Saúl Gómez Mantilla
(Cúcuta, 1978). Poeta. Profesional en Estudios Literarios. Especialista en Creación Narrativa. Docente y Promotor de lectura. Miembro fundador de la Red Nacional de Estudiantes de Literatura, REDNEL. Ha publicado los libros de poesía: Ideas de viaje (2003), Lección de olvido (2007), Rostro que no se encuentra (2009), El amor y la palabra (2012). Ha publicado las antologías de poesía: OPNI, Jóvenes Poetas de Cúcuta (2002), La sombra y el relámpago, poesía viva de Norte de Santander (2011), Palabras como cuerpos, poemas en memoria de Edwin López, Gerson Gallardo y Tirso Vélez (2013). Con motivo de las efemérides de poetas colombianos publicó las cartillas conmemorativas: No pudo la muerte vencerme, Jorge Gaitán Durán 50 años de ausencia (2013) y Sueños Cotidianos, Eduardo Cote Lamus, 50 años (2014).
POEMAS DE SAÚL GÓMEZ MANTILLA
Del libro inédito Otro intento de vacío
I
En cada nota se entrega la vida, mientras las manos, por sí solas, van marcando la armonía de los días venideros. La pieza avanza entre barreras y olvido, en tanto que el auditorio percibe una vaga imagen de quien interpreta el mundo.
La música no embiste, suspendida en la memoria repite los movimientos aprendidos sin que en la ejecución haya pasión alguna.
Abandonado en el escenario, entre un cúmulo de aplausos, la música nuevamente ha encadenado el deseo, arrancarle nuevas notas al vivir, romper con la partitura.
Torpe ejercicio que carcome la entrega, que no permite ir más allá del pentagrama, de los días en que el tedio, es un alimento que cobija la memoria.
II
Cada una de las letras que forman este poema surge de un encuentro con el pasado, con lo que se desea olvidar. Por ello, las acciones que no tienen cabida en la palabra, se encuentran bajo estas líneas.
El poema es un canto al dolor, por ese pasado que fue bloqueado, que se ha perdido a lo largo de los años y parece no volver.
En cada silencio de este poema, un niño huye y sueña, no desea descansar, solo correr hasta allí, donde, tal vez por la distancia, olvide quién es.
IV
Una mujer espera mientras desnuda una mandarina, al sabor de cada mordida rememora su infancia. Recuerdos que llegan sin orden alguno, en desbandada, uno tras otro, suscitados por un aroma.
Niños que corren por el campo, sin afanes ni automóviles, movidos por el viento, detrás de un cometa o en busca de una rana. Para ellos el tiempo era el juego de una tarde, la llamada para la cena.
El olor de la fruta trae consigo pasajes olvidados de una vida que se esfuma. En esa banca, en la desolada tarde de un asilo, ella se estremece al recordarse feliz; en qué momento, cómo, la vida se convirtió en ese monótono paso de los soles.
Niños cuya felicidad era correr libres, sin más límites que su propio cansancio y el llamado de sus padres, espantosa voz que marcaba la rutina. Esa voz que era como un trueno, como el que ahora llama para anunciar la noche.
VIII
Para hacer realidad mi obra, para acercarme al objeto de mi escritura, debo sumergirme en el alcohol, pasar los días en la taberna y las noches volcado sobre el papel.
La embriaguez permite dar vía libre a macabros sucesos, fuera de toda moral y arrepentimiento, es el vino quien libera al poeta que vive en mí.
Ya no importan amigos y familia cuando se acerca el final de una novela, serán estos personajes los habitantes de mi hogar, compañeros entre trago y trago, de este divagar entre las letras.
Con una mano escribo y con la otra bebo, una mano sostiene mi vida y la otra me la quita, entre el delirio y el sueño, amanece, encuentro junto a mí a estos extraños seres que me piden dar cuenta de su existencia.
XIII
Una hoja, río abajo, puede ser una señal para el hombre que prepara la soga, que prueba el nudo antes de suspenderse sobre el mundo.
Tras la ventana, un globo que cae en medio de la noche, puede ser para el niño que no puede conciliar el sueño, todo el espanto que escapa de su imaginación.
Un bello sonido en medio del tumulto, la música de unas palabras, un acento, puede ser la esperanza que aguarda el joven en espera de su amada.
Una leve lluvia, en una tarde despoblada, puede hacer que los ojos desesperados anuden el llanto, y viertan en los labios un salado amanecer.
Divino regalo para soportar la vida.