Jorge Valbuena
Facatativá, Cundinamarca, Colombia, 1985. Magíster en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolivar, Quito, Ecuador; Especialista en Creación Narrativa de la Universidad Central; Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Hace parte del comité editorial de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida. www.laraizinvertida.com. Autor de los poemarios La danza del caído y Pasajera de agua, publicados por El Ángel Editor, Quito, Ecuador, 2012-2014. Y del libro Árbol de navío, Editorial Cuadernos Negros, 2016. Promotor de lectura y gestor cultural. Director de La Escuela de Literatura de Facatativá.
Poemas de Jorge Valbuena
Selva virgen
En el vientre de la esperanza
un suspiro engendra apariciones
Arden los caminos que nos crecen
y la humareda canta la dirección
de nuestra orilla
Un racimo de huellas
lleva en silencio la espesura
legiones de gritos tallados
con pínceles de agua
Cada cicatriz es una voz que llovizna
***
Brillaban los ojos en la oscuridad
aprendimos a vernos sobre la humareda,
hallamos el punto intermedio
entre el cielo que cruje y la llovizna
hasta nuestros labios cerrados,
caían los pájaros ausentes.
Clausuró el fuego sus comunes tempestades
manos quisieron hablar entre el rumor confuso
habitar el agua
ser airada sentencia empuñada
bebiendo el eco frío que dejó la llama.
Nos crecían las tormentas.
Brillaban los ecos, las premuras, las edades,
ardía el presagio, el ventarrón, la malicia.
Nos crecían los diluvios, creímos naufragar cuando el tacto
traía sus barcos invisibles.
***
Los pies se hacían al mar
desde la orilla los dejábamos zarpar hasta el fin del mundo
veíamos irse toda la libertad del roble
que aprende a caminar en la oquedad de su cansancio
veíamos caminar nuestros ojos
olas verdecidas nos contaban del llanto
en la profundidad del faro que se consumía.
Los pies levaban anclas
los dejábamos andar hasta entrada la noche
hasta hallada la orilla de otro tiempo,
en otra tempestad que nos llevara a su cauce.
Una marea nos hacía despertar
de nuevo, de rodillas, en el rastro.
***
El ruido fue la melodía
las hojas secas dejaron de contarnos sus historias,
las huellas pasaban desapercibidas
y el rugido que ardía adentro
perdió la ferocidad del rumbo,
hundimos el pie en el presagio
el lodo que surcamos nos entregó a la suerte
la piel empezó a desvanecerse junto a las voces que hervían.
El ruido fue la melodía en el rumor del desencanto.
Canción de cuna
En los zaguanes de esta casa vieja nos sentábamos a esperar que pasara la noche. Era como de alas pesadas que ya no soportaban el mismo viento. Contábamos historias que nos hicieran olvidar las nuestras, mientras llegaba el día, mientras el humo se disipaba entre las grietas del silencio con los tenues arrullos. Nunca nos vimos dormir, nunca un bostezo, nunca el reposo. Hacer eso era como echar a la hoguera todo lo que teníamos de cierto, negar la verdad que juntábamos, uno a uno, poro a poro, hasta la pesadilla.
Álbum de familia
Los retratos vieron caer los pétalos sobre las sábanas
tras ellos una grieta se hinca para clausurar el camino
Telarañas donde antes hubo pieles
cubren las huellas y las hojas
de la última sequía.
***
Los hubo que aprendieron a cantar a luz abierta
con sus breves bocas
los hubo clandestinos de la eternidad
entre auroras cargadas de cadáveres
escuchando habitar la piel de los arbustos,
los hizo el silencio
en el trajín de su talle
cuidadosamente inciertos para quien los viera ladrar
fugaces y absortos en sus sonoras cavidades
desnudos de voz y de remiendo
navíos de su desierto
entre lápidas sordas.
Las cicatrices del viento
Una vez también preguntaste si respirábamos dormidos
te hubiera gustado ver cómo sueñan los que nacen
si es que tienen algo con qué soñar después de nacidos,
te gustaba pensar lo que le pasa al silencio
mientras hablábamos ruidosamente en el patio,
nunca te pareció tan inocente ese viento descocido
siempre dudaste de su condición de viaje.
Acertaste a concretar una breve teoría:
respiramos lo que otro ha respirado
a veces dióxido despiadado se nos cuela por la tumba.