María Montero
(Francia-Costa Rica, 1970). Poeta y periodista. Publicó ‘El juego conquistado’ (poesía, 1985), ‘La mano suicida’ (poesía, 2000) y ‘Fieras Domésticas’ (narrativa, 2019). Comparte la autoría de varios proyectos de poesía y artes visuales. En 2018 lanzó ‘Grandes Sobras del Feminismo Sucio’, la primera colección de la Biblioteca Textil Centroamericana, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Costa Rica.
Del Estado de la Nación y sus metáforas
La salsa de tomate siempre fue el tema favorito de mi poesía.
Especialmente una receta elaborada con las últimas cebollas y los últimos tomates de la despensa.
Hice tantas y tantas salsas a lo largo de mi vida.
Piqué tantos tomates en el margen de error.
Alimenté tantos versos en la línea de pobreza.
Salsas para dar de comer a muchos y alimentar a unos pocos.
La salsa de tomate siempre fue un tema consumido al borde de la mesa, entre la vida y la muerte de las metáforas.
Casi nunca alcanzaba para todos.
Teníamos hambre y no llegábamos al kilo.
Al tema favorito de mi poesía también le costaba llegar a fin de mes.
No fue fácil dejarlo por escrito.
Eigengrau
Será porque te extraño
más allá de las palabras
que sueño con hombres que no conozco,
amables desconocidos
que aún privados de la existencia
me ayudan a cargar
con el peso muerto
de tu corazón.
La última islandesa
Soy la última de las mujeres islandesas
que jamás vivió en Islandia
ni supo pronunciar Reykjavik
ni mandó siquiera una carta a ningún amigo islandés
y de hecho no llegó a poner un pie más allá del paralelo 60.
Pero soy la última de esas mujeres que barren el viento con la cabeza y van llenas de escarcha a cualquier parte, insoportablemente lívidas, y dicen lo que tienen que decir y hacen lo que tienen que hacer en el fondo del único abismo rocoso de su barrio. Y ven la fuga de las cosas con devoción. Y casi se mueren de frío alrededor de sus hijos. Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa.
Soy la última de las mujeres islandesas que jamás aceptó (pero entendió) la ley de un clima incompatible con el aburrimiento entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico, la combinación más generosa de las corrientes abruptas, la geografía abrupta y la irrupción permanente.
Soy la última de las mujeres islandesas sin código genético que tampoco experimentó la soledad en medio de la nada y aun así arriesgó todo en ese punto ciego y blanco de los confines. Soy la última de las mujeres heladas que desde lo profundo de los trópicos siempre supo que daba pasos en falso. Porque hay paisajes que no son lo que uno es.
Yo fui una mujer islandesa sin saberlo.
Ahora soy una mujer islandesa sin hogar.
Es decir, una piedra, la última ficción del hielo.
Introducción
Que sea un salto al vacío, ojalá mortal, pero sin público.
Que nadie venga y diga: ‘Yo vi cómo caía. Puedo brindar declaraciones’.
Que no parezca poesía es lo único que importa.
Ultimadamente
Juro que estoy aquí por razones de fuerza mayor
incluso contra mi voluntad
pero que me obligan las circunstancias de mi vida
y la paternidad de estos versos.
Declaro que los recitales de poesía
deberían ingresar al protocolo del trato inhumano a las personas
en primer lugar a las que leen
en segundo, a las que escuchan
en tercero, a las que se los pierden
y, en último lugar, a las que siempre se equivocan de actividad y llegan preguntando a qué hora empieza el concierto.
La poesía misma es tan contaminante
y a la vez tan poco rentable
que siempre estoy tratando de olvidarla para no dejarla en paz.
Quisiera decir que fui llevada a esos lugares de lectura
bajo serias amenazas
pero lo cierto es que ni siquiera fui por dinero
o necesidad
sino porque las palabras me intoxicaron
antes de dar el primer paso
y creí ciegamente
que la mala vida me llevaría directo a la buena literatura.
Y cada vez que leí en público
tuve la odiosa sensación
de que a todos nos sobraba ropa y nos faltaba un tubo
y de que el exceso de luz en la sala
se debía únicamente a mi falta de honestidad.
Qué daño puede hacerme ya la poesía
si fue quien me dejó
sin dios y sin marido
sin patria ni carrera
sin el menor interés por la belleza
que no sea masculina
sin el menor talento para la codicia
que no sea la de estar conmigo adonde quiera que voy.
Juro que tengo muchas ganas pero ya no tanto tiempo,
si no, encantada.
Humildemente, se los digo:
Ya es hora de tomar el camino más corto y volver a casa.