Carlos Aldazábal
(Salta, Argentina, 1974). Sus últimos libros publicados son: Piedra al pecho (Valparaíso, 2013), Camerata carioca (Valparaíso, 2016) y Mauritania es un país con nieve (Algaida, 2019). Obtuvo, entre otros, el Primer Premio del II Concurso «Identidad, de las huellas a la palabra» organizado por Abuelas de Plaza de Mayo, y el XLIII Premio Ciudad de Irún de poesía en castellano (España). Ha sido traducido a varios idiomas e incluido en diversas antologías de la Argentina y de otros países.
Los quince poemas seleccionados fueron publicados, originalmente, en los libros La soberbia del monje (1996), El caserío (2007), Piedra al pecho (2013), Camerata carioca (2016) y Mauritania es un país con nieve (2019).
Poemas de Carlos Aldazábal
Guacamayo
Tu máscara está pintada como un guacamayo:
eso te hace hablar más de la cuenta, y ese murmullo,
atrapado en la máscara, suele ser encantador.
A veces tu máscara alucina en la noche
como una balada irresistible entonada por hadas.
Otras veces, la presión del rojo la lleva a irradiar
un aire de vergüenza: es cuando yo acepto taparme la cara
con una bolsita de cartón, de ojos pintados y boca sonriente,
ideal para andar por una avenida transitada
sin ser percibido.
Sé que querés, pero yo no me atrevo a prestarte un espejo.
La ilusión es tan buena que aterra lo real,
como bien lo señala el verde de tu máscara.
Lo único que podría alterar tu escondite
es que tu máscara deje de ser máscara
para ser guacamayo. Y ahí te quiero ver:
vos sin máscara con una bolsita de cartón tapándote la cara,
paseando por la avenida con un guacamayo al hombro:
un aterrador efecto de realidad.
Pero por ahora tu guacamayo sigue siendo máscara
y te protege, incluso cuando caminás con ojos enamorados
y todas las bolsitas de cartón de la avenida
se dan vuelta para señalarte.
Esto es cosa sabida:
no basta un arco iris para tapar las nubes
ni una bolsita de cartón para morir
con la sonrisa en la boca.
Por ahora tu guacamayo es tu máscara,
y basta esa certeza.
(de Piedra al pecho)
Réquiem
Como esos ejes:
así daba vueltas el trompo de la infancia,
así se divertía el trompo bailador
mareándome el sentido de las cosas.
Una rueda se adentra en el camino
seguida por la otra
que le pisa la huella distraída
y se enrolla en sí misma
como un perro brillante.
Así mi bicicleta va rodando,
así me lleva
ahora que el rumbo no ha querido seguirme.
Pasamos por un bosque.
La bicicleta llora con su aceite oxidado
(que me extraña me dice)
y yo acompaño con el pie su lamento.
Así vamos llegando.
Los dos por las cornisas
del viejo purgatorio,
tramo final donde la piedra
presagia la caída.
Orquesta del destino.
Hacen un dúo la sangre y el aceite.
(de El caserío)
A modo de conclusión
Es un rostro asombrado el que me espía
por el cristal que cuelga del fracaso.
Es el rostro de un muerto.
Ayer han enterrado al que soñaba
con milagros marinos, con pesadillas
tales
como el rostro de un dios en el espejo,
como su rostro odioso sobre el mío,
como mi rostro espiándome la tierra,
mordiéndome en el sueño del cansancio.
Siempre es lo mismo.
Hoy no han traído flores a este sitio
y la tristeza es tanta
que uno se pone a escribir
y así se pasa el día.
(de La soberbia del monje)
Motivos
No es fácil perder tantas peleas,
remontar las tareas cotidianas,
decidirse a vivir con la náusea en la nuca.
Resucitar por día, por minuto,
reencarnado en helecho o en hormiga,
resucitar contrarreloj en la caída
para evitar morir de doble muerte.
No es posible aflojar: así es el juego,
esta sutil condena de continuar naciendo
a pesar de los otros.
Por eso es que persisto en mi disfraz de circo,
porque la risa y el amor son escaleras
que trepamos sin miedo mientras nos resbalamos.
Quiero decir:
tus ojos me han mirado,
y así vale la pena tanto esfuerzo.
(de Piedra al pecho)