Joan Margarit

(Sanaüja, Segarra, Catalunya, 11 de mayo de 1938- Sant Just Desvern, Barcelona, 16 de febrero de 2021). Poeta en catalán y castellano, escribió simultáneamente –que no tradujo: esta cuestión está tratada a fondo en su libro Poética– toda su obra en ambas lenguas. Pasó su infancia, adolescencia y primera juventud en Barcelona, Rubí, Figueres, Girona y Tenerife. Arquitecto de profesión, fue catedrático de Cálculo de Estructuras de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona.
Sus inicios literarios, siempre enmarcados en el campo de la poesía, los encontramos en obras en castellano como Cantos para la coral de un hombre solo (1963), Doméstico nací (1965) o Predicción para un bárbaro (1979). Con L’ombra de l’altre mar y Vell malentès (Premio de la Crítica), que aparecen en 1981, empieza a publicar su obra poética en catalán.
Otras de sus obras son: Cants d’Hekatonim de Tifundis (Premio Miquel de Palol, 1982), Raquel, La fosca melangia de Robinson Crusoe, L’illa del tresor (Flor Natural en los Juegos Florales de Barcelona, 1985), Mar d’hivern (Premio Carles Riba, 1985), La dona del navegant (Premio Serra d’Or, 1982) y Els primers freds. Poesia 1975-1995 (antología del autor, 2004). En 2002 publicó simultáneamente en catalán y español Joana, una reflexión del poeta a partir de la muerte de su hija, poemario que es una elegía amorosa realista y meditativa.
Recibió entre otros los premios Carles Riba (1985), Premi Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya (2008), el Premio Nacional de Poesía (2008) y el Premio Jaume Fuster dels Escriptors en Llengua Catalana (2015). Recibió en México el Premio Víctor Sandoval Poetas del Mundo Latino (a la obra completa), compartido con José Emilio Pacheco, y en Chile el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2017). Fue galardonado con el Premio de Literatura en Lengua Castellana «Miguel de Cervantes» correspondiente a 2019.
Más información en: https://www.joanmargarit.com/es/bio-bibliografia/ y
https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/creadores/margarit_joan.htm

Recuerdos de Joan Margarit
Por David Castillo
No recuerdo ni el día ni el año en que murió Joan Margarit, ni si era verano, invierno o primavera. Sólo sé el dolor que conservo y el recuerdo casi diario de su ausencia. Todavía espero que el teléfono fijo, al que casi sólo me llamaba él, suene, pero ya sin suerte. Sólo llaman corporaciones para que cambie de compañía eléctrica, de gas, telefónica, de seguros… Siempre pretendo dar de baja el viejo aparato por inútil, pero fue a donde me llamó Joan dos o tres días antes de su fallecimiento. Compruebo las fechas y su adiós se produjo en febrero de 2021, hace cuatro años y medio. Tiempo perdido. ¿No todo el tiempo es perdido? Uno de nuestros empeños fue emplazarnos a fijar una cita mensual para desayunar en donde le gustaba a él, asépticas cafeterías de Gracia o Sant Gervasio, una yogurtería desaparecida en la Diagonal, cerca de Francesc Macià. Allí acudía el maestro con poemas suyos, míos corregidos o presto a recibir instrucciones para enfocar una situación determinada. En su última llamada la voz parecía surgida del más allá, ronca a resultas de una herida provocada por el cáncer. Acabó animándome para afirmar que era normal, que ya había hecho todo lo que tenía que hacer, había llegado a los 82 años, llevaba un linfoma con el agravante del Covid que nos sobrevolaba a todos. Margarit, como siempre, enfocaba la muerte con realismo, sin pataletas ni dramatismos. Antes había enfocado sus últimos libros, una limpieza a fondo de su obra: «De los grandes poetas sólo se conservan ocho o diez poemas, a ellos sumo los que yo quiero por razones autobiográficas y prou (suficiente)». Joan era así, pragmático, austero, mantenía su proyecto donde no cabían algunas de sus vidas anteriores y menos libros que consideraba circunstanciales, de una época lejana a su poética en curso, llevada a rajatabla, con disciplina y sin sentimentalismos.
En la conversación, de la que intenté recoger frases en la portada de un periódico, perdido, Joan me habló del traspaso con valentía, afirmando que ya lo comprendería, que no sufriera por él. La verdad es que no me resultó convincente. Hubiera preferido alguna de aquellas citas a volver a recitar, «on sigui» (dónde sea), que nos llevaron por centros cívicos, ateneos libertarios y toda suerte de asociaciones culturales. Detallista hasta el intimismo, me preguntó si Judit Díaz Barneda había acabado la traducción del Guerra y paz de Tolstoi, a pesar de que nunca podría leerlo. Joan Había tenido la sensación de que Joseph Brodsky era buen ensayista, pero mal poeta. Una traducción de Barneda del Nobel ruso al catalán le hizo cambiar la percepción puesto que las traducciones castellanas eran deficientes. Precisamente de Brodsky lo entusiasmó la capacidad para sumar pasado y presente en sus poemas de futuro. En uno de los epílogos de sus libros del 2010, dice:
«Llega un día en que el pasado pide orden, y, pues, una atención especial a este hecho misterioso que son los recuerdos. Porque el pasado y el mañana se borran como si se tratase de una ley de la física, y cada vez tengo más la sensación de que lo que la mente ha guardado no son fragmentos aleatorios sino la esencia del pasado…».
Es un resumen brillante como el inicio del cuarteto de Eliot, pero de manera más sucinta y eficiente. Continúa: «Lo que se recuerda, a pesar de que pueda no ser cierto, es, en cambio, la verdad».
Todos estos silogismos fueron producto de una maduración que supo mantener tensa poesía y pensamiento. No hubo en su tiempo ningún poeta capaz de condensar ni de trabajar tanto los poemas. Nunca los daba por acabados hasta surgir repeticiones u obviedades. Nunca tenía suficiente, roía el hueso hasta volverlo brillante. Por ese motivo, las imágenes de las ejecuciones de la guerra o de su abuela espatarrada para mear en el campo adquieren una verosimilitud que hace daño, tanto por la crueldad como por el realismo. La venganza de los ganadores de la contienda le sirvió para conectar con un cierto existencialismo que atraviesa de punta a punta su poesía, la dureza de la sinceridad arrojada al abismo:
«Sé que no resulta prudente que busque los lugares del recuerdo si no quiero que peligre el sentido, débil y lejano, que todavía mantienen esos días. Debo buscar en el mundo real los lugares de la memoria. Existe una relación con las falsedades propias que no resistiría ningún tipo de existencia más allá de la mental. Miro el cielo, veo las nubes avanzando como trenes silenciosos. El cielo es el único que, a pesar de Heráclito, es idéntico al de la infancia. La ilusión es la fuerza del cielo. Desconfío del recuerdo, como del sexo, pero ambos me ligan a la vida. Uno siempre desconfía de lo más importante, es nuestra cobardía».
Quiero incidir en que Joan Margarit fue uno de los poetas que más trabajó en su obra. Podías ir con él al otro rincón del mundo, pero él establecía una disciplina férrea, elaborar y modelar el poema significaba también visitar a sus hijas en un acto casi catártico y comprender el pasado, el dolor que lo había modelado, asimismo, a él y a su poesía. Entre estos personajes, recuerdo, familia, recuerdos y posguerra, hizo oscilar gran parte de su obra rescatada. Joan podría haber disfrutado más de su profesión –de arquitecto de renombre, ni más ni menos–, de la cátedra de Cálculo de Estructuras en la Universidad Politécnica de Cataluña, pero prefirió, ya jubilado, emprender una aventura en un sentido único. Le había consultado si no eran hermanas las dos disciplinas artísticas, pero el catedrático necesitaba todo su tiempo para avanzar por un territorio minado de envidias y resentimientos. Nadie lo hubiera boicoteado en el terreno profesional, pero el éxito –relativo– en la poesía lo llevó a ser odiado por muchos resentidos del gremio. Él se reía de todo, prescindía absolutamente de estas miserias, a pesar de querer participar siempre en el oficio de poeta, a menudo al margen de los fastos que le llegaron con los innumerables galardones que cosechó.
Muevo pocos libros para redactar estas líneas. Podría incidir más en recuerdos, pero la redacción busca sus propios vericuetos y atajos. Me parece estupendo que en el último período fijara su obra en libros como Poètica, Per tenir una casa cal guanyar la guerra, Sense el dolor no hauríem estimat y Tots els poemes. Me sirven para volver a las conversaciones en las mañanas de días entre semana, cuando pasaba a recogerlo por su casa o bajaba él con su coche a Barcelona. Detestaba la arquitectura pomposa, así como la poesía de este estilo. En una ocasión, en la plaza del Sol del barrio de Gracia, reivindicó la sencillez de las casitas bajas, sin florituras. Cuando le pregunté qué opinaba del modernismo, se reservó la opinión para sí mismo. En uno de sus libros de memorias recuerda el paisaje natal, la dureza de las condiciones laborales, incluso el paludismo que afectaba la comarca. Su pueblo, Sanaüja, es de los más feos de Cataluña, una arquitectura marcada por los almacenes y los edificios donde crían cerdos. En invierno, frío glacial; en verano, calor asfixiante. Nunca pude entender cómo una persona tan delicada podía proceder de allí. Él explicaba que sus orígenes y sus etapas conflictivas, la profesión y los comercios de sus abuelos conformaban su carácter. Cierto es porque al lado del hombre amable y conversador, cuando lo forzaban, podía surgir un diablo que no perdonaba en combate. Esas dualidades, que tan bien se expresan en sus poemas, resultan a menudo el núcleo de su inspiración, «de cosas que están lejos de los poemas». En su poema «Turó Park», ambientado en los jardines de una zona actualmente burguesa de la ciudad, pero que él conoció cercana a las chabolas, escribe: «Allí descubrí que, para ser libre, los que te aman no deben saber dónde estás».
También me resultó estimulante que después de preparar Sense el dolor no hauríem estimat (Sin el dolor no habríamos amado) decidiera subtitular el libro como «antología personal», siguiendo los consejos de Borges, que manipuló hasta el final su obra. Fue un tema recurrente de conversación, ante sus dudas. Concebido como un naufragio, pocos poemas de los primeros libros se salvaron. Ya no le interesaban los motivos que los indujeron sino si mantenían una coherencia con su poética activa. En el discurso del Premio Cervantes, que recibió en el 2019, Margarit evoca cuando publicó su primer libro de poemas en 1963, con un prólogo de Camilo José Cela, al que no conoció. Sitúa esos poemas ante la luz de la ventana, ante los tejados de algún pueblo costero de la Gran Canaria, islas que nunca olvidó. También se refiere a la palabra que abre el poema o el cuento y la posibilidad del poema «siempre a punto a ser rehecho o cambiado». Leyéndolo hoy sin posibilidad de quedar con él, o hablar por teléfono, me siento extraño, a pesar de que su voz grave y su risa me acompañan. O me recito de memoria los versos de Estación de Francia:
Cuando me escapo un rato, al terminar
una visita de obra en algún barrio extraño
y entro a tomar café en un pequeño bar
donde no me conocen, se me ocurre que soy
alguien que se está yendo para no regresar.
Margarit siempre regresa a tomar un café, se sienta y te propone un nuevo juego de escritura. Hacemos las apuestas y nos jugamos la vida, mientas él contesta: «Si no apostamos fuerte, no vale la pena jugarnos nada…». Ahora ya es eterno mientras lo busco en el bar.

Empezar a escribir, empezar a publicar
Por Joan Margarit
Me dirijo a alguien que no me ha escrito. Alguien que, supongo, nunca me escribirá. No sé si Rilke, aparte de las del señor Kappus, recibió más cartas de poetas que preguntaban por la calidad de sus poemas. En cualquier caso, la correspondencia en los primeros años del siglo xx descartaba cualquier pretensión de tratar temas inmediatos y urgentes. No había lugar para la prisa, tan ligada a veces con el error de creerse poeta sin serlo.
Una diferencia importante de nuestra época en relación a cuando Rilke escribía las Cartas a un joven poeta es la facilidad actual de publicar un libro. También el gran número de premios literarios que dan una especie de certificado de poeta. Una de las primeras consecuencias de esta situación es que la poesía ha dejado de ser un arte pobre, al incorporarse a los méritos o adornos útiles para escalar niveles profesionales o sociales. Naturalmente, no pretendo afirmar lo contrario, es decir, que quien tiene un cierto nivel profesional o social no pueda ser poeta (un ejemplo lo bastante antiguo es el de la poesía clásica china). Lo que quiero decir es que la poesía está al margen de estos asuntos.
Si el Rilke de 1903, aunque todavía no era demasiado conocido, viviera hoy, seguramente recibiría, en lugar de cartas, libros ya editados con dedicatorias en general devotas, y le sería difícil discernir si se trata de solicitudes de orientación o meros oportunismos, si está ante los comienzos de poetas de verdad o sólo de alguien que busca, más que consejo, una aprobación e incluso una admiración que pueda serle útil en algún aspecto ajeno a la poesía.
El poeta auténtico, por joven que sea, puede que dude acerca de en qué momento de su aprendizaje se encuentra, pero pienso que sabe perfectamente que él es un poeta, y nunca preguntará por esta cuestión. El mismo señor Kappus, el corresponsal de Rilke, seguramente no era un poeta sino alguien más parecido a estos jóvenes con libro y premio literario, pero sin un destino de poeta. Incluso uno podría leer las Cartas a un joven poeta como si fueran una obra de ficción del propio Rilke. ¿Por qué me cuesta tanto imaginarme a un poeta preguntando si lo que escribe es poesía? Supongo que porque pienso que la poesía, en el sentido que lo ha entendido toda una serie de generaciones a las cuales yo todavía pertenezco, no es ni un oficio ni una profesión. Es algo que se decide desde uno mismo, con pocas posibilidades de que alguien pueda garantizar el acierto de esta decisión. En este sentido, es peligroso el malentendido, cada vez más habitual, que confunde la conocida expresión «poesía para todos» con «todo el mundo puede escribir un buen poema».
Escribir poesía es una operación que trata de reunir en un solo flash –el poema– sensaciones, sentimientos, experiencias de sentimientos e intuiciones que se combinan mostrando un reflejo de la verdad. Pero este flash tiene lugar, al principio, sólo en la mente del poeta. Este debe, entonces, separar los sentimientos de las experiencias de sentimientos, porque estas y no aquellos serán las que conducirán hasta el poema. Después, para que este flash se repita en la mente del lector, hay que trasladarlo a palabras de manera que no pierda ni su concisión, ni su exactitud, ni su intensidad. Para llevar a cabo el comienzo de esta operación, llegar a tener el poema in mente, se necesita ser poeta, haber nacido con unas condiciones iniciales. Después, para trasladarlo a la palabra, hace falta además una tecnología personal que sólo se puede aprender conociendo los caminos interiores que hay que seguir para el desarrollo de la propia poesía, para llegar a reconocer qué parte de su descubrimiento pertenece a los poetas que han escrito antes y qué es lo que se va perfilando como algo propio, que no se encuentra en poema alguno. Para llevar a cabo todo este proceso es necesario dominar herramientas cuyo aprendizaje están al alcance de todo el mundo y que básicamente son la gramática, la sintaxis, la ortografía, la métrica, la retórica y la lectura de los clásicos.
Que la parte más importante del trabajo de un poeta necesite unas condiciones innatas es una primera señal de que escribir poesía no es un oficio o una profesión. Ser poeta es una manera de ser o de estar en el mundo, como diría Heidegger. Un oficio o una profesión no necesitan de una manera tan rotunda ninguna condición inicial. Siempre es mejor disfrutar de unas buenas habilidades naturales, pero sin ellas también se puede aprender y ejercer con dignidad una profesión o un oficio, sólo con el correspondiente aprendizaje y alguna virtud del tipo de la prudencia, la constancia o una cierta inteligencia. Y aún otra diferencia importante: hay una infinita modulación en la eficacia con la que puede ejercerse una profesión o un oficio, mientras que esta modulación no existe para el poema. Un poema, o bien es un buen poema o no es nada. De aquí viene cuán cruel puede ser en la madurez el error de juventud de haberse creído poeta y equivocarse, si uno ha continuado intentándolo. Es toda su vida la que habrá equivocado. Por suerte, estas cosas se saben o se averiguan con relativa facilidad, como le debió pasar al señor Kappus. Sólo pueden engañar, o llevar a la simulación, algunas obcecaciones ajenas a la poesía: la ambición, la soberbia, la creencia que un cierto sello de poeta puede ayudar en algún tipo de promoción, o cualquier otra perversión de la poesía. Es frecuente, por ejemplo, utilizar el fracaso poético revistiéndolo de injusticia social. La capacidad de manipulación de la propia identidad es muy alta, aunque siempre se acaba volviendo en contra de quien la lleva a cabo, sobre todo si se trata de escribir un poema.
Me dirijo, pues, a alguien que no me ha preguntado si se podría convertir en poeta porque no tiene ninguna duda de que lo es o de que lo será. Alguien que no ha encontrado aún su propia voz, pero que sabe que esta voz le está esperando en algún lugar del futuro. Lo primero que le diría es que la prisa por publicar no suele llevar más que a arrepentimientos posteriores.
En Joan Margarit, Un mal poema ensucia el mundo.
Ensayos sobre poesía, 1988-2014, Barcelona, Arpa Editores, 2016.

Poemas de Joan Margarit
Del libro Misteriosament feliç (Misteriosamente feliz)
Amor i supervivència
Destruït el passat, sempre intentem
reconstruir-lo, com a un casalot.
Però no hi viu ningú. No hi ha ni la litúrgia
que té de matinada l’autopista.
Comprenc ja poques coses d’aquells dies.
Queden els resultats. Durs a vegades.
Una casa de nines i l’escalf
que ocultaven la teva soledat.
Ferides lletges sota benes blanques.
Camino sota llunes impecables
que van lluir en la teva infància,
sento un ordre de contes d’adormir-te.
Penso en la dignitat d’aquella nena
deixant a la germana –tan més feble
el seu lloc de princesa. No hi ha errors
que puguin arribar sense adonar-nos-en
tan lluny com els comesos amb la infància.
Si no sabessis quin amor sóc jo
i si jo no sabés l’amor que ets tu
és que hauríem perdut la nostra estrella.
Encara que ja fa molts anys que ignoro
les teves pors, les teves esperances
quan ets sola a la cambra d’un hotel,
i que no sabré mai quins dels meus rostres
escolliràs un dia en recordar-me,
de sobte sento que hem sobreviscut,
sense carícies, a un abandó.
Amor y supervivencia
Destruido ya el pasado, no cesamos
de intentar reconstruirlo, igual que un caserón.
Pero hoy allí no vive nadie.
No queda ni siquiera la liturgia
que hay de madrugada en la autopista.
Comprendo poco ya de aquellos días.
Quedan los resultados. Duros en ocasiones.
El afecto, una casa de muñecas,
llegaron a ocultar tu soledad.
Heridas feas bajo vendas blancas.
Camino bajo lunas impecables
de tu niñez y siento un orden
de cuentos para cuando te dormías.
Pienso en la dignidad de aquella niña
que dejaba a su hermana –la más débil
su lugar de princesa. No hay errores que puedan,
sin que nos demos cuenta, llegar hasta tan lejos
como los cometidos con la infancia.
Si no supiera qué amor eres
ni tú supieras qué amor soy,
habríamos perdido nuestra estrella.
Aunque ignoro desde hace muchos años
tus miedos y esperanzas cuando estás
sola en alguna habitación de hotel.
Aunque nunca sabré cuál de mis rostros
escogerás un día al recordarme,
he sentido de pronto que tú y yo, sin caricias,
hemos sobrevivido a un abandono.
Bandoneón
L’harmònium litúrgic de carrer,
l’orgue alemany més pobre,
va embarcar amb els emigrants,
que el van portar als bordells de Buenos Aires.
Igual que un capellà que ha apostatat,
allà va arrossegar-se per històries
de soledat i de melancolia.
Sempre he estimat els tangos, que escoltava
quan era un nen, les tardes de diumenge,
amb el pare i la mare que els ballaven
amunt i avall pel passadís de casa.
Són la veu d’una èpica perduda,
amb el bandoneón arrossegant
lletres que parlen dels amors culpables.
Els qui ballaven en el passadís
ara ja són dintre d’un tango.
Misteriosament feliç el cantusseja
un vell provant un pas de ball en atansar-se,
amb un somriure, a la Desconeguda.
Bandoneón
El litúrgico armonio callejero,
el órgano más pobre de Alemania,
fue con los emigrantes que embarcaron
y llegó hasta el burdel en Buenos Aires.
Igual que un cura apóstata,
allí se fue arrastrando por historias
de soledad y de melancolía.
Amé siempre los tangos, que escuchaba
en mi niñez, las tardes de domingo:
mi padre y mi madre los bailaban
recorriendo el pasillo de la casa.
Son la voz de una épica perdida,
con los bandoneones arrastrando
letras que hablan de un amor culpable.
Los que bailaban en aquel pasillo
ahora viven ya dentro de un tango
que, misteriosamente feliz, canta
un viejo que sonríe dando un paso de baile
mientras se acerca a la Desconocida.
Retorn
La lluna aporta el seu prestigi antic
a aquest petit abocador apartat,
clausurat, i que mira vers la vall
on, llunyans, parpellegen alguns pobles.
Quan veníem de nit a llençar escombraries
ens quedàvem a veure el firmament.
Sento remors de bèsties creuant el sotabosc.
Els arbres, l’horitzó: tot és en ordre.
Sota la lluna, el vell abocador
ara és cobert de romaní i espígol:
Però no té ja aquella força
de quan ens hi quedàvem a mirar,
voltats d’escombraries, les estrelles.
Retorno
La luna aporta su prestigio antiguo
al pequeño, apartado vertedero
que, clausurado ya, mira hacia el valle
donde tiemblan las luces distantes de unos pueblos.
Cuando veníamos de noche
a tirar la basura,
nos quedábamos a ver el firmamento.
Oigo un rumor de bestias cruzando matorrales.
Árboles, horizonte: todo en orden.
Bajo la luna, al viejo vertedero
hoy lo cubren espliegos y tomillos:
Pero no tiene ya la misma fuerza
de cuando nos quedábamos aquí para mirar,
rodeados de basura, las estrellas.
Del libro Casa de misericòrdia (Casa de misericordia)
Casa de misericòrdia
El pare afusellat.
O, com el jutge diu, executat.
La mare, la misèria i la fam,
la instància que algú li escriu a màquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia deixar els fills
dins de la Casa de Misericòrdia.
El fred del seu demà és en una instància.
Els orfenats i hospicis eren durs,
però més dura era la intempèrie.
La vertadera caritat fa por.
És com la poesia: un bon poema,
per bell que sigui, ha de ser cruel.
No hi ha res més. La poesia és ara
l’última casa de misericòrdia.
Casa de misericordia
El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
La madre, ahora, la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
Saludo al Vencedor, Segundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos
en esta Casa de Misericòrdia.
El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos fueron duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Igual que la poesía: un buen poema,
por más bello que sea, será cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia.
Del libro Els primers freds (El primer frío)
Dona de primavera
Darrere les paraules només et tinc a tu.
Trist el qui mai no ha perdut
per amor una casa.
Trist el qui mor envoltat de respecte i prestigi.
Jo em crec el que passa en la nit
estrellada d’un vers.
Mujer de primavera
Detrás de las palabras sólo te tengo a ti.
Triste quien no ha perdido
por amor una casa.
Triste el que muere
con un aura de respeto y prestigio.
Me importa lo que sucede en la noche
estrellada de un verso.
El banquet
Amb els fèmurs trencats pel pes de noranta anys,
malfiada i golafre, la sogra ens vigilava,
i el covard del meu sogre, sota l’obesitat,
en deu llengües callava. El meu fill, amb un pou
fred i fosc al seu cap, s’atipava
davant de la televisió.
El meu germà es matava, engreixant-se i cridant
procacitats vulgars a les tovalles blanques.
Dissecats, els meus pares, muts de tant odiar-se,
duien la soledat terminal a la cara.
Era un banquet moral, repugnant i fantàstic.
Amb la nostra amistat salvada del naufragi
somrient em miraves,
però tants anys de monstres han estat implacables.
El banquete
Con los fémures rotos bajo el peso
de sus noventa años, desconfiada y voraz,
mi vigilante suegra, y mi cobarde suegro,
bajo su obesidad, que en diez lenguas callaba.
Mi hijo, con un pozo oscuro y frío
en su cabeza, absorto se atracaba
mientras veía la televisión.
Mi hermano se mataba
engordando a la vez, mientras decía
sucias procacidades a los limpios manteles.
Mis padres parecían disecados,
mudos de tanto odiarse, y ya tenían
aquella terminante soledad en sus caras.
Un banquete moral, asqueroso y fantástico.
Tú, con nuestra amistad salvada del desastre,
mirándome sonriente. Y era inútil:
tantos años de monstruos han sido implacables.
Del libro Des d´on tornar a estimar (Amar es dónde)
Coneixement
Cavar entre les pedres, els terrossos
i les arrels que mai no arrencaràs.
Però aquest és el preu del que és profund.
Cavar és religiós.
És una forma de bondat.
Cavar de nit. Després agenollar-se
i aixecar els ulls a les estrelles
sabent que cal buscar-ho tot a terra:
com construir una casa, com escriure un poema.
I fins i tot des d’on tornar a estimar
en aquest temporal de la memòria.
Conocimiento
Cavar entre las piedras, los terrones,
las raíces que nunca arrancarás.
Es el precio que tiene lo profundo.
Cavar es religioso.
Es una forma de bondad.
Cavar de noche. Luego arrodillarse
y alzar los ojos hacia el firmamento
sin olvidar que todo ha de buscarse en tierra:
cómo alzar una casa, o escribir poesía.
Incluso desde dónde poder volver a amar
en este temporal de la memoria.
L’època generosa
Nostres com les cançons que fan plorar
són aquells dies.
Van ser la veritat de quan es feia fosc
amb somriures, banyant les criatures.
El cansament alegre del sopar.
Les cares que mai més
no han tornat com llavors a confiar-se.
La vida s’alimenta dels dies generosos.
De donar i protegir.
Quan s’ha pogut donar, la mort canvia.
La época generosa
Nuestros, como canciones
que nos hacen llorar, son esos días
que fueron la verdad de los anocheceres
sonrientes y del baño de los niños.
El alegre cansancio de la cena.
Las caras que no han vuelto
a confiar como entonces.
La vida se alimenta de días generosos.
De dar y proteger.
Si se ha podido dar, la muerte es otra.
Vinc d’allí
Visc en ciutats amb edificis alts,
inclinats, al biaix i que exhibeixen,
sumptuosos, la força del perill
i de la insensatesa.
Titani i vidre reflectint els núvols.
Però la vida són també bastides,
uns humils esquelets per anar amunt.
Com un traïdor de Shakespeare, l’opulència
planeja sempre un crim.
I jo sóc una carta mal escrita
pels qui van obrir pas a l’aigua fins als horts.
Vinc d’allí. El que hi hagi en mi de noble
no pot venir d’enlloc més que de la pobresa.
La que amb humilitat treu la bastida
d’uns murs ben rectes, verticals i clàssics.
La que amb l’aixada va apartar la terra.
L’he coneguda. Sé què és.
Mai no la confondré amb tot allò
que hi ha de miserable en l’opulència.
Vengo de allí
Vivo en ciudades de edificios altos,
al sesgo y que se inclinan
para exhibir, suntuosos,
la fuerza del peligro y de la insensatez.
Son titanio y cristal reflejando las nubes.
Pero la vida son también andamios,
humildes esqueletos hacia arriba.
Como un traidor de Shakespeare,
la opulencia planea siempre un crimen.
Y yo soy una carta mal escrita
por la gente que abrió
paso al agua hasta el fondo de los huertos.
Vengo de allí. Lo que haya en mí de noble
sólo puede venir de la pobreza.
Ella con humildad retira el andamiaje
y deja muros rectos, verticales y clásicos.
Ella apartó la tierra con la azada.
La he conocido. Sé qué es.
No voy a confundirla con lo otro,
lo que hay de miserable en la opulencia.
Del libro No era lluny ni difícil (No estaba lejos, no era difícil)
Penúltim poema a la meva mare
Acabada la guerra, jugàvem al carrer.
En sentir un avió sorties a buscar-nos
fins que el seu so es perdia enllà dels núvols.
Són les ruïnes d’aquell lloc segur
que hi havia a la infància.
Una vegada em vaig llevar
de matinada, estaves a les fosques,
asseguda a la taula de la cuina
igual que una gavina dins l’escletxa
d’una roca durant el temporal.
Només veig la llumeta d’una casa
que ja no hi és,
però que em fa sentir menys malaurat.
Fins que el perill es perdi a l’horitzó.
Penúltimo poema a mi madre
Acabada la guerra, solíamos jugar
en nuestra calle, y tú, al oír un avión
salías a buscarnos hasta que su sonido
iba a perderse entre las nubes.
Son las ruinas de aquel lugar seguro
de la infancia. Recuerdo que una vez
me levanté de madrugada
y tú estabas allí en la oscuridad,
sentada en la cocina
igual que una gaviota en una grieta
de la roca durante el temporal.
Veo tan sólo una luz tenue:
la casa que, a pesar de no existir,
me ha hecho sentir menos desdichado.
Hasta que ya el peligro
se haya perdido por el horizonte.
Del libro Es perd el senyal (Se pierde la señal)
Jazz
Una nit vàrem dur-lo amb nosaltres
al seu primer concert.
S’estava tan quiet entre tu i jo.
La llum dels focus va deixar tot sols
el saxo i el piano. Dins l’ombra, en els ulls tímids
tenia el centelleig dels instruments.
La raó més profunda de la música
l’abrigarà de la desemparança.
Li quedarà l’escalf de la germana morta.
La nostra companyia. En qualsevol concert.
Jazz
Nosotros lo llevamos a su primer concierto.
Permaneció muy quieto entre los dos.
El saxofón y el piano quedaron bajo el foco.
Dentro de la penumbra noté en sus ojos tímidos
el centelleo de los instrumentos.
La razón más profunda de la música
será su abrigo contra el desamparo.
Le quedará el calor de aquella hermana muerta.
Y nuestra compañía. En todos los conciertos.
Dignitat
Si la desesperança té la força
d’una certesa lògica,
i l’enveja un horari tan secret
com un tren militar, estem perduts.
El castellà m’ofega i no l’odio.
No en té la culpa de la seva força:
de la meva feblesa, encara menys.
L’ahir era una llengua ben travada
per pensar, per pactar i per somiar,
que ningú ja no parla:
un subconscient de pèrdua i cobdícia
on ressonen bellíssimes cançons.
El present és la llengua dels carrers,
maltractada i espúria, arrapada
com l’heura a les ruïnes de la història.
És la llengua en la qual escric.
També és una llengua ben travada
per pensar, per pactar i per somiar.
I les velles cançons se salvaran.
Dignidad
Si la desesperanza
tiene el poder de una certeza lógica,
y la envidia un horario tan secreto
como un tren militar,
estamos ya perdidos.
Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié.
Él no tiene la culpa de su fuerza
y menos todavía de mi debilidad.
El ayer fue una lengua bien trabada
para pensar, pactar, soñar,
que no habla nadie ya: un subconsciente
de pérdida y codicia
donde suenan bellísimas canciones.
El presente es la lengua de las calles,
maltratada y espuria, que se agarra
como hiedra a las ruinas de la historia.
La lengua en la que escribo.
También es una lengua bien trabada
para pensar, pactar. Para soñar.
Y las viejas canciones
se salvarán.
Gent a la platja
La dona aparca el cotxe a un carrer vora la sorra.
Baixa i, a poc a poc, treu i desplega
la cadira de rodes. Després, agafa el noi,
l’asseu i li col·loca bé les cames.
S’aparta uns quants cabells que li van a la cara,
i, sentint com li oneja la faldilla,
va empenyent la cadira cap al mar.
Entra a la platja pels taulons de fusta,
però els taulons s’aturen a uns quants metres de l’aigua.
A prop, el socorrista mira el mar.
La dona aixeca el noi: l’agafa
per sota els braços i, d’esquena a l’aigua,
camina arrossegant-lo mentre els peus
van deixant dos solcs tristos en la sorra.
L’ha dut fins a on arriben les onades,
l’ha deixat a la sorra i torna enrere
a buscar el para-sol i la cadira.
Els últims metres. Sempre falten
els maleïts, terribles últims metres.
Són aquests els que et trencaran el cor.
No hi ha amor en la sorra. Ni en el sol.
Ni en els taulons de fusta, ni en els ulls
del socorrista, ni en el mar. L’amor
són aquests últims metres. La seva soledat.
Gente en la playa
La mujer ha aparcado en una calle
junto a la arena.
Baja del coche y, sin prisa,
saca y despliega la silla de ruedas.
Después, coge al muchacho,
lo sienta y le coloca bien las piernas.
Se aparta unos cabellos de la cara
y, mientras siente como ondea su falda,
va empujando la silla de ruedas hacia el mar.
Entra en la playa por el pasadizo
de tablas de madera que, de pronto,
a unos metros del agua, se detiene.
Muy cerca, el socorrista mira al mar.
La mujer alza al chico:
lo coge por debajo de los brazos
y, de espaldas al agua, va arrastrándolo
mientras los pies inertes del muchacho
dejan dos surcos tristes en la arena.
Lo ha llevado muy cerca de las olas
y lo deja en la arena para volver atrás
a recoger el parasol y la silla de ruedas.
Estos últimos metros. Siempre faltan
los malditos, terribles metros últimos.
Estos te romperán el corazón.
No hay amor en la arena. Ni en el sol.
Ni tampoco en las tablas, ni en los ojos
del socorrista, ni en el mar.
Estos últimos metros
son el amor. Su soledad.
Havent sopat
Sento trucar a la porta i vaig a obrir,
però no hi ha ningú.
Penso en els que m’estimo i no vindran.
No tanco i mantinc la benvinguda.
Amb la mà al marc, espero.
La vida va afermant-se en el dolor
com les cases damunt dels fonaments.
I sé per qui demoro deixant el feix de llum
hospitalari en el carrer desert.
Después de cenar
Han llamado a la puerta pero al abrir no hay nadie.
Pienso en los que amo y no vendrán. No cierro.
No es posible ninguna bienvenida.
Espero con la mano sobre el marco.
La vida se ha afianzado en el dolor
como una casa sobre los cimientos.
Sé por quién me demoro
dejando el haz de luz hospitalario
en la desierta calle.
El ensayo del maestro Joan Margarit aquí reproducido,
así como sus poemas en catalán y español, son publicados
con el permiso especial de Mónica Margarit.
Nuestro agradecimiento especial para ella.


















