Luis Thenon

(Buenos Aires, Argentina, 1955). Se radicó en Canadá en 1979. Obtuvo un Doctorado en Letras y una Maestría Es Arts en la Universidad Laval. Ha realizado un Posdoctorado en Historia. Es Catedrático universitario. Profesor Titular en el Departamento de Literatura, Teatro y Cine, Universidad Laval. Integra la Red de estudios transculturales de Centroamérica y el Caribe.
Entre su obra poética se encuentra: Memoria de los mares (Costa Rica, 2018), Las casas en silencio (Costa Rica, 2013), Para decir la paz (Canadá, 2011), La paz también se puede (Canadá, 2011), mares extraños y El trapecio del mundo (Italia, 2009), La mancha del incendio (Costa Rica, 2007), Trayectorias fortuitas de la muerte (Argentina, 2007), Terra Promissa (Venezuela, 1998), Selección de poemas (Madrid, 1996, Ce mot silencieux (Canadá, 1995).
Ha publicado novela y obras dramáticas que ha presentado en los Festivales Internacionales de Puebla, de Liège, de Casablanca y de Cracovia. Premio especial del jurado en el 10e Festival International Francophone de Sanscoin, Premio Gobernación de Mérida (Venezuela, 1998). Ha escrito un gran número de artículos y textos académicos sobre arte y literatura.
Poemas
VI
Así nace mi cuerpo penitente
destrozado en el alma
roto a golpe en la noche que se prolonga
de vientos ascendentes
la pura resonancia en cada piel marcada
tan viva y sola
tan dejada en el vientre de los pueblos
tan encallada en sus costas y arrecifes
que nace de la tierra una marea inmensa
una ola determinada
una constelación brillando en la bóveda turbia de mis ojos.
VII
Tolvanera de brazos al unísono resonando en la tierra
la airada tierra del pasado
reconozco la aurora que despierta
la vasta soledad de tus estirpes
cargada de hermandades y silencios.
Ese día comienza a despertarme.
Y así desde la única soledad que puedo
vuelvo al mundo marchito de mis ojos
porque todo renace en este encuentro
y el campesino que mi memoria nombra
se heredó de todas las multitudes asombradas
para decir al viento la dimensión de la mañana.
Rústicas voces en el principio de los labios
fecundo y perentorio sufrimiento cargado de secretos
o de místicas lunas
de ríos generosos en la planicie como una médula de azúcar
una semilla blanca cayendo al infinito lugar donde la siembra.
Ese hombre y esa mujer tienen en sus manos el origen de la primavera
la ofrecen al sol del mediodía
la distribuyen entre las hierbas abundantes
para que nazca el pan
la carne de los hornos
la espiga que amanece de estar el rostro impávido
y la cintura férrea dibujando una aurora con soles y con lluvias
y un porfiado legado de horizontes
en el mismo lugar que les dijeron.
Qué lucha interminable la vida en cada surco
en cada tierra ajena y arbitraria.
Y el labrador que lleva con sus manos
sin destino ni lumbre su mancera
busca un despertar de savias en su sangre madura
una cálida mesa en que sentarse a amar.
y muere en su desencajada procedencia
que baja hasta la noche
y se estremece en vidas nuevas
un páramo de cunas abandonadas
sin preguntar siquiera la distancia del viento.
Pero esos labradores
el campesino austero
la mujer de los hornos
llevan también entre sus manos una lumbre final
un perentorio acuerdo de sentarse a la sombra
para excavar terrones abandonados y resecos
hasta el máximo intento que la cosecha aúna y determina.
Presentes en la hilera
una mujer y un hombre
tejen la imagen de tu aurora
Una mujer callada la siembra entre los vientos
un hombre la acaricia en la frente de cada sol ardiendo
hasta quedarse para siempre en la tierra fecunda.
La huerta tiene apremio de manos
la siembra suma en la vertiente de sus vidas ese amargo mandato de cosechas.