«Casas editoriales y escuelas: casas para la poesía», por Clara del Carmen Guillén
Casas editoriales y escuelas: casas para la poesía
La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos..
Gabriel García Márquez
«¿Cómo se origina o se forma en nosotros la poesía? ¿Cómo llega? ¿De dónde? No sabríamos, nadie sabría explicarlo. Simplemente acaece que un día hay un llamado en nosotros del corazón y del alma que quiere expresarse en palabras hechas música para poder hablar al corazón y al alma de los otros…», cita Marco Antonio Campos. En mi caso, recuerdo perfectamente el primer encuentro con la poesía, en mi calidad de lectora: la maestra de segundo grado de primaria nos dijo que copiáramos una de las páginas del libro de Lengua Nacional –yo la robé para siempre–: conocí a José Juan Tablada, su haikú, «La luna»: «Es mar la noche negra; / la nube es una concha; / la luna es una perla». Fue lo primero que leí completito, sin deletrear ni memorizar, como se acostumbraba; saboreando la imagen, descubriendo la idea; con el asombro de quien atrapa algo mágico: el efecto de las palabras cuya belleza toca el alma de manera altamente significativa, para siempre; uno de los momentos más hermosos de mi vida, un encuentro íntimo con la diosa, parafraseando a Efraín Bartolomé.
En casa mi padre leía, nos cantaba canciones que yo convertía inmediatamente en imágenes que se trasladaban a los libros, casi siempre en sus manos; suponía que de ahí salían esas historias que nos cantaba con su guitarra. Pero eran los libros editados por la Secretaría de Educación los que «devoraba», mucho más aquellos en los que veía poemas y cuentos. Ahí encontré «El gigante egoísta» de Wilde, las «Playeras» de Justo Sierra, a Gabriela Mistral, a José Martí y a tantos autores que se acercaban a nosotros, niños y niñas de ese tiempo no enajenado por la televisión ni los juegos electrónicos. Pero en las aulas de Comitán, Chiapas, mi tierra natal, no se leían otros libros más que los de texto gratuito, a la manera muy personal de cada docente, es decir, casi siempre bajo una mirada conductista.
Ahora, mucho tiempo después, sigo atrapada por esa imagen, que ha ido encadenando otra y otra y muchas más, porque así es la lectura, llama, convida, nutre tanto que, como escritora y promotora cultural y de lectura, me propuse compartir ese gusto, sobre todo con niños, docentes y ancianos: presento los libros infantiles de mi autoría con actividades siempre lúdicas; tengo una sala de lectura cuyos libros pertenecen a un programa del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, junto con mi biblioteca personal; un programa infantil en Radio Lagarto del Instituto Mexicano de la Radio con esta misma intención, todo sin fines de lucro; diseñé, como jefa de Enseñanza de Español de Escuelas Secundarias Técnicas de Chiapas, una actividad a la que denomino «La feria de las palabras», mediante la cual se juega a las ferias del libro en cada centro escolar. En estos espacios los textos existentes, que en muchas, demasiadas ocasiones, permanecen en cajas por temor a que se pierdan, se exhiben, se comparten, se manipulan en diversas actividades: lectura de textos acompañada de estrategias tales como rompecabezas de la poesía y de cuento, o la actividad «palabras al vuelo», la reescritura de textos; y se dan a conocer las editoriales que publican para el Programa Nacional de Lectura, dependiente de la Secretaría de Educación –ya desaparecido o rediseñado, y con menor interés en la poesía, por esas necesidades político-educativas que imperan en mi país–.
Los libros, no obstante, siguen siendo productos difíciles de obtener para las familias, por sus costos y por la falta de una cultura lectora en el contexto escolar y familiar; sobre todo los de poesía, casi no se venden; por ende, casi no se leen; de hecho, ni los piden en préstamo.
Por este difícil acceso a los libros, según mi experiencia como habitante del sureste de México, considero que la premisa del cerlalc, «… que trabaja para el desarrollo y la integración de la región a través de la construcción de sociedades lectoras [cuyos] principales objetivos son la protección de la creación intelectual, el fomento de la producción y circulación del libro y la promoción de la lectura y la escritura», difícilmente se alcanzará si no se genera una sinergia entre las poblaciones iberoamericanas, los docentes y los poetas; si no se incide en las casas editoriales para que la lectura de poesía se vuelva un fenómeno que contagie, que vaya más allá de políticas gubernamentales.
Se necesitan programas no orientados a lo cuantitativo y lo informativo, sino con políticas educativas reales, sin disfraces, que tiendan redes atractivas para que en las escuelas, en los hogares, en los espacios libres se lea mucho más. Se necesitan estrategias en las cuales los primeros comprometidos sean los docentes, los primeros apasionados por tener en sus manos un libro de poesía para compartir con los niños o adolescentes, para que a su vez contagien a padres y abuelos. Urge que el fomento a la lectura haga parte del currículo en las escuelas formadoras de docentes y no vaya simplemente desprendido de otra asignatura. Se requiere también convencerlos mediante talleres de la enorme importancia que la actividad docente tiene para lograr el fin. Claro lo dice el cerlalc: «La formación es una de las claves».
«Se necesitan programas no orientados a lo cuantitativo y lo informativo, sino con políticas educativas reales, sin disfraces, que tiendan redes atractivas para que en las escuelas, en los hogares, en los espacios libres se lea mucho más. Se necesitan estrategias en las cuales los primeros comprometidos sean los docentes»
Y aunque esto se realiza de cierto modo, por ejemplo, en México, ¿por qué los resultados siguen exiguos, al grado de posicionarnos en los primeros lugares de población no lectora en Iberoamérica? Desde mi condición de lectora, autora de poesía y narrativa, promotora de lectura, asesora de Español, madre y abuela, hago un paneo sobre las fortalezas y debilidades que observo en esos contextos y veo que aún hay posibilidades por explorar, siempre y cuando las puertas se abran y los intereses se vuelvan comunes: se requieren más escritores de poesía para niños y jóvenes que presenten su obra de manera lúdica; que los gobiernos destinen recursos para cubrir los honorarios de autores y promotores de lectura que se presenten en espacios donde haya poca demanda; que las casas editoriales presten más atención a la población infantil y juvenil mediante actividades novedosas, constantes y al alcance de todos, estableciendo vínculos con autores y promotores de lectura; que se piense en los potenciales lectores ignorados, ubicados en lugares recónditos, sin libros y sin quién les haga encontrar esa fuente que puede generar escritores y lectores en potencia; que se continúen, por tanto, los convenios para extender la atención a los lugares más lejanos, pero no dejando solos a sus promotores de lectura, pues es necesario propiciarles legalidad, reconocimiento, un salario, para que sea constante su actividad, puesto que las personas que la llevan a cabo, en su mayoría, son altruistas, por lo tanto, escasas, al menos en mi país, porque… «siempre será más barato, y más lucidor, entregar un premio, con mucha ceremonia, fotos, televisión, que apoyar un buen programa de promoción de la lectura, reformar la educación» (Fernando Escalante Gonzalbo, académico de El Colegio de México).
Es preciso velar porque la producción poética sea valorada por quienes definen las políticas editoriales gubernamentales, y hacer hincapié en la distribución de los materiales de forma gratuita. Aunque en los últimos años la producción editorial va en aumento (por lo menos en Chiapas, México), se puede apreciar que la edición del género es variable según quién dirija el Instituto de Cultura, de la que se desprende la Dirección de publicaciones, y obviamente acorde con los recursos económicos con que cuente. En el transcurso de este año se han publicado 27 títulos, que quedarán ahí: listos para ser expuestos en ferias del libro, entregados a bibliotecas públicas, a Casas de Cultura o a salas de lectura; que brillarán durante las presentaciones, para un público mínimo; pero hasta ahí, por la misma abulia ciudadana y la falta de incentivos que den pie a que los libros se distribuyan, sean leídos, constantemente intercambiados, comprados en librerías. Los escritores, solamente si tienen la vocación de promotores de lectura, el tiempo y la oportunidad, buscarán estrategias para que se difunda su obra y la de otros pares locales, nacionales o universales, mediante actividades de animación lectora. Las pocas casas editoriales publican a los poetas locales bajo encargo personal, quienes quedan normalmente en el anonimato o reducidos al flash de la presentación.
Considerando que la mayoría de nuestros pueblos latinoamericanos se encuentra en estas condiciones (México, reitero, según el informe del cerlalc 2013, con un grave 73% de no lectores), sostengo que la idea que emana de dicha institución, manifiesta en su boletín El libro en cifras 2013, de generar una concertación entre autores, lectores, promotores, docentes, editores, distribuidores e instituciones educativas y culturales, debe ser considerada con total seriedad para reducir los resultados de estos informes, pues de nada sirve que las casas editoriales asuman su compromiso, los poetas publiquen su obra, si no cooperan todos los actores para un real movimiento lector sin fines politiqueros ni disfraces, un movimiento lector que realmente sea un fenómeno social preponderante en la vida de los pueblos. Un movimiento, además, evaluado constante y responsablemente por los involucrados: lectores, escritores, editores, docentes, autoridades educativas, autoridades culturales, para mermar lo que el poeta Juan Domingo Argüelles expresa: «… el problema de la circulación de los libros de poesía recae en la distribución y la insuficiente lectura de este género. No digo que publicar sea siempre fácil, pero considero que el mayor problema de la poesía no es la publicación sino la distribución, y el poco interés del público hacia el género poético; en gran medida porque la escuela misma desdeña la poesía. El problema es que en tanto no haya un público lector suficiente de poesía (y ese público lector se consigue formándolo desde la escuela), seguirán pasando cinco o diez años para agotar mil ejemplares».
«[…] de nada sirve que las casas editoriales asuman su compromiso, los poetas publiquen su obra, si no cooperan todos los actores para un real movimiento lector sin fines politiqueros ni disfraces, un movimiento lector que realmente sea un fenómeno social preponderante en la vida de los pueblos».
Hay un camino por trazar, que a futuro abra las puertas a cuanto niño, niña, adulto y adulta pueda tomarse de la mano. Que siga la poesía recorriendo Iberoamérica a través de sus poetas, que no deje de escribirse, de publicarse, de leerse, de compartirse, de abrir espacios. Que la poesía salve a los lectores, que sea una puerta por donde se generen muchos momentos mágicos que nos hermanen. Que despierte conciencias, sobre todo espacios de disfrute, que se contagien para siempre, para que muchos otros grandes poetas que se estén formando puedan decir con Pablo Neruda: «Y fue a esa edad… Llegó la poesía a buscarme … desde una calle me llamaba, / desde las ramas de la noche», desde un salón de clases donde un maestro, una maestra, me hicieron sentir su presencia en los libros, con voz suave, invitadora, afectiva.
Referencias
- Portafolio Regional de Proyectos de Lectura del cerlalc.
cerlalc, El libro en cifras: boletín estadístico del libro en Iberoamérica, 2013, disponible en: http://www.fondodeculturaeconomica.com/editorial/prensa/Detalle.aspx?seccion=Detalle+&id_desplegado=64533 - Confabulario, suplemento cultural de El Universal, julio de 2014, disponible en: http://www.laestafetadelviento.es/articulos/meditaciones/leer-poesia#3