Ana Wajszczuk
(Buenos Aires, Argentina, 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Es editora y periodista. Desde 2001, sus artículos aparecieron en periódicos y revistas de Latinoamérica como GQ, La Nación (Costa Rica), Travesías, Gatopardo y SoHo. En la Argentina, escribe para medios como Radar (Página/12), Clarín, La Nación Revista y La Agenda de Buenos Aires, y fue editora de la sección Sociedad de la revista Los Inrockuptibles. Publicó las obras de poesía Trópico Trip (Ediciones del Diego, 1999) y El libro de los polacos (Algaida, 2004, XXII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz, España), además de integrar diversas antologías y coeditar la revista de nueva poesía hispanoamericana Los amigos de lo ajeno (1999-2005). Chicos de Varsovia (Sudamericana, 2017), su primer libro de no ficción, ganó la mención especial en el Concurso Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores de Polonia y fue elegido como uno de los “20 libros latinoamericanos del año” por el diario El País (España). Actualmente trabaja para Grupo Planeta en Argentina como scouter y editora externa, y prepara su segundo libro de no ficción, una historia personal sobre la maternidad.
Poemas de Ana Wajszczuk
Lo que no sé
(versión de un poema incluido en Chicos de Varsovia, Sudamericana, 2017)
Como muchos que sobrevivieron a la Segunda Guerra, mi abuelo:
nacido en Grochów, un suburbio de Varsovia
criado en Siedlce, una ciudad sin señas particulares
noventa kilómetros al este de Varsovia
que se recibió de ingeniero en Wilno
(hoy Vilnius, capital de Lituania)
a casi quinientos kilómetros de Varsovia
que en Wilno se casó con su primera esposa,
(un breve matrimonio del cual nadie en la familia habla)
él
reclutado por el Ejército Polaco como zapador en septiembre de 1939
prisionero de guerra de los soviéticos días después
hundido en las profundidades del Gulag ruso, picando piedra, construyendo rutas
liberado en 1941 junto a otros miles de soldados rasos polacos
que caminaron cientos de kilómetros envueltos en andrajos
sobre la nieve de la estepa
para unirse al ejército de deportados en Rusia
bajo el mando del General polaco Władysław Anders
que con ese legendario Segundo Cuerpo del Ejército
viajó a Egipto
(y hay una foto en el desierto para probarlo)
que con ellos luego siguió hasta Italia
que allí, en 1944
(mientras sus primos en Varsovia se unían a la resistencia)
se entrenó como paracaidista en un comando secreto:
los Cichociemny
los “oscuros y silenciosos”
(pero se fracturó una vértebra
en uno de los saltos
o estaba en el hospital por una operación en el maxilar
y quedó fuera
de la batalla de Arnhem
y de las misiones secretas)
que su nombre en clave era Miś 2
(que quiere decir “Oso 2”)
subteniente de artillería
combatiente en las batallas de Bolonia y de Ancona
(menos gloriosas que la de Monte Cassino)
que llegó a Inglaterra después de la guerra,
donde conoció a Stefania
que también se había unido al ejército de Anders
después de la liberación
junto a otras miles de hijas y esposas polacas
también deportadas en vagones de ganado por los invasores soviéticos
al corazón de la nada
50 grados bajo cero
a vivir dentro de cuevas excavadas en la tierra pétrea de Kazajistán
y que en 1951, con mi padre de un año y medio
y mi tía Eva a punto de nacer
llegaron juntos a la Argentina.
de todo eso, mi abuelo, no contó casi nada.
Barbara, cementerio de Powązki, agosto de 2015
(versión de un poema incluido en Chicos de Varsovia. Sudamericana, 2017)
Su tumba
tiene el nombre de mi hermana
que también se llama Barbara Wajszczuk
pero con acento: Bárbara
mi hermana que fue llamada Bárbara porque sí:
mis padres no sabían que había existido esta otra Barbara
esta doble de riesgo suyo
que tiene una lápida plana
donde crece el moho
verdoso
donde los años están limando
la piedra
y van ocultando la leyenda con su nombre
Barbara Wajszczuk
nacida en Krasnystaw
de ojos verdes y piel como las rosas del jardín de sus abuelos en Siedlce
de cabello castaño, oscuro, con peinado recogido en todas las fotos
de sonrisa fácil, chispeante, un tanto regordeta
enfermera de combate
de la compañía Scout del batallón Gustaw
enterrada en el cuadrante A-25
fila 5
del cementerio militar de Powązki
con el privilegio de una tumba con su nombre
al lado de la calle principal
bajo un árbol
un pino, creo
que le hace sombra permanente
Barbara Wajszczuk
Sanitariuszka
Lat 18
dice la leyenda borrosa sobre la piedra
no está sola
yace enterrada con una amiga
que murió junto a ella
quién sabe si realmente serían amigas
o si sólo murieron tomadas de la mano por pura desesperación
Halina Soroczyńska
también enfermera, también scout
dieciséis años
las dos comparten la lápida
con su cruz y su símbolo del AK
con la leyenda que dice: murieron en su puesto
como si hubieran muerto tan valientes y no aterrorizadas
en la Ciudad Vieja
el 28 de agosto de 1944
es la tercera fecha distinta que veo de su muerte
murió el 20
murió el 26
murió el 28
las fechas a veces están mal puestas
me dicen
lo más probable es el 26
y yo me desespero
porque no es lo mismo
no puede ser lo mismo
en ese tiempo comprimido
de esos dos meses con la muerte dando vueltas a su alrededor
no es lo mismo
no puede ser lo mismo
a los dieciocho años
haber vivido seis días menos, dos días más
Dejo en la tumba un gladiolo blanco, y otro rojo
que até con una cinta
también roja, también blanca
que me dan los familiares
del batallón Gustaw-Harnaś
-dos batallones que se unieron en uno solo cuando ya quedaban pocos en ambos-
van mapa en mano
entre las tumbas
chequeando
que ningún soldado
del batallón Gustaw-Harnaś
se quede sin su flor
en estos días de homenajes
Me acordé de la tristeza que me daba
cuando era chica
y visitaba la tumba de mi abuelo
en el cementerio municipal
ver a su alrededor las tumbas rotas, ninguna flor
Y aquí estoy hoy
yo que nunca voy a los cementerios
dejando una flor sobre la tumba
de Barbara Wajszczuk
que es a la vez mi familia y una desconocida
Quiero poner gladiolos
rojos y blancos
en las tumbas de todos sus amigos
como cuando era chica
y robaba flores de la lápida de mi abuelo
para adornar las otras
las rotas, las descascaradas, las que no tenían visitas
la memoria se pega donde quiere pegarse
ahora se pega a Barbara
Y cuando regreso al memorial del batallón
una mujer
cuyo su padre era tío de Barbara y también insurgente
me abraza
y veo el nombre de Barbara
escrito en el monumento con otras decenas de nombres
y los bisnietos de un primo lejano
de Barbara, también insurgente
que fueron
poniendo gladiolos rojos y blancos en cada sepultura
de los chicos del batallón Gustaw-Harnaś
me dicen que el cuerpo de su bisabuelo nunca fue encontrado
pienso en el extraño
gris
privilegio
de que estemos papá y yo
frente a la tumba donde yace Barbara Wajszczuk
Me sube algo por el estómago
un estertor que sólo yo escucho
y no sé por qué
si por ella
por mi abuelo borroneado en mi memoria
por papá
o por toda esta historia
que dice algo de nosotros
que sé que horada algo en nuestro nombre.
Antoni, cementerio de Powązki, agosto de 2015
(versión de un poema incluido en Chicos de Varsovia. Sudamericana, 2017)
Cuadrante A-27
fila 1
lugar 14/15
a pasos de la tumba de su hermana
está Antoni
Un hombre
de la edad de mi padre
con una escobita verde,
o un cepillo
va acariciando el granito negro
lo pule
saca la hojarasca
con una espátula despega
la suciedad
de la lápida
de los nombres de los soldados del pelotón 135
grabados en el granito
Antoni Wajszczuk
“Toni”
Lat 20
estoy sola
y no me animo a preguntarle al hombre quién es
si alguno de los restos ahí enterrados le son propios
si le resuenan sus nombres, sus seudónimos, la edad en que murieron
no sabría cómo preguntárselo
no sabría cómo decirle que ese apellido sobre la tumba es también el mío
papá se quedó en el memorial del batallón Gustaw
y yo me tropiezo de casualidad con la lápida
de granito negro
con una leyenda central
y los nombres de los soldados a izquierda y derecha
esa lápida
cuidada por los familiares
que en 1946 eran como cualquier persona en Varsovia:
se habían quedado sin nada
sólo con los restos de sus hijos, de sus hermanos, de sus amigos
y una asociación del gobierno comunista los ayudó
para que sus hijos, sus hermanos, sus amigos
descansaran en Powązki
exhumaron los restos
los cargaron en tres ataúdes
dieron una misa
recibieron medallas
(Entonces ¿y la persecución del gobierno?
los familiares fueron ayudados por una asociación oficial
tal vez sería como son siempre estas cosas:
alguien que conoce a alguien
ese alguien que los ayuda
a pesar de estar relacionado
con el gobierno que los sospecha y los persigue
los ayuda
a lograr un pedazo de tierra para una tumba
con una cruz sencilla
y siete nombres
y una leyenda:
Gloria a los caídos – Consuelo a los que viven
La Historia está llena de excepciones.)
Antoni
Antoś
Antek
así lo nombran en la familia
¿quién le habrá puesto Toni como nom de guerre?
¿le habrá sonado exótico, más norteamericano, más atractivo para las chicas?
Antoni era alto
delgado
de cara afilada
la frente despejada, el pelo rubio
corto, peinado hacia atrás
era guapo Antoni
sonríe en una foto junto a un primo, camisa blanca
y en otra con su hermana Danuta
se le marcan mucho las comisuras de los labios
Parece que era de temperamento inflamable
parece que
de todos sus hermanos
él ya tenía algún vínculo con el AK
antes de mudarse a Varsovia
y estudiar farmacia en la escuela clandestina
-algunos dicen medicina-
y sumarse a mediados de 1942 a un batallón del AK
como aspirante
a fusilero
que por eso
por su carácter
por su edad
por sus amistades peligrosas
era candidato perfecto para ser deportado al Reich
los oficiales de la Gestapo
que ocuparon su casa en el pueblo de Krasnystaw
ya le habían echado el ojo
a ese muchachito impulsivo
que los enfrentaba
mejor mudarlo
-dijo la familia-
a él y a sus hermanos
mejor un lugar más seguro
mejor donde puedan estudiar:
Varsovia
¿O habrá sido él quien habrá insistido?
Lo veo:
Antoni convenciendo a su familia de que quería estudiar
ser médico
y ser soldado
como tantos en la familia Wajszczuk
Antoni
que quería vivir en Varsovia
que ardía por sumarse al AK
y combatir
al invasor nazi
Pero
lo único que hay es su tumba
y este hombre que sigue rasqueteando el granito
cambiando el agua a unos claveles blancos y rojos
no sé nada más de Antoni
y la ficción tendría que colarse
a tapar
los agujeros de esta historia.