Jorge Rave
Medellín, Colombia, 1976. Poeta, politólogo e internacionalista. Durante su trayectoria profesional ha combinado la investigación académica con proyectos de desarrollo económico y humanitario en América Latina, Europa y Canadá. Tiene una maestría en Relaciones internacionales (UQAM) y otra en Estrategia e Innovación (Oxford). Actualmente, es diplomático en México con el gobierno de Canadá, en donde trabaja en temas de comercio internacional. Jorge posee una larga trayectoria en el mundo literario, habiendo participado en festivales y eventos literarios en Colombia, Bélgica, Canadá y México desde 1997. Sus primeros poemas y escritos fueron publicados en Colombia por el Instituto Juventud XXI de Medellín (1999). En 2000, publicó el libro de poesía Para evitar los daños mencionados (Editorial UPB) y, posteriormente, el libro colectivo ArcaVoces en 2003. Princesa estrábica busca (2023) es su segundo libro de poemas.
https://jorgerave.com/ https://www.instagram.com/jorge.rave.escribe/
Poemas de Jorge Rave
Del libro Princesa estrábica busca (2023)
Things I know to be true
Porn makes sexual pleasure look very easy.
Vicky Jones
Somos animales de costumbre y hacemos parte de un mundo
en donde hay damas que se dejan morir sentadas en el pórtico de su casa,
mirando de reojo a un punto ciego,
mano en el sexo y sombrerito de fiesta,
y en donde hay hombres que sobreviven
intercambiando sexo por ratos de cariño.
No amor verdadero a cambio de romance y aventura,
sino besos en el pecho por caricias o dos minutos feroces de cama
por nueve de cuddling.
Es la vida moderna
cursilería pura sin foreplay.
Very, very easy, sin que sea porno.
Después, la misma soledad que se siente en un orfanato o en un vuelo sabatino de Washington a Jo’burg.
Uno como hombre es continuidad de los suyos.
De una hermana memoriosa que se hace grande en la distancia,
de sus padres y hasta del recuerdo del hermano
que no llegamos a conocer: el escapista.
Una vez tuve siete años y 1983 fue una mancha
en el recuerdo nítido de la familia bogotana y feliz
que fuimos en los años ochenta.
Así se hacían las cosas antes: si duele, no digas;
si apesta, aléjate;
si quieres morirte, tómate algo.
La vida, la vergüenza y la muerte sentadas
pacientemente esperando su turno.
Era agosto de 1987.
Por primera vez la muerte tenía cara y nombre completo,
dos apellidos.
Un funeral con misa en el colegio.
Once años de edad y un llanto mocoso,
viendo el ataúd de quien fue un amigo
desvanecerse entre esa mezcla fría de tierra y arcilla.
He aquí el fin de la niñez.
Con el tiempo uno aprende a ser masoquista y descubre la tristeza.
Ser y estar no siempre son actos vergonzantes o injustos.
Trece años de edad y uno se ve a sí mismo jugando
con la idea de su propia muerte, cualquier sábado en la tarde.
¡De pronto, un solitario boom!
Un lamentable estallido en la cabeza de un niño que se muere por segunda vez, porque le duelen tres frases idiotas de un amigo de barrio.
Cambio de locación,
cambio de escenario,
cambio de personajes,
vuelta al mundo
y llegan los dieciséis
todavía a años luz de ese momento en el que uno
por fin tendrá valor para sentarse a ver llover,
sin dirigir la mirada a un punto fijo.
Usted es un muchacho moderno, volátil y solitario,
de los que acostumbra a llorar la vida
escondido
sin que nadie lo vea.
A los diecinueve ya quiere ser algo: bombero, poeta o menos hombre
y saber vivir sin depender del amor de otros.
Y lo logra.
Momentáneamente se siente cómplice de un desapego grande,
aunque también se sabe hostil
a la vida de casa decente,
a las buenas costumbres,
a reconocer que empieza a interesarse en el deseo
y a confundirlo con amor o viceversa.
¡Felicidades! su familia entera lo tilda de marica
y usted lo disfruta.
La vida,
el sexo,
la vergüenza
y la muerte sentados pacientemente,
esperando su turno.
Uno también es continuidad de sus hijos desde cuando la vida los trae de la mano hasta la puerta de casa.
Una vez tuve cuarenta años,
mi vida se había llenado de ruidos extraños
y de colores:
violonchelos y violines,
ositos de peluche con personalidad múltiple y rosa,
muchas velas rosa.
Se sabe que, con el tiempo, más por intuición que por certeza, los hijos se harán animales de costumbre.
En eso consiste vivir y nada se pierde con ensayar.
Adelanto el casete y soy un animal hecho.
Un hombre de costumbres
y por lo mismo impreciso y voluble.
Un producto indefinido de la vida contemporánea que se debate
entre lo fundamental y lo sexy de la condición humana,
ser amargo y maravilloso
o corriente y oxidado.
Ese es mi adulto interior, el extranjero seco que se esconde en las faldas de un trabajo de burócrata
y una vida de suburbio que no se despeina.
Un nostálgico de conversaciones y de la urbanidad de los recuerdos;
hablemos de Ahuntsic o del Barbican,
de Ixelles, de un picnic de invierno en Bruges
o de un café en Bridgehead con Cabardo.
Era 2017 y en mi primer verano en Londres me contagié de esa ansiedad masculina,
para jugar cabal el papel de escapista.
Otra vez la muerte hace parte del engaño azul de la idea de escapar,
que hace que un tipo se suicide porque es feliz y es domingo
o porque odia a Pernito o a Isabel Allende.
Dulces sueños y bienvenidos los cuarenta.
¿Quién dice que he dejado de escribir?
¿A quién le importan la tristeza y mi llanto mudo en un vuelo de Londres a Montreal?
Nadie sabe serle fiel a sus cosas terrenales.
Por eso uno echa de menos a los muertos y regala amor a cambio de placeres efímeros:
una mamada que no disfruta,
una puteada en silencio a un extraño en la calle,
a sentir lástima de sí mismo,
a que una mujer que uno desee le dirija la palabra,
a volver a vivir una mañana con un gato que ya no existe.
Todos momentos de antes, esperando su turno.
Cosas que quedan y que uno esperaría que jamás se pierdan.
Cosas de cero ternura que golpean mi lado femenino
y me dejan una sensación efímera y vacía de mundo.
Acepto que no sé jugar limpio.
No creo en jugar by the rules of the game.
Y así, la muerte de quienes sentí conocer por años
me ayuda a esconder lo que realmente soy.
Un viejo se apaga en la comodidad de su vida.
Uno se rehúsa a verlo despedirse
y se da cuenta de lo cobarde que es abrazar un cadáver
y conjugar la vida del que se queda con la muerte de quien se ha ido.
Querido Espinal, me he tomado años en llegar de nuevo hasta aquí.
Lamento que no sea un back to the basics
o que tampoco se parezca a una canción de amor.
Es tan sólo una carta al amigo que perdió a su padre.
Princesa estrábica busca
Hay que haber comenzado a perder la memoria, aunque sea sólo
a retazos, para darse cuenta de que esta memoria
es lo que constituye toda nuestra vida.
Una vida sin memoria no sería vida (…)
Luis Buñuel
Desde hace tiempo al hombre que soy por las tardes,
una muchacha estrábica
con el demonio adentro lo quiere matar:
«Usted, señor Pascuas, deberá no recordar nada de mí.
Yo tampoco habré de referirme a usted, pero si llegara usted
a recordar, puede olvidarse de mí».
¡Puras cabronadas!
No entiendo qué se espera de un hombre
al que se obliga con rotunda y manifiesta distancia
a ignorar a una fulana
que, aunque no esté, está en todas partes
y no poseo el valor acertado
para el olvido y sus demás tonterías.
Pararse carcomido frente a un espejo
y decirse doscientas dieciocho veces
que uno no tiene memoria,
quisiera morir,
no tengo memoria,
quisiera morir,
no tengo memoria…
…es una manera infame de acabar a un hombre.
Yo soy yo, siempre soy yo, siempre seré yo.
Del resto del mundo nada sé,
nada me importa.
Hay tantos misterios de los que no se sabe si son grises o brillantes.
Primer misterio: recuerdo es igual a renuencia enfermiza
a desechar el pasado.
Segundo: deseo es igual a inmundicia.
Y yo me pregunto: ¿Qué me atormenta? ¿Es la inmundicia?
Y me respondo sí, es la inmundicia,
pero también es el pasado.
Muy bien, señor Pascuas, como mujer me permito informarle
que abandono y revivo mis recuerdos.
Usted, es un hombre.
Usted no se atreva, señor Pascuas.
Usted no lo haga, señor Pascuas.
¿Verdad que le parezco una mujer horrible?
Atención señor Pascuas, que lo que parece es.
Si alguien parece idiota,
pues es idiota.
Ahora imagine lo peor.
Entonces quedamos el amanecer,
una fría promiscuidad
y yo
imaginando lo peor en idéntico sitio
adonde antes estaba la inocencia,
conmigo absorto dentro de una mujer bizca pero maravillosa,
respirando sexo como una tarde de sábado cualquiera
o algún otro día común en un jardín lamentable,
no sé bien si hermoso o terrible.
Olvidarme de ella. Olvidar. Olvidarla.
Probando, probando,
uno, uno, uno, uno, probando.
No existen deseos simples.
Las mujeres se adueñan del amor e incluso de la muerte
antes que los hombres.
Desearía mejor verla a ella, a la estrábica,
en el asiento trasero de un carro
o en posición de perrito teniendo demasiado calor.
Siendo mi patético y solitario triunfo masculino.
Sabiéndola todavía real
con un guardarropa repleto de zapatos y vestiditos a la moda.
Todo el mundo tiene un prontuario y el mío es este:
una mujer bizca que no está hecha de nada
se sienta a mi lado y me habla con la necesidad de matarme.
Allí, en donde hay muy pocas cosas divertidas y no hay arriba ni abajo,
me da una mueca recortada y un gesto iracundo
que significa la llegada de mi hora cuchi-cuchi.
Renunciaría feliz a mi memoria
a cambio de un buen tono para el deseo.
Respiro. Pausa. Este es el fin, pienso. Espiro. Pausa.
Y no me miento. Nada me falta.
No habrá más penas ni olvido
A Parc Parmentier.
Antes, yo pensaba que un mundo repleto de simios
era una torpeza del cine y nada más.
Antes de tener veintitrés años y nueve meses,
y mucho antes de entregarme a las autoridades científicas de un nuevo mundo para ser objeto de estudio.
Es que en ese tiempo ninguna autoridad aparentaba ser un ente ostentoso
y como mis ambiciones tenían más que ver con abandonar
la horrible tristeza de lo ya conocido,
que con dominar implacable un dialecto de golpes en el pecho
y pronunciación de la erre desde la garganta,
me entregué.
Pero fue justo después de consumar el acto,
que me atravesó sin sentido la certeza de que este nuevo sitio mío
era habitado casi todo,
por orangutanes y macacos amantes de la gloria y los eventos sociales.
La apariencia suponía tal importancia para ellos,
que las refinadas madres-simio inscribían felices a sus pequeñas
en agencias de glamour y modelaje,
pretendiendo ignorar que el cordón umbilical con el circo
había sido alguna vez cercenado.
De buena fuente supe que la existencia de estos simios era miserable
y que en las horas pico manadas de ellos solían vagar
por entre las jaulas de la rue Tenbosch
mordiendo y pateando a los objetos de estudio.
Terminé odiándolos a todos.
Mucho más a los que se fascinaban lanzándonos
y viéndonos engullir frenéticos
papitas fritas vencidas,
pedazos de pan
y repollitos de Bruselas.
Cinco meses y medio después
de tener la mirada fija en un punto distante decidí escapar.
Aún no sé bien lo que esperaba del otro mundo,
pero nada recibí.
La vida dando vueltas en la cabeza,
revolcándose en los orines propios
y enseñando los dientes a los preescolares
termina usualmente por ser atorrante.
Y entonces el tiempo acaba por convencer,
a los que nos hemos entregado a las delicias del primer mundo,
de que la estupidez es un argumento universal,
y que, entre los primates y nosotros,
los latinoamericanos,
las cosas no son tan diferentes como uno se las imagina.
Ghosting estado natural
Tal vez porque viva solo, tengo tendencia a imaginar
que los otros viven de la misma manera.
José Saramago
Ghosting: Cuando una persona corta toda comunicación con amigos
o con su pareja, sin previo aviso (…).
Urban Dictionary
Heme aquí a los cuarenta y seis años y ocho meses
sintiendo que no podría pararme de nuevo a leer «Sindineritis»
frente a ese público que una vez me cobijó feliz y humedecido en el Planetario de Medellín.
Tristemente, ya no soy el imbécil de antes.
Me importa mucho lo que otros piensen de mí y mi condición de ateo
es un chisme público mal envejecido.
No tengo pobreza en mi vida y he conocido la vida de adulto a través de las dudas y el dolor.
Tengo hipoteca, American Express y capacidad de endeudamiento. Nada me falta.
Pero también tengo una imagen difusa de mí mismo hace veinte años,
en ese sitio fundamental y lejano
que le rozaba tercamente la mano a mi vida adolescente,
mitad rural,
mitad remota,
mitad macabra…
…con rastros leves de mi soledad de niño.
Todo al mismo tiempo,
todo.
Heme aquí, siendo todavía un adulto que no juega de local;
con el miedo que me produce no aventurarme a sentirme solo,
sin tener que pasar la página de mis días acompañado de otros.
Querría poder pasearme entre las semanas y las horas como turista,
con el desapego de quienes me ven pasar por una calle cualquiera
en Lisboa o en Tokio
y no pueden evitar maldecirme gritando: «Damn! Desire is all we’ve got».
Y entonces vuelvo al sueño de mi vida que mejor conozco,
no al de 1987, sino al de una desaparición barata y quirúrgica,
cuando no opaca y sin remedio,
una convicción ocre como la del imbécil que secretea de sí mismo en tercera persona,
mientras se debate cómo desaparecer de la vida de los otros
de una manera que se aproxime a algo fatal y repugnante.
Déjeme repetir esto en otras palabras.
El punto no es mi falta de interés, ni la falta de amor,
ni la redefinición de mi libertad o de mis fronteras.
El punto no es que estemos condenados a una muerte lenta,
inmersos en el olor inmundo de una papaya que se pudre al sol
o en el sabor a caca de la suciedad humana.
El pasado es todo lo que tengo, and it’s packed with information
así que no es extraño que mi vida se parezca a un monólogo.
No soy inconsciente de esta mediocridad de vivir tan mía,
y nada más por eso es que ejerzo feliz mi derecho al ghosting.
Permiso.