Angélica Hoyos Guzmán
Barranquilla, Colombia, 1982. Dra. en Literatura Latinoamericana, egresada de la Universidad Andina Simón Bolívar-Sede Ecuador; magíster en Literaturas colombiana y latinoamericana; magíster en Lingüística Española; licenciada en lenguas modernas. Docente del programa de Antropología y el programa de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad del Magdalena, Santa Marta, Colombia.
Ha publicado los libros de poesía: Hilos sueltos (Ediciones Torremozas, 2014), Este permanecer en la tierra (Abisinia, Escarabajo y New York Poetry Press, 2014) y Cajas para seres libres (Editorial Universidad del Tolima, 2023). Entre sus publicaciones académicas destacadas se cuenta Una generación emboscada, la emergencia de la poesía testimonial en Colombia (Unimagdalena, 2020). En 2024 publicó su novela Reina de copas con el sello Editorial Unimagdalena.
Poemas de Angélica Hoyos Guzmán
Cadáveres
Juntos asesinamos mujeres por las calles de nuestro destino.
No solo es la entraña viva de la crónica roja,
también hay series de emociones que se mueren reprimiendo,
y la rabia de Baba Yagá,
las hijas de Medea y Kali en la fase de la luna
nos lo dicen.
Aquí hay cadáveres en la entraña,
esta es la sangre de la alianza nueva y eterna,
derramada por todas nosotras,
para la soledad que nos espera
y el luto permanente de la desolación, amén.
Me importa poco si tengo los senos pequeños
Si tengo la nariz de mulata,
o las piernas peludas como futbolista,
Doy una importancia igual a cero
a si tengo títulos de doctora, de magíster,
a cuánto hay en mi cuenta bancaria.
Soy responsable de quién soy,
me valido y en esto soy irreductible.
Soy aquella que decide hacer lo que quiere,
se hace adulta responsable de sí misma.
No soy lo que dices que soy,
no valgo como un trofeo a tu villanía.
Soy mía, me pertenezco, me digo y me desdigo,
a mi imagen y semejanza.
Soy incluso la que torpemente
te entregó la nobleza que vio en tu alma,
soy la verduga de un linaje de vengadoras.
Soy aquella en el reflejo, la buscadora de palabras,
he sido la soberbia de silencios,
escucho los cantos de sirenas,
para nadar en este mar con mi propio camino,
no vuelo para ti, hago mi ruta de agua.
Autorretrato de mujer milenial
He sido una mujer indómita.
Entre mis éxitos cuento dos divorcios y dos hijos.
La demás información sobre el amor está inclasificada,
no hay datos de otros municipios, ni en iglesias, ni notarías.
Un par de trabajos bien remunerados
a los que renuncié persiguiendo utopías,
creyendo que uno hace lo que quiere
y que los sueños se crean y se cumplen.
La savia de una raíz antigua
me pide cada tanto
romper con las urdimbres
y los asfaltos pesados.
Me levando amando la vida.
Un día al mes pago las cuentas
me quedo en ceros
todo vuelve a comenzar
como la piedra de Sísifo.
Me empeño para el disfrute
solo patrocino los caprichos de mis hijos,
me salgo cara como novia eterna.
Me casé con el impuesto y el interés
del crédito del banco, como dice el plan
que hacen los buenos ciudadanos.
Educo al niño para que lave los platos
donde toma sus alimentos,
que sea aquel hombre que recoge su ropa,
amo con todo mi pecho
su abrazo cuando llega del colegio.
En la savia sigue creciendo el deseo de vivir de la poesía.
Levantarme cada mañana
recibiendo en mi cama el aroma de los romeros plantados,
amar también a un perro loco y adoptado
que sea fiel a mis pasos mientras hago el desayuno.
En la tierra se revela día a día este árbol fecundo.
Abro mis ojos,
abro la puerta del balconcito en este dúplex de muñeca,
soy leal a la servidumbre del banco,
tejo la libertad de mi cadena cada día,
me regocijo en los cursos
a los que voy a enseñar,
hablo de los libros que leí
de aquellos que aún no tengo tiempo de ojear,
me lleno del brillo en los ojos
de algún desprevenido con cara de haber
descubierto un susurro más allá de mis palabras,
algo que les dice con mi sonrisa,
esta es mi rebelión,
con eso basta… por ahora.
Rojo y azul
Mamá es el mar infinito, abundante,
es también el frío de corrientes subterráneas
donde navegan las sirenas,
esa de la niña de la canción que se llevaba al marinero
para que muriera por ella.
Sabe mamá que ya te veo, que ya no eres lágrima
sino de todas las posibilidades y el valor,
ahora soy un delfín
un alcatraz que te mira,
se alimenta y continúa
su trayectoria en vuelo,
y cuando escucho a las sirenas, canto.
Dejo perecer allí a los muertos,
les doy gracias y regreso a la tierra,
a vivirme humana y libre pez
que respira, ave que surca sobre el agua.
Papá es el volcán, el estallido,
es la rabia de los excluidos,
también el calor, la velita que enciendo
para cuando hay miedo y vienen las sombras
a visitar mi cama,
Papá es todo adentro para dar,
mamá es la vida que me transforma.
Este es mi corazón y mi única bandera,
mi lugar es ser la primera hija
y por derecho la vida me corresponde.
Magdalena Carmen Frida Khalo
Si yo fuera Frida sería más fácil aceptar.
Pudiera yo ponerme el corcet y amputarme la pierna derecha,
mirarme como el diez de espadas y recibir todas las agujas
que el miedo drena en mi sangre.
A gusto, como las mujeres de mi linaje ya no lo quieren.
Pero hasta ellas.
Mi madre me lo ha dicho desde los quince años:
no salgas con ese muchacho
es una jaula.
Es una cárcel de dolor.
Y ahí iba yo pensando que era mejor mujer que mamá,
que era mejor que Frida y que Elena Garro
y que todas mis ancestras que ya lo vivieron.
Por el bien de nuestro vientre renuncio a superarlas.
La mejor mujer es mi madre.
La que vivió las espadas en su cuerpo.
La que se puso el corcet y amó al hombre
hasta entregar su pierna derecha en sacrificio,
la que se deja patear una calle de madrugada después de la fiesta.
Yo no soy alguna de ellas,
en el camino de saberme sin espadas
escucho las contradicciones de mi corazón y mi mente,
he recibido sus mensajes de otros tiempos,
y la soberbia los ha encriptado.
Yo soy esta que quiere saber quién es
sin las espadas de la mente
sin el miedo de amar.
Conversación con la rosa
Toco la rosa con mi labio superior,
el color enciende dentro, es mi carne ahora,
es terciopelo,
me habla encendido un pétalo.
Toca la rosa mi mejilla
susurra una palabra nueva,
invoca el gran misterio,
la presencia en espiral sobre el pubis de mi infancia.
Toca su aroma los finos hilos nasales,
el diminuto pelo que reconoce cada era en ella,
el olor rojizo, el olor puntiagudo:
las veces que el sexo de un hombre posó sobre mi boca,
la succión de mi lengua en el glande,
lame un labio inferior,
saborea un pétalo que sangra,
que saliva,
que susurra el cuenco,
cuántos pensamientos obscenos dentro mío
con la rosa apenas en la boca.
Cuantas cloacas en el mundo
sin que florezcan los nenúfares,
¿Sentido de la participación?
Aquí todo el que dice —yo soy —interviene
toca la rosa conmigo,
entrega palabras evanescentes.
Se forman grandes nubes en las ciudades estéticas,
mesitas decoradas con rosas dulzonas que envejecen,
la participación asesina con su fonema venenoso,
con una lengua saboreando un glande,
succiono el pétalo para sacar almíbar agridulce,
babeo piña con limón, en mis aromas,
toca la garganta, resuenan las vocales,
las consonantes que respiras,
desde la hora cero de tu nacimiento,
toca la clavícula, la espina dorsal toma mi dedo,
en la pared la sombra del pianista toca un ave María,
se acaba de inventar el ave María,
los heptagramas están siendo pronunciados.
Toco la rosa con mi vientre,
el jadeo saca de mi vagina la luz que pare por primera vez,
por segunda vez al mundo nuevo.
Toca mi sexo, veo a mi padre comiendo del hambre de mi madre,
siento el momento donde emerge en mí la fuerza de la vida.
—Yo soy— la rosa,
—yo soy— este arcano que solo tocando enciende el mundo,
el único silencio, la vendimia,
sobre las células de cada grieta en tu boca.
La era está pariendo una mujer
He aquí el final de la historia inventada,
no soy las mujeres que me cargué en el corazón,
no soy mis ancestras y en ese «no» está el «sí» que me dejaron.
Hoy tengo la magia de un cinturón de orión que florece en mi ombligo
tengo en mis manos la unción de la que libera,
la redención del maestro en la cruz que borra la culpa.
Tengo un corazón nuevo para amar,
uno lleno de costras y cicatrices que rumoran.
Reconozco mis ficciones y las acaricio,
reconozco a la niña que lloraba sola bajo las escaleras,
a la niña que recogió las flores para sus tías,
a la adolescente que destruyó los regalos,
yo soy valor porque he amado con valor,
yo soy amor y nada debo ya para amar.
Reconozco a Dios en mí,
a mi padre negro, a mi madre blanca,
las alas de la mariposa que con el viento
se llevan los malos pensamientos,
la fragilidad y el miedo de vivir,
reconozco la cara de la muerte y el pánico,
aferro mis raíces hacia mi destino.
A la izquierda mi madre y todo el linaje que me bendice,
A la derecha mi padre y la fuerza de su luz en mi anahata,
amo con el vientre y con el pecho,
confío en el camino y en el verso que se hace al andar,
amo con la adulta enfrente, cuidadosa y amorosa con mi ser,
amo con la anciana de la libertad que me protege,
con sus contradicciones de amante y andariega,
amo declamando mis cantos de pájara de luz.
Después del cine se sale para curar las guerras,
para buscar el lenguaje en el silencio,
nombrar a la mujer despojada de trajes.
Dejé de odiar en nombre del amor,
dejé de traicionar y de desconocerte
porque te hice de mi propia costilla,
te vi emerger del barro,
con el aliento que te di,
te encontré entre mi pecho y te acuné,
tú por ti, yo por mí,
ahora somos cada cual su propia elección,
su propio destino y felicidad armándose,
ladrillo a ladrillo,
en una orilla de agua,
debajo de la cual caminamos,
con la misericordia del que nunca se ahoga,
es hora de crear el mundo grande,
con lágrimas dulces dónde nace el río de cada uno.