Luis María Marina
(Cáceres, España. 1978). Licenciado en Derecho y diplomático de carrera. Ha ocupado puestos en las Embajadas de España en México (2006-2010) y Lisboa (2010-2015).
Ha publicado libros de poesía (Lo que los dioses aman, Continuo mudar, Materia de las nubes, Nueve poemas a Sofía), ensayo (Limo y luz. Estampas de la ciudad de México, Las tentaciones de Lisboa y De la epopeya a la melancolía. Estudios de poesía portuguesa del siglo XX) y un volumen de diarios (El cuento de los días. Diarios mexicanos 2008-2010).
Ha traducido a varios autores de lengua portuguesa, entre ellos António Ramos Rosa, Alberto de Lacerda, Nuno Júdice, Rui Knopfli, Ana Luísa Amaral o Daniel Faria.
Ha recibido el XVI Premio Giovanni Pontiero de traducción que otorgan el Instituto Camões y la Universidad Autónoma de Barcelona.Colabora con varias publicaciones españolas y mexicanas, entre ellas Clarín, revista de Nueva Literatura, y La Otra.
Poemas
HABITACIÓN CUATROCIENTOS CINCO
y comienzo aquí
en la planta cuarta del hospital privado
state-of-the-art del salutífero negocio
donde no hay biombos que separen la
curación propia
de la postración ajena
ni ventanucos carcelarios o cortinillas ajadas
como los de ciertos hospitales públicos de mi
infancia
ni cintilan aquellos neones yendo y viniendo
según un ritmo irregular que inevitablemente
atribuimos
a la muerte ajena
la muerte siempre ajena
cada duda del neón una vida que se extingue
en la gélida atmósfera de un quirófano
en un sótano cualquiera
en la planta cuarta del hospital privado
donde no hay rastro alguno de la mugre
que hace en otros lugares
más fácil más natural la disolución
de las vísceras
la tos sangrienta
el sudor que anega las entrañas
la aniquilación
el último espasmo
no es fino no queda bien
parecen decirnos las paredes recién pintadas
en pulcros colores térreos
y elegante cenefa
morirse
en lugar así
en la planta cuarta del hospital privado
donde como en los sanatorios para
tuberculosos ricos
en la europa central
de comienzos del siglo pasado
la atmósfera y el silencio invitan
a sumergirse con un manta sobre las piernas
en la contemplación abstracta
del mundo
a través de los amplios ventanales
a mecerse interiormente
mientras suenan los compases
de un divertimento mozartiano
por ejemplo este K.136
cuyo allegro
terminado el tema central de la banda
sonora de titanic
en versión andina
suena ahora en el hilo musical
en la planta cuarta del hospital privado
donde solo hay vidas que comienzan
vidas balsámicas como las de sofía
cuyo imperio dentro de los límites
de la habitación cuatrocientos cinco
dura ya dos eternas jornadas
y ni tan siquiera
aquel recoleto camposanto
que semioculto entre los cipreses
sobre un suave otero
contemplo ensimismado al otro lado del
ventanal
osa en este justo instante discutir
ÁRBOL DE JESÉ
el día que decidas reconstruir el árbol de tu
genealogía
no lo sobrecargues con legendarios reyes de
judá
como los que con el barroco de sus tronos y
ropones
doblan las ramas de este árbol de jesé
plantado desde el siglo dieciocho
en una de las capillas laterales
de la igreja de são francisco en oporto
y si un día inopinada la tentación llegara a
asaltarte
recuerda lo que escribió aquella poeta de tu
mismo nombre
al hablar de una arrogante princesa
desconocida
«para que su espalda fuese tan recta
y llevase la cabeza tan erguida
con esa sencilla claridad sobre la frente
fueron necesarias sucesivas generaciones de
esclavos»
tampoco te pierdas hilvanando las razones
con que los teólogos al servicio de cierto
obispo cuyo nombre
ha sido borrado por los inclementes días
tuvieron que convencer al imaginero
de tallar tan historiados personajes en una
iglesia
consagrada al santo simple que predicaba a
los pájaros
aquellas rebuscadas explicaciones
de lo inexplicable de cualquier genealogía
lo inexplicable por ejemplo de tus raíces en
el mundo
flor nacida en los labios de la inexistencia
sin otra razón o sinrazón que la de la raíz
o el mundo mismo
que existen sin buscar explicarse
cuando quieras cubrir las ateridas extremidades
de nuestro familiar árbol de jesé
piensa antes en el santo cuya simpleza fue
ignorada
por la voluntad de aquel obispo
las razones de aquellos teólogos
y la mano reticente de aquel imaginero
y pensando en él coloca sobre las ramas
rostros de hombres barbados y silenciosos
vestidos con mandiles de cuero en el taller
o camisas remangadas en las eras desiertas
y admira ya ese árbol cuyas ramas no servirán
para vigas de palacio tablones de nao o astas
de estandarte
pero sí como morada simple
de incontables bandadas de pájaros
y de todos aquellos hombres sencillos
que durmiendo a su sombra
te engendraron
NATURALIDAD
cuando vengan
y vendrán
queriendo colgar de tu cuello un cartel
con una palabra que sólo sirva
para separarte del resto de los hombres
o te obliguen a escribirla
en la casilla de cierto formulario
antes de franquearte las fronteras
que trancan las puertas de cualquier
abrazo
diles que de la naturalidad
que te imponen
sólo te obliga lo mejor y más humano
que aquella contuvo a lo largo de los tiempos
las palabras por ejemplo de amor
susurradas en su lengua
o su luz cernida
en el tamiz morado de las jacarandás
y eternamente reflejada en el azogue de tus
ojos
TESTAMENTO
tener tu memoria blanca
sin ginkgo biloba de hiroshima
ni roble de ettersberg
ni tan siquiera su goethe en miniatura
elucubrando grandes ideas
al fresco de la tupida sombra
sin la encina anónima en que se piensan
livianos antes de ahorcarse
todos los suicidas en mi tierra y la tuya
sin pecho descubierto y ofrecido a las
bayonetas
ni justas causas ni estado de necesidad ni
fuerza mayor
sin ropón de inocencio décimo sin su
mueca sin su grito
que son la misma mueca y el mismo grito
con que acaban por estallar los compases
descompuestos
de la valse de ravel
sin barranco de víznar sin barranco del lobo
sin barrancas que las barrancas son tristes y
matan
sin poemas aprendidos de memoria sin
poemas puros
ni poetas vendidos a su pureza
sin poemas derrochados en la necesidad de
decir
ni páginas en blanco
sin asteroides ni faroleros ni zorros
que te enseñen a poseer a atesorar cualquier
cosa
y menos aún que cualquier cosa el amor
sin túmulos blanqueados
ni mausoleos aunque estén en la suave
colina de prazeres
y guarden cuerpos incorruptos de poetas
inmortales
y su putrefacto olor de santidad
sin el silencio gris y arrodillado de los
confesonarios
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ni otro silencio que el conscientemente
elegido
sin cunetas que haya que abrir a dentelladas
para con su tierra cubrirnos los ateridos
huesos
sin revoluciones ni contrarrevoluciones
que te hagan soñar que la libertad es algo
diferente
de esa tibieza que persiste
en cierto recóndito rincón de tu alma
o te demuestren exactamente lo contrario
sin leones de circo ni monos de zoológico
sin plazas con palomas ni jardines con
pavos reales
sin manos finas ni ceños adustos
sin puentes en un día de niebla ni ríos que
corran
por debajo hacia el abismo de lo que nunca
ha de ser
sin horas robadas al sueño
sin minutos hurtados al placer
sin un solo segundo de olvido
tu memoria blanca
Poemas de Fernando Pessoa
Traducidos por Luis María Marina
(Publicados en «Poetas portugueses», La Otra, México, 2016)
FERNADO PESSOA ORTÓNIMO
Mar portugués
¡Ay, mar salado, cuánta de tu sal
son lágrimas de Portugal!
¡Por cruzarte, cuántas madres lloraron,
cuántos hijos en vano rezaron!
¡Cuántas novias por casar
para que fueses nuestro, oh mar!
¿Valió la pena? Todo vale la pena
si el alma no es pequeña.
Quien quiere ir más allá de Bojador
tiene que ir más allá del dolor.
Dios al mar el peligro y el abismo dio
pero en él también el cielo espejó.
Navidad
Nace un dios. Otros mueren. La verdad
ni viene ni va: cambia el Yerro.
Esta nuestra es otra Eternidad,
y será siempre mejor lo que pasó.
Ciega, la Ciencia la inútil gleba labra.
Loca, la Fe vive el sueño de su culto.
Un nuevo dios es solo una palabra.
Ni busques ni creas: todo es oculto.
Me duele la niebla, me duele el cielo
Me duele la niebla, me duele el cielo
que no está aquí.
Estoy cansado de ser todo y no ser yo.
¿Dónde está
la unidad que Dios, supongo, me dio?
¿La perdí por sentir, o por pensar?
De nada sirve saber.
¿La extravié, como un paquete, por soñar?
Perder por perder,
más vale dejar perder y no buscar.
Autopsicografía
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que llega a fingir que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y los que leen lo que él escribe
en aquel dolor leído hallan,
no los dos que el poeta vive,
solo el que ellos extrañan.
Y así en las rodadas corre,
y entretiene a la razón,
ese tren de pacotilla
al que llaman corazón.
RICARDO REIS
Temo, Lidia, al destino. Nada es cierto.
Temo, Lidia, al destino. Nada es cierto.
A cualquier hora puede acaecernos
lo que todo cambie.
Fuera de lo conocido es extraño el paso
que espontáneo damos. Graves númenes guardan
las lindes de la costumbre.
No somos dioses: ciegos, recelemos,
y la parca dada vida antepongamos
a la novedad, abismo.
ALBERTO CAEIRO
El guardador de rebaños
V
Bastante metafísica hay en no pensar en nada.
¿Qué pienso del mundo?
¡Qué se yo lo que pienso del mundo!
Si enfermase, pensaría.
¿Qué idea tengo de las cosas?
¿Qué opinión sobre las causas y los efectos?
¿He meditado sobre Dios y el alma
y sobre la creación del mundo?
No lo sé. Para mí pensar es cerrar los ojos
y no pensar. Es correr las cortinas
de mi ventana (que no tiene cortinas).
¿El misterio de las cosas? ¡Qué se yo lo que es el misterio!
El único misterio es que haya quien piense en el misterio.
Quien está al sol y cierra los ojos
comienza a no saber qué es el sol
y a pensar muchas cosas llenas de calor.
Pero abre los ojos y ve el sol,
y ya no puede pensar en nada,
porque la luz del sol vale más que los pensamientos
de todos los filósofos y todos los poetas.
La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no yerra y es simple y buena.
¿Metafísica? ¿Qué metafísica hay en aquellos árboles?
La de ser verdes y tener copas y ramas
y la de dar frutos a su tiempo, lo que no nos hace pensar,
a nosotros, que no sabemos entenderlos.
Pero, ¿qué mejor metafísica que la suya,
que es la de no saber para qué viven
ni saber que no lo saben?
“Constitución íntima de las cosas”…
“Sentido íntimo del universo”…
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
Es increíble que se pueda pensar en cosas así.
Como pensar en razones y fines
cuando la mañana está despuntando, y entre los árboles
un vago oro lustroso va venciendo a la oscuridad.
Pensar en el sentido íntimo de las cosas
está de más, es como pensar en la salud
o añadir un vaso al agua de las fuentes.
El único sentido íntimo de las cosas
es que no tienen ningún sentido íntimo.
No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si quisiese que creyese en él,
sin duda vendría a hablar conmigo
y entraría por mi puerta
diciendo, ¡Aquí estoy!
(Tal vez esto suene ridículo a oídos
de quien, por no saber cómo mirar las cosas,
no comprende a quien habla de ellas
con la manera de hablar que aprende quien las mira.)
Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el sol y la luz de la luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a todas horas,
y mi vida entera es una oración y una misa,
y una comunión con los ojos y por los oídos.
Pero si Dios es los árboles y las flores
y los montes y la luna y el sol,
¿para qué llamarlo Dios?
Lo llamo flores y árboles y montes y sol y luna;
porque, si él quiso que yo lo viese
sol y luna y árboles y montes,
si se aparece como árboles y montes
y luna y sol y flores,
es que quiere que lo conozca
como árboles y montes y flores y luna y sol.
Y por eso le obedezco,
(¿acaso he de saber más de Dios que Dios de sí mismo?),
le obedezco viviendo, espontáneamente,
como quien abre los ojos y ve,
y lo llamo luna y sol y flores y árboles y montes,
y lo amo sin pensar en él,
y lo pienso viendo y oyendo,
y ando con él a todas horas.