Eduardo Langagne
(México, 1952) Poeta y traductor. Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos y Profesor de Portugués por la UNAM, donde además estudió música y cine, y culminó recientemente la Maestría en Letras Latinoamericanas. Con Donde habita el Cangrejo, en 1980 fue el primer poeta mexicano en obtener el Premio Casa de las Américas. En 1990 Obtuvo el Premio de Poesía Gilberto Owen y en 1994 su libro Cantos para una exposición lo hizo merecedor al Premio de Poesía Aguascalientes, el más importante del país. Es relevante su intensa labor como editor de libros y revistas, gestor de coediciones y promotor cultural. Su obra aparece en numerosas Antologías poéticas de México y otros países. Ha realizado diversos guiones escénicos y guiones para radio y cine video. En 2004 aparecieron los libros Decíamos ayer… Una selección de su obra publicada entre 1980 y 2000, en edición de CONACULTA; Y los volúmenes de poesía El álbum blanco (editorial Colibrí) y Décima Ocasión (Editorial Obranegra). Forma parte del Consejo Editorial de Alforja, revista de poesía; del Consejo de redacción de Cultura Urbana, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y del Comité Editorial de El poema seminal, revista electrónica de poesía. Ha publicado diversos títulos de literatura para niños y jóvenes.
Poemas sobre Fernando Pessoa
Por Eduardo Langagne
n.b.
LA MESA DEL ESCRIBANO apareció en La manzana en la cabeza, libro publicado por Verdehalago en noviembre de 2000. ISBN 970-680-068-9
PERSONA PERSONAE se publicó en El álbum blanco, Secretaría de Cultura de Puebla y Colibrí, editora de Sandro Cohen. Diciembre de 2004. ISBN968-5062-63-3
UNA FOTO EN LA PORTADA se imprimió como parte de Verdad posible, México, Fondo de Cultura Económica, julio de 2014. ISBN 978-607-16-2100-9
Este libro obtuvo el premio José Lezama Lima 2016 que otorga la Casa de las Américas, de carácter honorífico, a libros relevantes publicados por autores de la América Latina y el Caribe lo que dio lugar a una nueva edición: Verdad posible, Casa de las Américas 2016: ISBN978-959-260-479-7
LA MESA DEL ESCRIBANO
“No soy un escritor,
soy un escritorio”,
habría trazado Pessoa
con un íntimo ritmo marítimo
en el papel amarillento como un mapa
sobre la mesa hostil
donde escribía
las cartas comerciales
de su supervivencia.
Y Álvaro de Campos habría pensado:
“no soy una persona,
soy un personaje”,
mientras Fernando escribía
en su escritorio múltiple
las voces más expresivas del convulso siglo.
“No soy un viaje,
soy un viajero”,
habría dicho Ricardo Reis
cuando marchábase al Brasil
con su Fernando Pessoa en el corazón
para perderse
en un continente de rostros misteriosos,
aparentes y vagos.
Y Caeiro, el maestro,
habría reflexionado:
“no soy auténtico,
soy idéntico”,
en su afán de diluirse
en la naturaleza
mientras Fernando abría los sobres mercantiles
y preparaba respuestas lógicas, triviales.
Pero en la mesa comercial del escribano,
mientras un barco de carga sorteando la tormenta
traía su salario
para el oporto y la tinta,
aparecían más nombres de hombres verdaderos.
“No soy este instante”, habría escrito
Pessoa,
“soy el tiempo”.
PERSONA, PERSONAE
Disculpe usted Fernando, su Persona de múltiples poetas,
Simulación, amaño, sin duda es fingimiento literario.
Usted pensaba, creo, que al tener en la sombra la poesía
Que hicieron acuciosos heterónimos, podría aclararse entonces
Muchos rasgos de sí, de su lirismo congénito, locura
Heredada, por cierto, de la abuela paterna y encubierta.
Bendito sea el que tiene la locura a flor de piel, herencia
De una abuela sencilla, tejedora, cantora de voz blanca,
Siempre afinada y dulce, de ojos maravillados en azules.
Secreto sotto voce de la casa, de la familia lúcida.
En fin, Fernando Esquivo, hombre sin rostro que decían los críticos,
Confesado y agudo indagador de signos y apariencias,
Degustador de moscatel y oporto, ridículo, frenético:
Su rostro inexistente, disculpe usted, Fernálvaro, Alricardo,
Se convierte en la mueca que se burla de este mundo aparente
Igual que un niño retraído a bordo de un barco imaginario.
Por la ciudad anónima y silente, ven pasar las personas
A un poeta que lleva cuatro sombras con él cuando camina
Dirigida una a una, al Occidente, al Norte, al Sur, al Este;
Los circunspectos puntos cardinales… Un sombrero y su sombra.
UNA FOTO EN LA PORTADA
La biografía de Fernando Pessoa, de João Gaspar Simões, refiere la desaparición “en circunstancias misteriosas” del mago inglés Aleister Crowley el 25 de septiembre de 1930. Después de un nutrido intercambio de correspondencia con temas astrológicos, Crowley había llegado al continente a principios de ese mes para encontrarse con Pessoa ‒o con Alexander Search, el Pessoa que escribía cartas astrales‒. Existe una fotografía de ambos en un café de la capital de Portugal. Nadie supo entonces bien a bien si el “mago”—así llamado por Simões— desapareció o si había muerto. En los días posteriores, la declaración del poeta fue publicada por Notícias Ilustradas, un diario de Lisboa.
Se entiende la consensuada broma heteronímica del poeta cuando leemos que Crowley murió en 1947 en el sur de Inglaterra, ahora sí en circunstancias imprecisas, varios años después de la muerte de Pessoa. Aleister Crowley aparece en la mítica portada del disco de The Beatles, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Arriba, en la primera fila, es el segundo a la izquierda.
Y cada foto en la portada es una biografía.
He aquí al maligno Crowley;
desde la isla poderosa
donde las brújulas marcan lo que el imán decreta
navegó hacia el continente,
un poco al sur,
un poco hacia la mano con la cual escribía cartas astrales
y maneras de mirar el lado oscuro del actual universo.
Venía rumbo a Lisboa,
puerto seguro de los Fenicios.
Al-Ushbuna para el árabe vecino.
Según los griegos: Olissipo, Olissipona,
voz tal vez derivada de Odiseo, el Ulises romano,
navegante.
Navegantes, en fin, los portugueses.
La Olissipona del latín vulgar
que supo decirlo todo a su manera
para enseñarnos a decir las cosas,
se convirtió en Lisboa.
Y Lisboa era el destino de aquel mago
de la Gran Bretaña
convocado por Fernando Antonio
—prototípico Géminis
que eclipsaba su Júpiter con su genio creativo—,
nieto de Dionisia,
la mujer que conversaba entristecida
con la sombra del espejo
y asumía gestos excéntricos
de los que no hay testimonio
—nacido en 13 de junio,
día de San Antonio de Padua,
que es en verdad San Antonio de Lisboa—;
tataranieto de Sancho Pessoa da Cunha,
condenado por la Inquisición en 1706 a la hoguera.
En fin, “la bestia” Crowley venía entonces a Lisboa
emplazado por Fernando, el portugués
navegante de horóscopos y océanos enigmáticos
que en su correspondencia refirió
la carta astral del mago
a la que había encontrado
inexactitudes en sus trazos.
Este demonio, el mago inglés Aleister Crowley
–despellejó un gato cuando niño y cuando hombre
subió las pirámides de Teotihuacán
y habrá ingerido hongos en la alucinante sierra de Oaxaca–,
llegó a Lisboa a visitar a Fernando:
Todo puerto es una nostalgia de piedra.
Pero el barco de Crowley no podía atracar,
el temor del múltiple poeta provocó neblina
y al menos cuatro miedos del tamaño de un hombre
se juntaron ese día:
El miedo es un temblor de piedra.
Tal vez el horóscopo en Géminis
mantenía a los gemelos alegando;
eran Álvaro o Ricardo
trastornando a Fernando Pessoa:
Todo horóscopo es un puerto de neblina.
Después del café, el vino del puerto,
revisar las cartas y aceptar las versiones,
Crowley se perdió en el país peninsular
con la bella mujer inglesa o alemana
que había viajado con él para el encuentro
del que existe un testimonio fotográfico.
Fernando fue requerido por la comisaria.
El biógrafo de Pessoa quedó impresionado
pues no supo si Crowley había muerto en Portugal.
Los biógrafos no saben lo que pasa en la vida de las gentes.
Pero el mago reapareció nuevamente en Gran Bretaña:
La nostalgia es un barco de piedra.
Se asegura que murió:
las personas siempre mueren.
Y para Crowley hay múltiples opciones:
o bien acariciando la cabeza de un lanudo merino
en las tierras escocesas vestidas de lana a cuadros,
o en una cama amable y soñolienta.
Quienes lo odiaban sugirieron que merecía tener dolores,
estertores que hicieran más agudo y doloroso su final.
Quienes lo odiaron menos insinuaron
que al lado de su cama una joven mujer
lo escuchó decir sus últimas palabras.
Lo cierto es que el mago inglés que complicó a Pessoa,
dejó huella de su paso,
y en Lisboa, bella provincia de la Europa,
capital del país que mira a los océanos
desde el perfil de un hombre absorto,
se hablaba de la desaparición de Crowley
y Fernando declaraba en la comisaría.
Y quién iba a decirnos que como parte
de ese club de corazones solitarios
del sargento pacifista que nos hacía estornudar
en ese alucinante sound track de la primera juventud,
el 13 de junio de cualquier año, cumpleaños de Pessoa,
vemos a Crowley aparecer en la roja portada de los Beatles:
Es el segundo, arriba, hacia la izquierda,
el que sonríe para ofrecer con ironía
a toda la banda de los corazones solitarios
la posibilidad del temor.
Y al mirar la portada pasa la niebla.