Ser, sentir, pensar. Tres verbos en Fernando Pessoa. Por Carlos Ciro
Cien años atrás, en agosto de 1921, en el segundo piso de la Rua da Assunção N º 58, funcionaba la empresa Olisipo. Agentes Organizadores e Editores Lda. que sería registrada definitivamente el 11 de octubre del mismo año y que, entre otros encargos publicaría, en diciembre, los libros English Poems I-II y English Poems III de Fernando Pessoa. La empresa que Pessoa había creado un año antes se dedicó principalmente a la edición de libros y a la intermediación comercial. En la vida-obra de Fernando Pessoa fluyen las vidas y obras de esa coterie inexistente que creó en sí y que nos legó una de las más vibrantes y lúcidas obras literarias del siglo xx. En pleno acmé de su vida (en 1921 Pessoa cuenta 33 años), el poeta Fernando Pessoa es reconocido entre los intelectuales portugueses de la época, publica con una cierta regularidad en periódicos y revistas, dirige su empresa y no para de escribir. Al rededor de setenta poemas escritos en portugués e inglés tienen fechas de 1921 a la par de muchas páginas de reflexiones, apuntes, proyectos, diarios y cartas. Si bien es un año en que no todos los heterónimos principales hacen presencia directa en sus páginas, puede afirmarse que también en ellas están presentes las líneas de pensamiento y creación que recorren la obra de Fernando Pessoa. Así, el primer verso de uno de los poemas que Fernando Pessoa escribió y fechó el 1 de enero de 1921 bien pueden ser una guía de exploración de su obra y un camino de comprensión para algunos de los aspectos fundamentales de su pensamiento.
Escribe Pessoa:
Cansa ser, sentir duele, pensar destruye.
Ajena a nosotros, dentro y fuera de nosotros,
la hora derruye y todo en ella derruye.
Inútilmente el alma lo llora.
¿De qué sirve? ¿Qué es lo que tiene que servir?
Pálido esbozo leve
del sol de invierno sonriendo sobre mi lecho…
Vago susurro breve
de las pequeñas voces con que la mañana despierta
de la fútil esperanza del día,
muerta al nacer, a la esperanza lejana y absurda
en la que el alma confía.
1-1-1921[1]
En el poema aparecen los elementos centrales del pensamiento pessoano: ser, tiempo, alma, sentir, saudade, futilidad, pensar. La idea que en estos doce versos acuna y aquilata acaso sea la de la futilidad, la consciencia desgarradora de lo inane del esfuerzo humano que eleva sus obras de arena que el vaivén de las olas arrastra. Que es inútil cualquier esfuerzo pareciera algo sabido, un dato que al unísono entonan los poetas y pensadores; pero el poema de Pessoa nos habla de ello con una voz directa, mas tranquila, sin angustia ni desasosiego, pero teñida por esa tristeza alegre que es el sabor de lo inexorable. La aseveración inicial pone en el centro de nuestra atención los verbos que permiten asumir –aceptar y asimilar– esa futilidad que lo corroe todo, que derruye minuto a minuto el castillo que el niño de Heráclito erige en la playa solo para contemplar el trabajo de las olas que mueve su ilusión, que es la nuestra, de quebrar el curso del tiempo. Sobre estos tres verbos: ser, sentir, pensar, la obra de Pessoa nos permite acopiar lo siguiente.
SER
«Para mí, ser es sorprenderme de estar siendo»[2], apunta Pessoa hacia 1909 en una página que contiene fragmentos atribuibles al Fausto. Ser se revela desde un comienzo como irrupción, pero también como continuo, como un brotar que no cesa y que exige renuncias. «Ser es abdicar»[3], abdicar, entre otras cosas, de la posesión y el ansia como único camino para gobernarse de quien supo signar su destino con el propósito de ser «plural como el universo»[4] y que supo que el camino para abarcar esa pluralidad no era otro que el del fingimiento que le permitió desplegar el ser en seres, porque «fingir es descubrirse»[5], contemplar al desnudo el abanico de posibilidades del ser, pues sólo alejándose de sí mismo en el fingimiento puede llegar hasta sí y explorar todos sus confines porque «fingir es conocerse»[6].
Pero en el poema citado Pessoa afirma que ser «cansa», que es propio del hombre –inventor del verbo ser– el cansancio de ese brotar que no cesa y que no consigue desprenderse del estar, desatarse del lugar que funda su presencia e incluso de los lugares innúmeros que pueden soñar sus ficciones. La heteronimia es la puesta en obra de la conciencia de no poder dejar de ser, la formulación aguda y lúcida de la pregunta que Álvaro de Campos dirige a la «cárcel del Ser, ¿no hay liberación de ti?», y que hace resonar en el siguiente verso y de modo análogo con la única facultad del hombre que podría darle acceso a comprender la idea del ser: el pensar, al que inquiere del mismo modo: «cárcel del pensar, ¿no hay liberación de ti?»[7], develando así el doble cerrojo con que lo humano está encerrado en sí mismo, siendo su propio abismo, su propia sombra. Tal es el cansancio de ser que enuncia Pessoa, el cansancio de un alma lúcida en la oscuridad que trae consigo, del misterio del que está transida y desbordada por su propia imposibilidad de contenerse, de verterse entera en los límites de una palabra o en la hospitalidad de un silencio, pero que no cesa de preguntar, de buscar más que la libertad –acaso a la manera de Kafka– una salida.
La suma inequívoca de ese cansancio y la lucidez que surge de esa oscuridad que se enfrenta a lo más oscuro, es el tedio, esa especie de sol negro que acompaña los estados creativos de Fernando Pessoa y, particularmente, sus devaneos. No se trata del tedio que se equipara a la ligera con el hastío ni con el cansancio del cuerpo o la mente ni con el vacío de todo o la incerteza, aunque contenga todos estos elementos; se trata de un tedio que los contiene y excede a todos porque logra apostarse allí donde las palabras ya no alcanzan para decir las cosas. El tedio señala un estado en fuga, como él, la realidad (y el ser) son provisionales, transitorios. Su indefinición no denuncia la impotencia de las palabras, sino por el contrario el hecho de que existen cosas que no pueden ser dichas. El tedio delata la situación del hombre, un estado de fisura que no corresponde a la posición del ser ni a la del no‑ser porque a través del tedioso escurre lentamente el misterio del hombre, ese «pozo mirando al cielo»[8]. Siguiendo el devaneo de Bernardo Soares podemos decir:
«Si quisiera decir que existo, diría “Soy”. Si quisiera decir que existo como alma separada, diría “Soy yo”. Pero si quisiera decir que existo como entidad que a sí misma se dirige y conforma, que ejerce junto a sí misma la función divina de crearse, ¿cómo he de emplear el verbo “ser” salvo convirtiéndolo súbitamente en intransitivo? Y entonces, triunfalmente, anti-gramaticalmente supremo, diré: “Me soy”. Habré dicho una filosofía en dos pequeñas palabras. / ¿Cuán preferible no es esto a no decir nada en cuarenta frases? / (¿Qué más puede exigirse a la filosofía y a la dicción?)
»Obedezca a la gramática quien no saber pensar lo que siente»[9].
SENTIR – PENSAR
Desde 1914, con la eclosión heteronímica del Día Triunfal[10], Pessoa despliega y opera en sí mismo y en sus heterónimos el camino que anuncia en enseña su maestro, Alberto Caeiro. Sabe que aprender a sentir es el camino y que para aprender a sentir debe recuperar la mirada, recorrer a la inversa el camino que alejó al hombre de las cosas, la senda del conocimiento, la búsqueda de la verdad. Pessoa se pregunta y responde con Caeiro: «¿Qué soy yo para mí mismo? Sólo una sensación mía»[11]. Pessoa, entrechocando la pregunta que abre con una aseveración que es también apertura dice –sin decirlo– lo más difícil de decir: que somos lo que no somos, que somos justo aquello que se nos escapa: nuestras sensaciones; justamente aquello que siempre excede al lenguaje y pone en vilo al pensamiento. Pessoa no olvida que la palabra del poeta está ahí para ser de todos, para albergarnos y acoger nuestra desolación tanto como nuestra esperanza, nuestro dolor por la ausencia de sentido y nuestro consuelo por una brizna de verdad o de mito; la posibilidad latente de recomenzar, de ser muchos y no ser nadie, de levantarnos con cada giro del sol una y otra vez hechos como estamos de enigma y azar para mirar lentamente hacia las cosas o para oír pasar el viento, porque «sólo para oír pasar el viento vale la pena haber nacido».
«Sentir duele» afirma el poema de 1921 que orienta este periplo y pone la atención en esa sensación de sensaciones, el dolor que habita en nosotros y para el que no hay guarida, para el que no hay promesa ni respuesta. El dolor de sentir en su doble condición: la necesidad de comunicar y la imposibilidad de decir; el carácter incompartible de su esquiva materia. El heterónimo filósofo Antonio Mora dice: «La consciencia que ve un árbol y la que siente un dolor es la misma; pero ni ver es lo mismo que sentir, ni un dolor se parece a un árbol» y complementa su análisis diciendo: «El dolor no es sentido en la (y sólo por ella) Consciencia, sino en el individuo. Lo visto no es visto en la consciencia, es en el individuo donde es»[12].
Con «pensar destruye», el verso cierra su reclamo y su denuncia. Pessoa es plenamente consciente en la elección del verbo con el que hace reverberar su pensar. Destruir es deshacer, pero muy particularmente el deshacer que toma la forma de disgregar, de separar lo que está unido, amontonado (latín struere); pensar destruye porque obliga a separar la íntima imbricación de tiempo y espacio, porque intenta establecer relaciones entre cuerpos del tiempo: ver, oír, palpar, gustar, oler con cuerpos del espacio: árbol, voz, piel, fruto, perfume. Y también, destruye porque pensar es el origen del anhelo de establecer esas relaciones, es el clamor al que solo contesta el silencio atronador de todo. Aunque podemos decir con Caeiro: «yo soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi altura»[13], sabemos también que cada cosa vista lleva consigo a la persona que la ve y la siente, que ser, sentir y pensar no tienen un sustento, que son saltos sin punto de partida ni de llegada que no podemos pensar en ellos sin enfrentar el absurdo de saberlos amalgamados pero imposibles de pensar como amalgama y que el único camino es desdoblarse en lo improbable, dejarse habitar por las sombras que la irrealidad multiplica.
Eduardo Lourenço, pensando en el Libro del desasosiego, afirma: «En sus páginas se inscriben el gran dolor y la secreta exultación de la existencia humana en cuanto intrínsecamente anónima, despojada de toda meta trascendente, que, por demás, dramatizaría el peso nulo de su contenido. De todas las cruces que los hombres inventaron para ser sublimes, la del anonimato de la universal Rua dos Douradores es la única que pesa y que carece de remisión»[14].
El pensar poético de Pessoa no consiste en un simple juego retórico de enfrentamiento de contrarios ni en un uso desmedido del oxímoron como recurso expresivo; pero tampoco de una mistificación como tienden a simplificar las lecturas hermenéuticas de su obra, ni de una condición mental como señalan las lecturas psicológicas. Tampoco se trata de un conjunto de fenómenos parapsicológicos ni de una conspiración mistificadora. La naturaleza del genio pessoano escapa a todas estas tentativas y las confronta con su singular lección de pasividad y aceptación valerosa de la más desgarradora de las conciencias: la de que la habitual distinción entre realidad y ficción no es más que un remedio, una senda que se abre para huir de la dificultad. Una consciencia sensible que tiene pensamientos-sensaciones (como declara Caeiro), ideas sensibles e intuiciones abstractas surgidas de ese sentir; tal es el nudo que, paciente y minuciosamente, «desconociéndose concienzudamente», desata el pensamiento poético de Fernando Pessoa.
CARLOS CIRO
[1] El original dactiloscrito que se conserva de este poema está identificado con la signatura [119-7r] del legado pessoano en la Biblioteca Nacional de Portugal. En adelante, las citas se harán con estas referencias que son las usadas por las ediciones críticas más completas disponibles de la obra de Fernando Pessoa (IN-CM, Tinta-da-China, Assírio & Alvim). Las traducciones, salvo indicación contraria, son propias.
[2] Apunte manuscrito con la signatura [29-36r].
[3] Apunte dactiloscrito con la signatura [E3/15(3)-80r.1]
[4] Apunte manuscrito con la signatura [E3/20-68r]
[5] Apunte dactiloscrito con la signatura [E3/15(3)-80r.1]
[6] Apunte dactiloscrito con la signatura [E3/15(3)-80r.1]
[7] Poema manuscrito con la signatura [60-49r y 60-49ar]
[8] Apunte manuscrito con la signatura [E3/9-34r.1] asociado con el Livro do desassossego hacia el año 1913.
[9] Apunte dactiloscrito con la signatura [3-42r]
[10] Fernando Pessoa, en el relato que hiciera para Adolfo Casais-Monteiro en la célebre carta sobre la génesis de sus heterónimos del 13 de enero de 1935, llama Día Triunfal al 8 de marzo de 1914, día en torno al cual habría escrito la mayor parte de los poemas de O guardador de rebanhos de Alberto Caeiro, sintiendo (sabiendo) que había surgido en él su maestro.
[11] Apunte manuscrito con la signatura [E3/2-65r]. Jacinto do Prado Coelho, Teresa Sobral Cunha y Richard Zenith lo incluyeron entre los fragmentos destinados al Livro do desassossego; sin embargo, y por la coincidencia de la frase con una de las Notas para a recordação do meu mestre Caeiro, de Álvaro de Campos, Jerónimo Pizarro la incluye entre los anexos de su edición crítica del libro.
[12] Fragmento del proyecto Introducção ao estudo da metafísica del heterónimo António Mora. Manuscrito identificado por la signatura [25-39r a 42r].
[13] Poema VII del ciclo O guardador de rebanhos, del que se conservan dos originales manuscritos identificados con las cotas [67-22ar] y [145-9r].
[14] Una poética del silencio. A propósito del Libro del desasosiego. En: Lourenço, Eduardo. Acerca de Fernando Pessoa. Traducción de Carlos Vásquez. Ed. Universidad de Antioquia. Medellín. 2013. p. 82 [Original portugués en: Lourenço, Eduardo. O lugar do anjo. Grádiva. Lisboa. 2004]