Julieta Lopérgolo

(Rosario, Argentina, 1973). Licenciada en Letras (Universidad Nacional de Rosario), Licenciada en Psicología (UCES, Ciudad Autónoma de Buenos Aires). En 2018 publicó el poemario Para que exista esa isla, por la editorial Postales Japonesas (Córdoba). En 2019, Más lento que la noche (Postales Japonesas, Córdoba). En 2020 publicó Agua de pozo (Ediciones Arroyo, Santa Fe). Pero en el aire, de próxima aparición, ganó el Tercer premio en la categoría Poesía de la Convocatoria del Fondo Nacional de las Artes 2019 (Argentina). Poemas de Para que exista esa isla fueron traducidos al italiano por Alessio Brandolini y publicados en Fili d’aquilone (54 – Fiabe y Follia). Publicó artículos de crítica literaria y psicoanálisis en revistas académicas, y poemas en revistas y blogs de poesía. Desde 2017 vive en Montevideo. Trabaja como psicoanalista en las ciudades de Buenos Aires y Montevideo. Coordina junto a Mayra Nebril el Taller Experimental de Escrituras psicoanalíticas en la ciudad de Montevideo.
El muerto vive.
Retoza en un jardín de nombres.
Animales de la noche,
cunas de ausentes.
Imposible dormir a mis muertos.
*
Me quejo
de la poca profundidad
de lo que tiembla,
como si viviera rodeada de cachorros
y el tiempo fuera una escena que crece
hasta el punto de un abandono ilimitado,
de mi voz en los sueños,
de proferirla como si toda yo viniese
una extranjera
y hablar sucediera con los puños
y las palabras se golpearan entre sí
y de mi boca sólo cayeran heridas.
*
Se ha desolado el cielo tantas veces.
Se ha perdido intemperie,
se ha enfriado la casa
más de la cuenta.
Se ha sido ingrato con la noche,
inclemente con la oscuridad,
como con un desconocido.
Se ha fallado en la espera,
se ha convivido con la muerte
como si todo fuera pasado.
*
Donde viví una vez.
No era este pastizal
donde no tuve ruinas.
Ahora parece el pelo de un león dormido
el yuyo crecido sobre otra época.
El viento peina la melena apaisada
en una sola dirección
mientras los bichos se hartan de zumbar
y de cargar comida
hasta la noche.
En el medio de esa piel domada
descansa el agua,
acaso lágrimas de un animal que sueña
o esos espejos
a los que sólo se les puede oponer tiempo.