Julio Salgado
(Frías, Santiago del Estero, Argentina, 1944). Inicia su actividad literaria en el Grupo Jardinalia (1962, Santiago del Estero). Ha sido invitado a congresos y festivales en Uruguay, Colombia, Venezuela, Perú, Canada, Eslovenia, Turquía, y, en su país, en diversas oportunidades. Publicó Escrito sobre los animales solitarios (1971, Premio Fundación Argentina para la Poesía), Agua de la piedra (1976), Caja de fuego (1983), Paisaje y otros poemas (1991), El ave acuática (1999), Trampa natura (2000, 2° Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires), Julio Salgado. Antología poética (2008, Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela), Doble cielo (2010, 1° Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires, Obra Inédita bienio 2008/09), Frías/Catábasis (2016) y Monte (2018). Reside en Buenos Aires.
Poemas de Julio Salgado
El río
Ahora vamos ciegos santos en la blasfemia
Mordiéndonos con la memoria
Viajando apretados
en el mes de diciembre
Despiertos somos difuntos
sin aprender a sonreír
El río Dulce bajo las tensas costillas del puente
avanza con nuestros cuerpos
llevándome con tu compañía
como si fueras sacerdotisa de mis propias vergüenzas
de esos lugares
donde están mis heridas apagándose y encendiéndose
Por ahora el rayo de tu lengua se desliza de norte a sur
Guardándose en algo parecido al firmamento
Bajo las nubes amarillas que hay en el cielo
te he abrazado
Tus piernas aparecen bruñidas con la solemnidad
de las puertas del Mercado Armonía
y los tules que vienen del sol
nos señalan en las isletas
quietos
con la apariencia de liebres en el médano
esclavos de los pequeños remolinos en la siesta
hechos de brisa y agua.
Hasta dónde te retiras
separada de tu cuello
por una gargantilla
con el Sagrado Corazón
Me dirías: Tu no lo sabes todo
¿habrá otros caminos?
Como si fuera parte de nuestro sueño
el río
se acomoda como un manto que ahoga a las barrancas
me lleva hasta la cama destendida de un remanso
girando la llave de esa misma oquedad que hay en tus labios
que va y viene en la corriente
en esa impura textura que forman los líquenes
y el semen de los peces
En la noche
el viento canta a los huesos
y al ausente gobierno de tus brazos
dormidos para siempre
Una doble envoltura susurrante
es lo efímero en mí.
De ti no hay nada.
Cala I
La mujer que poseía el anillo que obsesiona al diamante despertó.
Una música en las hojas de los árboles que se acomodan tras la luz de la ventana el filamento vegetal que vaga por el pico y el canto del zorzal entre las ramas la palabra… la letra… sus labios semiabiertos por un extraño almíbar que viene de la noche y escarba allí dentro en el alba algunas mágicas combustiones que producen calores en su almohada cierto abandono en la implacable desnudez algo del extravío en su mirada permitieron la entrada de la huasca de un sol esa mañana.
Pasaje
De allí lo que quedaba
Buscaban sus vihuelas los efímeros.
Tengo los piquillines.
Los huertos de poleo donde duermo.
El celo en movimiento. Lo que se ve me digo.
Corrió la imágen de su hechura. Espejo
contra espejo.
Volaban las montañas. Caían las ovejas
desterradas.
Las tijeras.
Caían los esquiladores y las casas.
De ahí el devoto de la sortija y el veneno.
El mágico secreto donde se baña el mangangá
comiendo de la flor
en el tatuaje de la flor. Todo por
un anochecer
en esa oscurecida libertad de las estrellas.
Yo creo en los azules vagabundos.
Convido a los amantes sin idilio la espada
De San Jorge.
Lo escarlata del rojo. Aquel escarabajo
Que vive en los anillos de mis dedos
y en el cielo.