Daniela Lesmes
(Bogotá, 1998). Ha participado de diversos talleres literarios. Finalista y ganadora de concursos literarios juveniles, razón por la que ha dedicado los últimos años a escribir de manera compulsiva. Recientemente se le ha convocado a lecturas, festivales de poesía y publicaciones literarias de cuento y poesía. Se incluyó en la antología Depredación, de la Editorial Seshat. Estudió en la Universidad Pedagógica Nacional y actualmente estudia Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana en la Universidad Gran Colombia.
DESVELO
Mis versos son rasgados por las garras del desvelo
la noche inclemente me corta la vista
el día espontáneo me roba la inspiración
mi mayor aspiración es fumar los cigarrillos suficientes para mantenerme viva hasta que muera.
YA VAN DOS MESES SIN PODER DORMIR
Los helicópteros con su horrible zumbido me recuerdan los zancudos que volaban sobre mi cabeza en las noches eternas Intentando conciliar el sueño siento como el reloj pegado en la pared empieza a derretirse como en los sueños de Dalí los minutos empiezan a correr en millas y las lágrimas se convierten en acido de batería los intestinos rugen enormemente y sientes un ardor indescriptible en la boca del estómago ves a los lejos a tus amigos bailando felices en medio de un pogo, pero este pogo es particular, es el pogo de los días y las noches, de la tristeza y el desenfreno sus risas se vuelven balas y los abrazos molochas Todos se funden entre poemas y palabras.
EL CAPUCHO DE MI BARRIO
En mis ojeras ya no cabe otro nombre más de compañerxs muertxs o heridxs, no quiero irme a dormir nuevamente pensando que a la marica de mi amiga la pueden matar , violar, descuartizar o desaparecer, por ser una diva, puta y parada.
No quiero salir a la calle en la mañana sintiendo miedo porque un tombo me quiere rasgar las mallas y matarme por ser una mujer, por ser joven, por ser adulta, por ir con poca ropa, por ir con mucha ropa, por no responder al saludo o por sonreír.
No quiero despertar a mitad de la noche llorando por las pesadillas que me genera el cochino presidente con su cara de pendejo dando la orden para desaparecer al ñero de mi barrio que ahora es un capucho consagrado con bienestarina y agua de panela con limón.
No quiero prometerle a mi mamá que llegaré todas las noches o que volveré a casa, temo no poder cumplirle.
Ya no quiero seguir cargando bicarbonato, gasas, curas, vinagre y ropa de cambio, por sí un tombo se enamora de mi o de mis parceros.
Quiero poder leer poemas en las calles sin que se me acuse de guerrillera.
Quiero poder escuchar la risa de mi hija en la noche, pero no quiero escuchar un disparo más una aturdidora más.
Los huesos de mis oídos se están desacomodando de tanta mala noticia, que hoy mataron, que hoy robaron, que hoy violaron, que hoy, ayer y mañana seguiremos nadando en la sangre de nuestros campesinos, que a los indígenas los mata la «Gente de bien» que en sus camionetas cargan más armas que libros, mas perico que comida, que usan a las mujeres como sus esclavas mientras promueven la familia tradicional, esos que se hacen comer el vómito a sus hijos y al pueblo.
Hoy quizás no nos encomendamos al sagrado corazón de Jesús, pero amigo capucho hoy puedo decir que en vos si confiamos.
INCAPACIDAD
La tarde cae sobre los hombros de los ciudadanos
siempre cojos o mancos
la noche aspira el humo que dejan los cigarrillos malucos
las estrellas parecen agujeros de gusano que ya no están en el firmamento
si no en el ombligo de sus habitantes
Las calles son infinitos ríos de asfalto oscuro con corrientes nostálgicas
como nosotros, los transeúntes.


















