Nicolás Suescún
Nicolás Suescún nació en Bogotá, Colombia, en 1937. Poeta, cuentista, traductor, editor, periodista y profesor universitario. Realizó estudios de humanidades, historia y literatura en la Universidad de Columbia y en la Escuela de Altos Estudios de París. Durante varios años dirigió la revista Eco y fue Jefe de Redacción de la revista Cromos. Algunos de sus libros: El retorno a casa, 1971; El último escalón, 1974; El extraño y otros cuentos, 1980; La vida es…, Los Cuadernos de N, 1994, y Oniromanía, 1996. Ha realizado traducciones de Rimbaud, Flaubert, Ambrose Pierce, W.B. Yeats y Stephen Crane, entre otros autores. En entrevista con Álvaro Castillo-Granada, afirmó: “… Me deprime el país, Colombia es un país donde reina, como en la mayor parte, la injusticia, pero aquí la hipocresía la ha barnizado siempre en mayor grado, creo, que en otras partes. Por eso escribí en un poema, “Abrí los ojos y me dijeron / que en país de ciegos hiciera como el ciego. / Después me enseñaron las palabras / y me aconsejaron que cerrara la boca / si no era para repetir lo repetido”. Cuando yo estaba pequeño, la diferencia de clases era monstruosa. Ahora sigue siendo monstruosa porque los ricos son más ricos y los pobres son muchos más y más pobres, pero hay una clase media que esconde un poco esa abismal diferencia de clases…”
Poemas
La Puerta
Tengo sueño. Siempre sueño
que despierto, que veo mejor.
Me hallaba en el terminal marítimo
cuando un terremoto destruyó
la ciudad y toda la república.
A eso debo mi vida,
a mi pasión por el agua,
por su música,
por la sinfonía eterna del mar.
Años llevo desde entonces
recorriendo el mundo
y aquí estoy, ante la puerta.
Toda puerta, pienso,
para que sea de verdad una puerta
debe estar cerrada,
de lo contrario es un agujero
necesario para que pueda yo
pasar al otro lado.
Esto no lo dice la ciencia
sino el Tao
que es el camino
entre el vacío y la plenitud,
sabiduría milenaria
que dice que el cuarto
tampoco sirve para nada
si no tiene puerta,
es decir,
que el vacío del cuarto
es útil y es un cuarto
por el vacío que le es propio,
y el de la puerta
—y las ventanas.
No depende de mi
No depende de mí.
Es algo que se contrae y se expande
sin que yo pueda hacer algo al respecto.
Sin embargo,
me han aconsejado que sea prudente,
que reconozca mi impotencia en esta materia.
No depende de mí,
pero siento en el fondo que debo hacer algo,
aunque no resuelva ni siquiera el problema
de la identidad del desconocido
que no quiso participar en esta tarea
que me he impuesto, sin saber muy bien
de qué se trata, como si me la hubieran dictado
en un sueño que he olvidado.
No depende de mí,
sino de algo que me mueve y me lleva
más allá de lo razonable y lo sensato,
quizás más allá de la locura,
en un punto donde ésta da la vuelta
y llega —¡oh, milagro!— a la suprema cordura,
donde la emoción y la razón
son una y la misma cosa.
No depende de mí,
porque nada de lo que he escrito
ha sido razonado, pensado, planeado,
o hecho con alguna intención
que no sea el acto mismo de escribir
lo que siento muy hondo, muy hondo.
No, no depende de mí.