Néstor Fenoglio

Nació en 1964 en Esperanza, Santa Fe y reside en la ciudad de Santa Fe desde 1983. Se desempeña como periodista y columnista en el diario El Litoral, medio del cual es Secretario de Redacción. Obtuvo diferentes premios, entre ellos el premio José Cibils para poetas jóvenes que organiza la Asociación de Escritores Santafesinos (1984) y el Certamen Anual Leoncio Gianello, en cuento, premio edición compartido (2004). Participó como integrante del Proyecto de Investigación Semiótica y Pedagogía del Espectáculo, en cuyo marco fueron publicados por la UNL trabajos de su autoría. Sus textos integran distintas antologías. Publicó En medio de la noche (Primer Premio Municipal de Poesía, 2000), Nacimiento Último (Premio Edición José Rafael López Rosas de poesía, 2004) y Desde este cuerpo (2007). Con los ojos de entonces y Las razones del armiño aún están inéditos.
***
Cada cual tiene sus muertos,
algunos de antigua podredumbre,
otros apenas estrenados,
gorriones quietos
recién detenidos en el medio de su trino.
Yo tengo muertos orgullosos y vacíos,
claras muescas inauguradas para siempre,
tumbas anónimas
resecas de sol y de muerte verdadera.
A veces, en el óxido opaco de alguna
resurrección mis muertos cantan
convencidos.
Otras veces sollozan despacio
o gimen en lenguas extinguidas.
Cada cual tiene sus muertos
tendidos prolijamente, alineados
y con su número,
su rosa seca, su florero barato.
También mis muertos se derraman
se agujerean imprecisos
y me convocan
con gritos amargos,
algunas veces.
***
Madre oscura
que vagas con un zapato solo
por todas las habitaciones,
dueña del rouge en la cara,
apaga ya las señales
que te persiguen
y toma como entonces
a este niño
que vuelve cansado.
Apaga las luces que tienen mensajes,
deja de amenazar a las sombras
y recógeme
partido y pequeño
pues ahora te necesito
porque estoy solo en el mundo.
Madre original
que corres por los pasillos blancos
seguida de enfermeros y fantasmas,
tómame ahora
y júzgame piadosa
porque ya no tolero los reproches,
dime que he sido bueno
y sostén mi cabeza con tus manos.
Madre sola refugiada al borde de todo,
yo descorreré las cortinas pesadas
para que puedas verme mejor,
para que me digas que he crecido poco
y qué débil
y qué blanco está tu niño solo.
Madre azul de oración inversa
espera por mí en algún lado,
soy el que regresa hastiado de juegos
y de hamacas.
No digas más que no sabes quién soy,
que no me reconoces
que tu bendición no llega
hasta la frente del carcelero.
Soy el que te pide que gimas
despacio
el que cuida
tu prematura cabeza blanca
el que se entierra en tu falda
esperando la suave caricia,
el perro que apaleas
porque adentro te ordenan que odies,
que inventes cadenas,
que hables a los espejos,
que golpees la inmensa cuchara
contra los platos.
Madre pequeña,
encuéntrame y dime que también tú
tienes la mano tendida,
y que apartas con tu fuerza loca
los cuerpos que de mí te separan.
***
Avanza desde el fondo de mí,
inevitable,
el fantasma de mí mismo.
Vengo desde mi guarida,
con dientes filosos,
cortando el pasado,
ese aliento húmedo,
ese vacío de maderas y peces.
A dentelladas
como un perro salvaje,
vengo derrumbando rostros,
uno a uno caídos
bajo mis garras.
Vengo desde el fondo,
puro latido de fuego,
y traigo el aire atrapado
de la oscura caverna,
donde moran murciélagos
y nombres olvidados.
Traigo también, recién alumbrada,
mi cara más reciente,
arrastrada por corrientes subterráneas,
derramada y fresca,
suave guiñapo de sangre
que la fiera ofrece redimida.
Después me vuelvo
hasta el fondo de mis ojos,
me repliego saciado
y repaso prolijo las heridas
que yo mismo abrí con mis dientes.
Yo sólo soy
este pobre animal suelto que vaga por mi cuerpo.