara, 2007; y Festival de Poesía de Medellín, 1999 y 2001. Actualmente vive en Cali, donde es miembro tallerista del proyecto RENATA
ZARZAMORA
Quise incitar el largo convite
de tu risa
negar el río sojuzgado
y entrar en las ardientes materias
de la gracia
me apresuré buscando fuego
incienso que atesoran los camaleones
centellas de unicornio no doblegadas a la hora
del león rampante
y traviesos veleros
robados a viejos pescadores del golfo
para acrecentar los festines de la madreperla.
Y he aquí que arpías y boleros
pregonaron la fama:
las mercenarias galerías cobijaban ahora
tus deleites
el viento destilaba un espeso alquitrán
y en tu deriva hembra
se marchitaban los dragones
dignos por lo demás de ciertos ecos.
Entonces sepulté mis navíos
aplacé para otras lunas la navegación del
hechizado
y entoné cánticos de alabanza
a las discordias del fauno que se queda ciego.
BALADA PARA EL CUARTO DE HORA
La delgada línea de sus ojos desquicia el horizonte
y sus pelícanos de fuego
tal como una fingida reina cíclada
adorada entre ruinas que lastran mi tambor
por más que invoque las gabelas y el dios término
y asome sin pudor a los ritos de sangre
con la furia que perseguí a bordo de las rosas secretas
[y olvidadas
por odaliscas de verano
alguna rabia sorda fermenta en los surtidores de la miel
y escapa entre los diarios que multiplican el fresco tremor
de las masacres
más allá de las tibiezas enaltecidas
en las ollas de quebrantos y duelos
pero al fin gatolobo, pernicia
de barrio amurallado
invertiré el cuarto de los nautilos
violento remolino de párpados
al fuego lento de la dicha
y allí de pronto es otra guerra.