Natalia Jaramillo
Envigado, Antioquia, 1977. Amante de la cocina, el jardín, el tejido y los viajes largos en moto. Licenciada en Español y Literatura de la Universidad de Antioquia, Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad EAFIT de Medellín, con estudios en Gestión cultural de la Universidad EAN. Trabaja como editora, redactora, correctora de textos y tallerista en Literatura. Ha publicado los libros: Poemas para matar a un hombre (ganador primer puesto, Premios de Arte Joven, Antioquia, 1999), Poecitas (J Ediciones, 2013), Golosinas para comer con las manos sucias (Editorial Pla-ké, México, 2015), Toda la sangre que nos queda (Fallidos Editores, Medellín, 2019) y Colección de piedras robadas (Angosta Editores, 2022). Ha participado en distintos certámenes literarios de México, Chile, Argentina, España y Portugal. Tiene relatos, crónicas y poemas publicados en revistas y antologías nacionales e internacionales.
Poemas de Natalia Jaramillo
Soy la mujer
(de Poemas para matar a un hombre)
Soy la mujer
que tiene un hueco entre los pechos
y no amamanta su presente.
Que se niega a parir un futuro incierto.
Que ha sido de la época
en que hombres y demonios son lo mismo.
Que le dijo adiós a las palabras de amor
por ser venenosas y dulces.
Que martilla cada día su cabeza
con la soledad.
Que vende hijos en almacenes de sueños.
Que escribe poemas
para matar a los hombres
porque todavía le teme a las armas de fuego.
Disfonía
(de Toda la sangre que nos queda)
Con más de 40 años,
y no he sabido lo que es vivir sin miedo.
Nací en un país de calles oscuras,
fusiles en mano, gobiernos sin ley.
Cada quién con deseos de llevarse la mejor parte,
ahogados en su propia sangre.
Nos hemos pasado navegando sin rumbo
debajo de ceibas que tratan con ahínco
de cubrirnos del abrasador fuego de las balas,
a veces sí, mil veces no.
Respóndeme querida patria:
¿dónde está mi hijo? ¿mi hermano? ¿mi padre?
¿A qué oquedad sin fondo ni luz llegaron sus almas?
¿En cuál de tantas quedó la mía?
Ya no hablas.
Tu disfonía es algo paradójico, estás dejando de ser
y tus gritos no se oyen a lo lejos.
Recuperarás tu aliento, tu voz
el día que volvamos a cantar un vallenato
sin agazaparnos,
tendidos bajo un guayabo,
descalzos,
sin miedo.
(de Colección de piedras robadas)
Vía láctea
Uno se puede volver camino
y llenarse de piedras, acumular polvo
coleccionar huellas de caminantes que no permanecen
o adornar sus veredas con amapolas y margaritas.
También se puede volver calle
y atravesar corazones enteros llenos de esmog
dejar de sentir deseo
o brillar de neón en la noche para desmentir olvidos
como bailarinas exóticas.
Uno decide si es más avenida o autopista
depende de la velocidad con la que se navegue al abismo
o lo presurosa que sea la llegada al mortuorio destino.
En fin, yo prefiero ser vía láctea, agonizar entre átomos incontables
no entender de rutas ni de bifurcaciones
expandirme sin miramientos entre los designios del universo
y entretejer paso a paso un lugar sobre el que pueda posar
mis brazos y ver más allá, solo eso.
Lista de pendientes
Descoserme en hilos pequeños,
dejar que se enreden por ahí en árboles viejos
hasta que se vuelvan nidos de mariposas.
Ir olvidando lentamente en lo que me he convertido
y abandonarme de una vez por todas a la dicha.
Escuchar por fin a todos los pájaros rojos
que me habitan y hablan de esperanza.
Nunca más dejarme abrir el pecho
por hombres de espaldas anchas que viven sin tiempo
y demoran su llegada en islas que no están desiertas.
Recordar las canciones de amor que cantaban las hechiceras
como amuleto para la desdicha.
Abrazar a las mujeres de labios rojos
que no temen vaciarse de dolor.
Dejar a un lado la solitaria piedra
con la que siempre tropiezo.
Llorar hasta quedar vacía.
Llenarme.
Flores de verdad
A veces creo que no tengo derecho al amor,
que eso solo les pertenece a las muchachas
que no son de calle.
Tanto cemento lo deja a uno gris, extraño, taciturno.
Hace tiempo un muchacho se enamoró de mí,
me regalaba flores de verdad todos los domingos,
no me importaba que fueran robadas a la muerte.
De mi cintura salían colores y sonrisas limpias,
creí que por fin iba a ser esa la palabra
que no puedo decir.
Pero la vida cambió los besos que me daba
por todas las lágrimas que ya no tengo.
Esas flores de verdad fueron presagio de un destino fúnebre.
El amor acabó por unas manos más precisas
y un cuchillo más grande.
Últimamente, sirvo tinto todas las mañanas
en una cafetería de La Playa,
pago la pieza,
compro lo necesario para la comida y una Coca-Cola.
Le llevo flores de verdad al muchacho que me quiso.
Ojalá que alguien las robe y le paguen con besos el delito.
Plaza
Camino por las calles de Envigado buscando
lo que falta para el almuerzo.
En ninguna cuadra encuentro nada,
porque soy yo la que está vacía
aunque en este pueblo siempre hay de todo.
Llego hasta la plaza de mercado a comprar tomates y ajo.
Lamento no tener suficiente para seguir alerta
y comprar la lotería, por ahora ni amor, ni azar, ni plata.
Un silbido incesante avanza por el cielo,
me recuerda que la vida sigue
a pesar del miedo
y del aviso tenue del vigilante,
del alcohol que espolvorea y se diluye con la mugre
como quien tacha un garabato
o aleja una mosca en el plato de sancocho,
no hay un interés real, solo costumbre.
No va a llevar moras, me pregunta el vendedor
y solo pienso en que así de rojo debe estar mi corazón
de tanto lamento, de tanta tristeza, de tanto él.
No, hoy no, le digo
y camino pensando que sería bueno comprar cebollas
a ver si por fin lloro todo lo que le debo a la vida.
Mariposas muertas
Tengo golondrinas volando en medio del pecho.
Dan vueltas entre las palabras que no sé decir.
Le buscan adjetivos al pronombre que las tiene revoloteando,
son buenas metaforizando la mala suerte.
Mataron a las mariposas, se las comieron todas.