Rubén Darío Lotero
(Medellín, 1955). Poeta, cronista, cineasta. Licenciado en Español y Literatura y Maestro en Docencia; profesor en Lengua y Literatura Española. Ha sido profesor de Lengua Castellana en diversos colegios públicos de Medellín y de Antioquia. Profesor de Cátedra en la Universidad de Antioquia y profesor de Pedagogía y Humanidades en la Escuela Popular de Arte. Ha dirigido y creado talleres literarios en diversos barrios de Medellín. Fue coeditor de la revista de poesía Acuarimántima a finales de los 70. Ha publicado: Poemas para leer en el bus (Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, 1991), Historias de la calle (1991), Camino a casa (2003), Papel de globo (2004), Poemas del Metro de Medellín. Les poèmes du métro de Medellin (2011).
Poemas
A la muerte de un niño
1
En esta casa,
mi casa de ahora
y de siempre,
murió un niño.
Todos sus cuartos,
todas sus camas
y almohadas,
se ahogaron en llanto
día y noche.
Los vecinos acudieron
preocupados
con sus caldos,
con sus brazos
consoladores,
con sus abrigos
consoladores.
La casa que había sido
risa de niño
juego y belleza,
se detuvo de golpe
contra un cielo de piedra,
dejándonos yacentes,
anegados en dolor.
2
A todos nos sucedió
la muerte del hermanito.
El niño ángel
de la casa
que un día se fue.
Sin querer lo llevamos
en andas
por el barrio
hasta la iglesia
y luego
el carro fúnebre
atravesó la ciudad
hasta el cementerio.
Allí lo depositamos
en una bóveda
y lo dejamos solo
solito
al niño ángel
en su cajita blanca.
A la muerte del poeta
Un día sin aire poeta
te llevaste la mano al pecho
(esa misma que signó
este mundo nuestro
con la palabra
que es aliento
y respiración)
y decidiste descansar
pues ya habías cumplido
con tu cuota.
Tú que tantas veces
sentiste su presencia
recibiste sin miedo
lista la maleta
su abrazo fuerte
asfixiante
su abrazo.
a José Manuel Arango (1937-2002)
Llovizna
Cuando apenas me acuesto
y me arropo hasta la garganta
se deja venir la callejera
la que ya no se sostiene en el aire
y se adentra arrulladora
por la silenciosa casa
y desciende descalza
hasta el último escalón
de mi alma
Vuelo
¡Si es tan fácil! Estás en tu cuarto y sólo tienes que extender los brazos, como cuando eras pequeño y los alzabas hacia los mayores y al instante ya estabas girando y rozando con tu cabeza el techo. ¡Es tan fácil! Como volver al recuerdo más antiguo y descubrir que bajo tu camisa llevas un par de alas, siempre han estado allí. Y eres de nuevo un ser que se aleja, ya no con el pesado andar de las calles, sino con el ligero vuelo del viento.
Escritura
Hoy también me perdí
callada amiga nocturna.
Sólo ahora descubro tu silencio
sólo ahora me detengo en tu rostro.
Perdona el retraso.
Corría por la calle entre la tormenta
hasta los escasos refugios
bajo los aleros de las casas.
Y sólo ahora te abro como al armario
donde cuelgo mi ropa
para que conversemos
en el cuarto rodeado de lluvia.
El sueño
Está allí en la entrada y te espera. Mira cómo te hace señas para que vayas con él. Te ha seguido como una sombra todo el día y ahora quiere yacer contigo, besarte los párpados y sellarte los labios. No lo hagas a un lado como a una mala compañía, no lo apartes como si fuera un objeto inútil. Mira que tú lo sacaste de la penumbra y le diste vida. Entonces, ¿por qué insistes en continuar tu camino como si no existiera?
El beso
Llovizna menuda
graciosa y cálida
tus labios
cuenco para mi sed
tu boca
tempestad
inundación
rio que me lleva
viaja adentro
de la calcinada tierra
hasta la seca raíz
y la hace florecer
En el metro del D.F.
Una joven gatea por el vagón
con un trapo en la mano
limpiando la punta de los zapatos
de los hombres sentados
para que le den una moneda.
A su lado una mujer lee
“La revolución traicionada” de León Trotsky
mientras un joven vendedor
muestra un video
de la matanza de Tlatelolco.
Paisaje dominical
Mientras a la entrada del antiguo convento
la monja enana ofrece buñuelos
(tostaditas de harina con azúcar)
y en la empedrada calle
el viejo organillero su sombrero,
en la banca de la alameda
la muchacha de audífonos
ofrece su rostro al sol.
Vida de afuera
La vida de afuera entra a la casa
en los tomates rojos
que has traído del mercado,
en los gritos de los muchachos
que juegan en el patio,
en el sol de los venados
que se proyecta en la sala
y en el cobro del mes
puntual bajo la puerta.
El señor de los caminos
Muchacho que me guías
de la brida del caballo
por el camino que bordea
la quebrada seca.
Muchacho de barrio
que has venido a dar
con tus pies descalzos
a la casa de familiares lejanos.
Tú que cuidas las bestias
y ayudas a cargar panela
en el camión cada semana
para pagar lecho y comida.
Tú que en las calles
parecías el más gamín,
y aquí, bajo las estrellas,
eres el señor de los caminos.
(pues conoces de memoria
el que baja hasta el río Cauca
y aquellos de más jornada
que llevan hasta la cueva del guatín)
Dime, muchacho, ¿quién te guiará
cuando el alcalde te conceda el permiso
para ir a buscar a tu madre al Tolima
si nunca la has visto?
N. N.
Por entre el pastizal
el rastro de sangre seca
nos conduce hasta el cuerpo
de un hombre sin zapatos
y con la camisa ensangrentada
(lo arrastraron hasta el rastrojo
vecino al barrio
y nadie lo conoce)
Una mujer trae una sábana
y lo cubre
(a su lado los escolares callan)