José Ángel Leyva
Durango, México, 1958. Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Ha dirigido importantes revistas iberoamericanas, entre las que destacan Alforja y La Otra, revista de poesía+artes visuales+otras letras. Coordinó la publicación de los libros Versoconverso. Poetas entrevistan a poetas mexicanos (2000) y Versos comunicantes (3 tomos, 2001, 2005, 2008). Obra poética: Botellas de sed (1988), Catulo en el Destierro (1993, 2006, 2007, 2012), Entresueños (1996), El Espinazo del Diablo (1998), Duranguraños (2007), Aguja (2009, 2010, 2011), Habitantos (2010), Cristales sólidos (2010), Carne de imagen (antología, 2011), Tres cuartas partes (2012). Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, inglés, portugués, y parcialmente al polaco.
Poemas de José Ángel Leyva
Visión de los volcanes
Cuando el viento empuja
la oscuridad de los ojos
hay días en que la venda se nos cae
de madrugada
y la ignorancia visual se nos acorta
entre cortinas de aire
En este valle sin retorno
nos queda la llaga
nostálgica
salada
pringosa
donde vemos la pupila turbia
el hollín del cielo
la visión opaca de las niñas
la mirada medio muerta
de los perros
Pero hay días en que un soplo
nos abre las ventanas
despega la ropa tendida en rascacielos
levanta alados algodones
sierpes blancas
y desnuda un seno que yergue
su punta de luz
su coágulo de leche
Hoy no es ayer
pero aún nos sorprenden los volcanes
Los Bancos
Formas de humo danzantes en los techos
Mi madre en el fogón que no se apaga
rescoldos de un ayer que siempre arde
tiende la mano al sol y lo alimenta
sacude la humareda nocturna de las sombras
Alrededor del fuego canta el agua
Ebullición de olores me despiertan
El paisaje cotidiano abierto
La mañana un árbol
el monte donde vago
Mi padre evoca un tren que nunca llega
Un trozo de riel le sirve para el viaje
Las vías férreas perdieron la memoria
detuvieron su paso en las quebradas
Alguien ¿o algo?
impidió el descenso al mar
dejó los huesos por delante
durmientes huérfanos y muertos
Los túneles sin luz
sin voces de esperanza
La castidad se pudre
se llena de maleza
En la región ausente abandonaron
las piezas del progreso
Como campana el riel dobla temprano
El bosque remolcado en rollos
aroma de aserrín la escuela
Los niños salimos de la aurora
Curiosos buscamos entender las cifras
el orden en que brotan los cogollos
la industria profana de la tumba y quema
la ignorancia desastrosa de los claros
El mapamundi es un cerebro en nuestras mentes
Al interior de un pizarrón el verde
se escribe con signos ferroviarios
Mi padre traza la historia con leyendas
Cubre de gloria la patria y el orgullo
El mundo es sueño de argonautas
y no hay confín para los sueños
Imaginar la vida es alargarla
dejarnos llevar por su misterio
Los trenes partirán de aquí
del pulso vial que llama a clases
De afuera vendrán otros caminos
De piedra hicieron su estación los hombres
la explanada donde cortejan a mujeres
el escenario escolar para las fiestas
Llama el pendiente de metal al pueblo
sentado en Los Bancos de la sierra
En el andén escuela marchan unos
y otros llegan
Suben y bajan sus largos aguaceros
Llueve y los niños olvidan que son niños
Llueve aún y en lodo bailan
hasta dejar exhaustos los músicos de viento
Se va de largo el tren que nunca pasa
el último vagón de cada día
La región ausente
Hay un espacio tan lleno de vacío
donde mi voz no es voz sino eco
el puro cascarón del ruido
la marca de un pie que no me calza
He deseado regresar y ya no existe
la región donde dejé de ser
el territorio por mí deshabitado
En mis calles no hay caminos
Si intento describir la dirección del aire
en cada esquina de su ser baldío
aparecen esferas de cardos en la lengua
recuerdos de un cadáver en la plancha
conservando en formol su aburrimiento
Con las primeras gotas de luz
el cielo fibroso se adhiere al descarnado suelo
resplandeciente de manos y nervudos brazos
Otras tierras empujan sus arenas
en vendavales de un azul esmerilado
La calva ciudad peina sus frondas
El polvo nos embosca
Los árboles se van desvencijando
El Alacrán
A Kijano
Seco
voraz
punzón del cielo
pequeño minotauro
atrapado en la orfandad
y el insaciable recuerdo de su madre
Emponzoñado de sí
el anacrónico animal se enseñorea
Su cuerpo de ámbar
en la grieta y en la sombra apaga
Esgrime y arremete
Lancetea la luz
Desafía a su mortal aburrimiento
Más que rencor es hambre
de uno mismo
lo que lleva a sospechar
del otro
Es extraño el aire
y el color del suelo
Es irreal la forma
y el veneno
el signo
la suerte de matar
para seguir viviendo
El alacrán pide tributo
más que amigos
Un apetito ancestral
cava en la especie
Si pudiera digerirse él mismo
demostraría que nadie es digno de confianza
Tenaz resentimiento lo devora
Haber nacido sin fe
sin optimismo
correr siempre en la pena
Más que envidia es dolor
el puro nervio de existir
deseando siempre
dejar de ser la víctima
dejar de ser el miedo
El alacrán se advierte solo
en laberintos de oscuras podredumbres
La vida es un círculo de fuego
Mira soberbio la sombra que dibuja
Es la imagen arqueada del silencio
la danzadura engañosa del cangrejo
Es la piedad herida de impotencia
amargo aguijón de la ternura
Con las tenazas desafía al firmamento
No espera redención ni suerte
Habrá de sobrevivir a la condena
Será el ángel dragón
Saldrá del laberinto
en la memoria
No habrá culpa ni dolor
de haber ganado el tiempo
en cada trozo del amor materno
(Julio de 1995)
Duranguraños
De dónde soy
De dónde he sido
Mi origen es la suma de los dóndes
la tierra adentro adonde vaya
El polvo al polvo en mis recuerdos
de arena que guardan una lluvia interminable
estrellas sobre zonas de silencio
Exploro el desierto fugaz cuajado de aerolitos
Desentierro señales de mar petrificadas
sentimientos de encierro y abandono
nostalgia de costas y de océanos
en puertos de montaña y aeropuertos
Hasta dónde llegarán las contraseñas
de un cementerio un parque una plaza
el lugar común donde las piedras hablan
Nos falta un gentilicio que designe el hueco
en donde habita el escorpión con sus criaturas
un término en principio que nos una
la parte árida con la humedad agreste
el familiar recelo hacia lo extraño
la anestesia que deja el aguijón del miedo
la envidia que pica y envenena
Cómo llamar la tierra perdida en el saqueo
la montaña de hierro que se aplana
el terral de la aridez en marcha
Necesitamos nombrar nuestro vacío
el lado moridor del tiempo
la parte ausente que nos mata
la intuición del mar en donde nace
el lecho y el caudal del río
Cómo dejar de ser lo que no fuimos
Cómo nombrar lo que seremos
Tremenda oquedad llevan los nombres
para saber decir lo que se ama
el hormigueo del sol en la llanura
la cálida hurañez de los mezquites
el entrecejo fruncido de la gente
la Sierra Madre y su vital aroma
Evito el souvenir del alacrán momificado
y vuelvo a colocar la piedra sobre el hueco
donde habita el escorpión con su linaje
donde muda la piel de su infantil viveza
y sin dejar de ser en sí renace
Mi abuelo
A Juan Gelman
Mi abuelo tenía unos largos cuchillos afilados
y un extraño silencio de sauce en las pestañas
Dice mi padre que era experto en matar de un solo tajo
abrir las bestias en canal y desollarlas con pericia
Desvanecer en cortes cirujanos a la presa
Mi abuelo José Ángel no pensaba en el dolor
ni en la muerte de la carne
Cada mañana en su interior se desangraba una palabra
Un pinchazo al corazón se le clavaba al hundir el pan
en el café matinal en medio de los fiambres
Imaginaba que encendía temprano un horno
amasaba harina y enseñaba a los nietos a inventar
formas con nombres que se encienden al calor del barro
El carnicero despertaba en su local de garfios y de sangre
Rebanaba piezas de res de cabra de cerdo de cordero
Callado
Regalaba a la clientela una sonrisa calma
A veces el alcohol recuperaba el sueño
el aroma del pan
las ascuas brillantes de sus ojos grandes
Tomaba la calle con risa y voz desconocidas
Compraba en el retorno a casa la mejor repostería
Murió el abuelo porque el trigo le dolía al miocardio
antes de conocer nietos y de ser viejo
Sus hijos heredaron de mi abuela el magisterio
y una sentencia que dijo era de José Ángel
«La palabra es al hombre lo que el hombre a la palabra»
Abandonó la familia el matadero por un salón de clases
En mi infancia recuerdo a mi padre sacrificar animales
con manos de maestro
escribir discursos y poemas para grandes banquetes
en una comunidad analfabeta
También lo vi hacer hornos y pan junto a mi madre
Ahora me pregunto al escribir sobre el abuelo
En dónde quedaron sus largos cuchillos afilados
Los nombres de la harina
En dónde la palabra-carne
Tropel de sombras
El sigilo difuminado del artista
afantasma el lienzo de los ojos
Un espacio exterior mancha la imagen
de ruidos muertos que se avivan en la mente
Crujen pies sobre la duela del recuerdo
Hay vaho en las cerdas trémulas y leves
del pincel sobre un blanco glacial
donde reposan figuras con el párpado
en receso para siempre
Oye el tropel de sombras
Se escucha detrás de las paredes
Sobre las telas pasa la garra de un gemido
Raspa el óleo acumulado en una piel antigua
En el fondo de los sienas figuran gritos y roces
de mortajas ligeras como el polvo
y la seda de la infancia
A dos manos el pintor descorre la niebla
de una boca oscura como un bosque
embadurna sus labios sin volumen
Amorosos silencios transmiten las líneas de sus palmas
Huele a brea y a aserrín la noche
El cuadro enmarca una ventana
De su afuera interior martillan las ausencias
La desazón derrite la cera del color y el tiempo
encerrado en una caja de herramientas
Las sombras en tropel se quedan
a Guillermo Ceniceros
Nagual 10
Poeta
Al final uno se convierte en lo que escribe
o no con mano propia
Quién habrá de creer en tu nagual
si no olfatea el temblor de la imagen aterida
muerta de miedo ante los ojos que la observan
Chorro de sombras sin control
en busca de lo nuevo
La desmemoria pone al corazón en una trampa
No volamos ni anduvimos con las branquias puestas
En el papel desierto
uno recuerda la forma de cazar la liebre
de hacer sandalias con piel de los reptiles
de mudar por dentro antes del alba
Levantas la tapa y ves tu propia muerte
Bulle el gusanero de letras debajo de un título y de otro
Parecen luces de neón cubiertas de ceniza
Tu máscara y tu nombre ocupan el lugar
de esa persona que no llegaste a ser
Un día cualquiera la ahogaste con la almohada
Algo de ti quedó en su testamento
Acabas de nacer
Alguien te lee
La perra
Ha venido la perra a lamerte los zapatos
Ronronea y se pone a jugar patas arriba
Espera a que le rasques y acaricies con la suela
El animal carece de memoria no tiene dignidad
La humillación parece ser el fundamento de su
especie
–te inquieres con rabia y no puedes evitar la
repugnancia
Ayer con otros niños la viste perseguida y montada
por los perros
Decidieron castigarla por asco o por mostrar carácter
El magisterio del amo o de quien aprende a someter
al débil
pasaba por la fuerza y el juego ingenioso de los jueces
La colgaron por las patas traseras a una viga
Aullaba la piñata de dolor entre risas y gritos de
muchachos
La sacudían a palos le picaban con fruición el ano y
la vagina
El dolor ajeno es impermeable a las cuestiones
Son tiempos de guerra pensabas al emerger en ti
un pulso de piedad o de conciencia
Decidiste entonces frenar el juego
Por años la imagen de la perra te persigue
Es fiel a tu dolor y a su tortura
Cada mañana aparece en la puerta de tu casa
En su mirada ciega los ojos son los mismos
que preguntan por qué desde la infancia
Para Antonio Gamoneda
desde Un armario lleno de sombra
Bogotá
El filo de la noche me rompe la suela del zapato
Llueve
Al pie de Monserrate mis plantas
son verdes también como los negros ojos
El calcetín recorre la Séptima carrera
sin prisa
la Décima la Trece el maratón de niebla en la sabana
En el futuro estuve aquí
tenaz como el pasado
Y en el ayer que es hoy
su geometría rondaba mi ignorancia
No para de llover
Ladrillos y piedras me indican
que voy de atrás para adelante
La Candelaria envejeció desde el recuerdo
No para de llover
La juventud de Bogotá borbota en las aceras
Forman arroyos sus risas sus deseos
Saltan como hongos de humedad las voces
Caderas senos pasos devenir en baile
No tengo zapatos suficientes para expresar
la intensidad del tiempo
Habrá cielo despejado
con sol bajo la suela
El poeta lleva un tiro en la cabeza
Pensaba que la muerte no dolía
mas sintió una explosión de dolor en la cabeza
Era un joven intenso de Colombia
Hombre niño viejo
Le gustaba arriesgar el corazón en la ruleta
y jugar a darle sentido a las palabras
a ponerle nombre a los sucesos
que la demencia y el horror definen innombrables
Se puso a revolver las letras del revólver
Se puso el chaleco salvavidas
Alquiló su vida como escolta
¿En qué país estoy? se dijo
cuando la bala le rompía la frente
y se alojaba estupefacta en el cerebro
Nunca perdió el conocimiento
ni la imagen vívida del arma
¿En qué país estoy? interrogaba a los curiosos
el guardaespaldas boca arriba
con ojos de poeta
de mártir
de extraviado
de suicida
¿En dónde sobrevivo? se pregunta
ese hombre cuando escribe
y le pesan los versos como plomo
y le vuelven los nombres de la muerte
¿En qué país en qué país?
repite la bala estacionada en la cabeza
A Fausto