Armando Romero
(Cali, Colombia, 1944) Poeta, narrador y crítico literario, perteneció al grupo inicial del nadaísmo, movimiento vanguardista literario de la década del 60 en Colombia. Doctorado en Pittsburgh, actualmente vive en los Estados Unidos donde es profesor de Literatura de la Universidad de Cincinnati. Ha publicado numerosos libros de poesía, narrativa y ensayo. En el 2008 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Atenas, Grecia.
Libros de poemas
En 1975 recibió el Premio de Poesía, Gobernación de Mérida, Venezuela, con su libro Los móviles del sueño. Su libro El poeta de vidrio se publica en 1979, Caracas. En 1979, Del aire a la mano, una antología de sus poemas aparece en Bogotá. En los años 1989 y 1991 se publican en Buenos Aires sus libros Las combinaciones de vidas y A rienda suelta. El año 2002 aparecen simultáneamente los libros Cuatro líneas, Jalapa, México, y Hagion Oros-El Monte Santo, Caracas. Su libro De noche el sol sale en Medellín, 2004, y en esa misma ciudad, en 2005, se publica una nueva antología de sus poemas, A vista del tiempo. Sucesivamente, 2009 y 2012, se publican en Bogotá, Caracas y Ciudad de México, tres antologías de sus poemas: El árbol digital y otros poemas, El aguacero edificable y Alquimia del fuego inútil. En 2012 se publica en Sevilla, España, su libro Amanece aquella oscuridad. También en Málaga, España, 2016, se publica su libro El color del Egeo, del cual hay ediciones en Colombia, Italia y parcialmente en Grecia. Su obra poética ha sido traducida a varios idiomas. La editorial Sinopia, Venecia, Italia, ha publicado varios de sus libros en italiano, entre ellos Versi liberi per Venezia, 2010. En el año 2016, la editorial l’Harmattan (Paris) publicó una edición bilingüe antológica de su poesía, y en 2017 se publicó en Bulgaria una antología de su obra poética. Este año 2018 la Editorial Difácil de España publica una extensa antología de su poesía.
Libros de ensayo y antologías
En 1985 se publica en Bogotá su libro Las palabras están en situación, un estudio de la poesía colombiana de los años 40 y 50. En 1989 sale en España su libro Gente de Pluma. Romero ha publicado dos antologías del movimiento nadaísta: El nadaísmo o la búsqueda de una vanguardia perdida, 1988, y Antología del Nadaísmo, Sevilla, España, 2009. También una antología de la poesía latinoamericana, Una Gravedad Alegre, 2007, Valladolid, España.
POEMAS DE ARMANDO ROMERO
Palabra por palabra
Palabra por palabra
El hombre se levanta
A deshabitar el alma
Corre el riesgo de los vientos
Que curvan ventanas
Desnudas
Pero al atreverse con los dioses
Se sabe ágil
Ligero
Hay en su mirada
Mucho cielo
Mucha planta
Vagabundo
Con la cabeza a pájaros
Ruedo por el mundo
Y así consigo el doble cielo
De la hoja y su contorno
No detengo mi camino
Cuando en el mar
Se perfilan los obenques
De contrario sigo
Y mis pies se llevan huellas
De la arena
Es el viento entonces
Tan metido en la piel
Y en los cabellos
Es el jugo de las frutas
Al abrirse eterno
El paraíso de su carne
Con la cabeza a pájaros
Ruedo por el mundo
Invocación a la lluvia
Dime si empieza a llover
Y una gota grande como un sol se desprende
Viniendo desde esa mano de cielo en líneas entrecruzadas
Al geranio de cristal plantado entre las maderas del patio
Dime, ¿qué debo hacer?
¿Cuál es el salmo que abre esa llave?
Y no deteniéndose allí inaugura un cono de reflejos
Una paz de chorros en el vidrio y la ventana
Inicia la envidia de los vecinos
Con un tronco de piedra entre los dedos
Dime, ¿qué debo hacer?
¿Cuál es el evangelio que tumba esa puerta?
Y desmedida por la piel
Mientras olvida el marco natural
Invade nuestros cuerpos tendidos
En la digna postura del amor
Dime, ¿qué debo hacer?
¿Cuál es el verbo que derrama esa gota?
Las piedras
Las piedras…siguen hablando a
los que las escuchan.
André Breton
No eran camino largo o encrucijada
huellas de senderos que se van a pasos
eran luz desde el canto de la tierra
polvo vuelto a más y detenido
El sol las ve hasta el corazón escrito
sabe que precisan su historia a todo momento
y en la fila de agua que marca su salida
ellas son el color y la sustancia
Sus formas muerden al mundo para sembrarlo
y lo cargan del placer de las imágenes
al ser pájaros en el nudo de la planta
cielo y nube en amor estacionario
No dejan allí su barro sino el misterio
de por cuando vienen las cosas y los murmullos
y pintan una flor de auxilios por el suelo
en esa su piel azotada de silencios
A meterse entre los ojos dicen
y ya son caballo inmóvil sobre el desierto
mirada fija en el círculo del valle
reflejo y desnudez del indicio de los tiempos
En el mar de su búsqueda desciende
como inútil la pregunta y la respuesta
así en ellas se graba el signo que estremece
y permite leer todo el comienzo
Viajera
En cuanto a los árboles
Tiene cabellos como batidora de plantas
Sube en soga por la miel de las raíces
Y en la punta de las hojas es cristal de agua
En cuanto a las noches
Camina por el añil en fondo
Dejando humo y sonido como vapor de fuego
Chispa de seno en curva adolescente
Es amor de múltiples amantes
Trigo en aire de inigualado desenfreno
Astilla firme en el corazón de los pájaros
Óvulo centro que esperma y desaparece
Hada en techos de zinc y asbesto
Muévese como trepadora en cruz sobre la rama
Precisa como gotera a medianoche
Da paso a un nuevo ruido
Esperándola estamos los hombres de la tribu
En la danza de abeja con olor a signo
Callados a la espera de palabras
Es a nosotros su más certero desafío
Mírala venir de ella en agua
Mírala caminar de ella en árbol
Mírala flotar de ella en noche
Mírala partir de ella en pájaro
Testigo del tiempo
Son testigo del tiempo
las raíces que siembra la infancia
en el rostro de los que amamos.
Un pedazo de piñata atrapa al sol
con sus festones y el cielo presuroso
viene a darnos la respuesta:
No somos ya los otros que se fueron
plenos de horizontes por el follaje.
En aquel entonces, la infancia le daba
ventaja al tiempo y le ganaba.
Devino misterio
¿Cómo convertir en canto ese silencio
de la tarde fuera del monasterio, frente al mar?
En el pequeño malecón dos pescadores,
vueltos hacia sí, desempacan su cosecha de peces espejeantes.
¿Detener con las manos las imágenes mudas
que esperan contener nuestros cuerpos?
El viento pega contra el portal inmenso
pero de ello también hay silencio.
¿Vivir este tiempo al otro lado del tiempo?
Un monje pasa y entrebarbas escupe su
risa a los pescadores.
¿Restregar la memoria hasta donde
no lo quiso el recuerdo?
El mismo monje observa el espacio
que habito y sonríe cortésmente.
¿Dónde está el poema, entonces,
la mirada hacia adentro?
Al parecer de la huida
Huye de la ciudad que no se queda en las uñas;
de la ciudad que duerme sin ruido y esconde un cuchillo debajo de la almohada;
corazón en blanco y negro como bandera al agite de los carros;
escapa de la belleza de sus días,
del terciopelo en las tardes;
dile al guardia que no han florecido los geranios ni los tulipanes;
lanza tu risa de aguja fina por los callejones,
y huye, huye para huir
de la bocina sin aliento que aceita la máquina;
del polvo rucio que se pega a los zapatos;
del viento que pasea los semáforos;
tírate avenida abajo y arriba al pie de las locomotoras, de las hélices, de la bencina.
Huye de la ciudad que hace llorar ojos sin reír el alma.
Huye y huye hasta que huir sea sentido de recuerdo,
y allá, al borde de los desaguaderos,
espera que vuelva hacia ti,
para seguir huyendo.
El poeta Armando Romero en Lisboa, de visita a Fernando Pessoa
Verso, anverso y reverso en la cama de Pessoa
Por: Armando Romero
Lo primero es un crujido de madera antigua, reseca. Estoy sentado en la cama de Pessoa. En una mesa pequeña, frente a la cama, hay una botella de Johnny Walker, a medias. Un vaso con un poco de ese whisky oloroso a otras maderas, cerca de mis manos. Ya se han ido los camarógrafos, las preguntas y las respuestas. También se fueron Constanza, mi esposa, y la poeta Lauren Mendinueta, quienes vinieron a dejarme entero, sano y salvo en manos de los espíritus del poeta. Lauren, con su dinámica y diligente mano poética, fue quien encontró la manera de traerme la noche del poeta mayor a mi encuentro en este Museo. Sigo sentado, casi sin moverme, pero la cama cruje. Habla por sí sola, pareciera. Sigue mis movimientos como una sombra sonora. Me preocupan estos crujidos. ¿Asustarán a Pessoa y no vendrá? ¿O acaso el poeta los conocía bien? ¿Eran los ruidos del brujo Crosley, 666? Recordé que había olvidado mi carta astral para este día hacía muchos años. La cama crujía. No había más remedio, tendría que buscar la manera de dormir como fuera posible. El poeta no se iba a deslizar por las paredes durante la vigilia, bien lo sabían los surrealistas.
No hacía frío ni calor, pero decidí que no podía dormir vestido. Empecé por los zapatos y la camisa, sin problemas, pero al tratar de quitarme los pantalones olvidé que durante ese día había acumulado un montón imperdonable de monedas de euros en los bolsillos, y ya no hubo remedio. Todas, sin excepción, salieron volando por la habitación, rodando, haciendo giros, órbitas, circunferencias, parábolas, figuras de todo tipo en el suelo de madera, desnudo. En otras circunstancias me hubiera dado mucha risa, pero ahora no. Me sentí incómodo, un poco rabioso. “Que se queden allí”, pensé. Pero inmediatamente otro escenario se abrió. Las personas encargadas del Museo, al día siguiente, al encontrar esas monedas, podían pensar que era un acto de brujería mío, un conjuro o ritual satánico, quizás. No, no podía dejarlas allí. El whisky, mis ojos y el color de la madera no hacían la tarea fácil. Las de dos euros no revestían mayor problema, pero las de un céntimo eran imposibles. El trabajo de recogerlas era arduo. Las había por las esquinas, debajo de las mesas, entre los asientos. Cómo era posible que hubiese acumulado tantas monedas, me preguntaba. Ya las había recogido casi todas cuando, a gatas, miré bajo la cama. Allí estaban las que faltaban, por montones. Me incorporé, me tomé otro whisky, y sin pensarlo mucho me tiré de nuevo al suelo, esta vez arrastrándome con los codos y poco a poco me fui metiendo debajo de la cama de Pessoa, empujando, recogiendo monedas, con las narices casi pegadas al suelo y la espalda golpeando la madera que sostenía el colchón, la madera crujiente.
Por fin, ya de nuevo en la cama, ahora recostado contra las almohadas, y en posición de leer o escribir, busqué mi cuaderno de notas para tomar algunos apuntes, si algo de eso venía a mi cabeza. Y fue allí que recordé un viejo poemita de mi adolescencia que dice así:
Hemos comprendido / que el aire / no sólo existe en el aire / y que es necesario /
buscarlo / debajo de la cama.
Reemplacé “el aire” por “Pessoa” y por fin sonreí.
El crujido de la cama no amainaba, y peor, contrastaba con el profundo silencio en el exterior de la habitación, en todo el edificio. Volvía el diálogo con la cama: un movimiento, un ruido. Traté de escribir y era soledad y tiempo lo que escurría tinta por la página. A cada movimiento, digo ruido, Pessoa volvía con sus palabras, las cuales giraban por la habitación, por las paredes, en un graffiti de la inteligencia convertida en poesía, en desasosiego por ver. Entonces intenté un poema que ahora, faltándole el respeto al pudor y a la poesía, me atrevo a transcribir:
Si así suena tu cama, Pessoa,
así suenan mis pasos
resbalándose por el mundo.
Ya no esperé tiempo
si una vez dije del sueño.
¿Qué puedo esperar de ti,
Fernando, esta noche
atravesada de literatura?
Era demasiado espacio
tu imaginación:
dos puertas, dos ventanas,
y en este cuarto
descansaba el caudal de tus vidas.
Me duelen mis pasos, Pessoa,
que suenan como tu cama.
Me quedé dormido deseando que apareciera Pessoa en cualquier momento, que hubiera esos otros mundos en éste como quería Eluard.
¿Vino Pessoa a su habitación esta vez? Desde esta realidad no lo creo, pero en el allá de los sueños algo pasó. Al despertarme, antes de que llegaran los camarógrafos y las preguntas con imposibles respuestas, recordé este sueño de esa noche:
Estoy de pie en una habitación o sala grande completamente vacía. No hay muebles, ni siquiera paredes. Es un espacio abierto pero es una habitación, de eso estoy seguro. De repente, un hombre, delgado, bien vestido, se acerca a mí y me pregunta: ¿Podría decirme cómo está la situación económica y social? De inmediato le respondo que no sé a qué situación económica y social se refiere, ¿acaso Latinoamérica?, le pregunto. Me mira sorprendido, y antes de irse me dice secamente: Usted no sabe como está la situación económica y social.