Luis Armenta Malpica
(Ciudad de México, 1961). Poeta, ensayista, editor y cotraductor del francés. Fue miembro del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco y es director de Mantis editores. Premio de Poesía Aguascalientes (1996), Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde (1999), Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1999), Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco (2011), entre otros; por su labor editorial recibió la Pluma de Plata (Patronato de las Fiestas de Octubre), en 2006. Autor de los poemarios: Voluntad de la luz (1996), Des(as)cendencia (1999), Ebriedad de Dios (2000), Luz de los otros (2002), Ciertos milagros laicos (2002), Mundo Nuevo, mar siguiente (2004), El cielo más líquido (2006), Cuerpo + después (2010), Götterdämmerung (2011), El agua recobrada, antología poética (2011), Envés del agua (2012), Papiro de Derveni (2013) y Llámenme Ismael (2014), entre otros.
Poemas de Luis Armenta Malpica
Del libro Llámenme Ismael
Embestida
No me pregunto si todos
estos años
hemos vivido
juntos
en páginas
distantes
un ojo
cerca
de otro
una muñeca
de otra
y este
filo
rasgando
la mirada
en un filme
surreal.
Y Dios creó a las grandes ballenas
es una letanía allá en el fondo.
Aquí mientras comulgo
aplasto con los dedos una hormiga
que se lleva mi repentino asombro
ante un jardín botánico:
risperidonas
haloperidolos
olanzapinas
aripiprazoles
que giran
e implosionan al azar
mientras una columna de insectos se abre paso
unos encima de otros
y sin piedad alguna.
Arranco algunas hojas
a mi viejo ejemplar de Moby-Dick.
Las suficientes para hacer un océano de papeles
en donde ahogar mis manos
vacías y desangradas
de una historia común.
No cupimos
en ella al mismo tiempo.
Esta ballena blanca
será escrita muchos años
después
de separarnos.
Conocíamos la trama del pincel y el cuchillo.
Pero aquí se dan cita la pluma y el arpón.
¿Qué hay de Dios en nosotros
cuando dormimos juntos
el hombre y la ballena?
1
Alguna vez lo dije: lo que ocurra en los muelles
permanezca en las aguas.
Con lenguaje de señas, en clave
morse, en braille
o desarticulando las palabras
a cada remo, sorbo, golpe
respiración, se lo repito.
Los fuegos de San Telmo
en las arboladuras del Pabellón Rosetto
nos han llevado al patio. Al dique
a la alcoba de Helena. A los dioscuros
ojos que brillan con el plasma.
Con tres lenguas de fuego nombran al mismo
tiempo a todos los cetáceos conocidos:
belugas, narvales y yubartas
a marsopas, ballenas grises
orcas y piloto. Al comodoro Starbuck
quien vio luz en el mástil.
Pero esto no
es un río: Leteo, Rubicón
para quemar las naves.
Esto es el miedo.
2
Los miedos se han quedado en la tierra.
A mediados del hombre. Enterrada su faz.
Varados en la niebla del espejo (sin ti). Derivados
a toda la familia. Fascinados los unos
en los menos. Más miedo
si profunda
es la raíz
del ojo. Corroídos
por óxido de llanto
y las toscas escarpias
en la boca del hombre
cuando niega si ha comulgado
en éxtasis. Si ha comido a su dios.
Si debemos hablar…
Yo no utilizo miedos (como drogas).
Está en el mar
mi Dios.
3
Le decían Moby-Dick
y engullía a los pacientes
como el ogro de piedra (del bosque) de Bomarzo.
Pero llámenlo (Ismael)
con esa lengua ardiente
del desesperanzado (Billy Budd).
Arpones
que le atinan a ese mar
(de azulejos)
sin final ni respuesta.
Con la (indómita) luz media de los ojos
lejos del puerto
una lengua británica y hospitalaria
(el espigón más largo)
como un ahogado
comulga.
4
De las olas más quietas
(tan humanas)
emerge Moby-Dick.
Este dios imponente
camina por las aguas
con total displicencia.
Lo que tiene de mito
(entre los muelles)
de sagrado (en el bosque)
termina
por hundirlo.
5
Para comenzar (todo) de nuevo
hay que decirlo:
no existe Leviatán
si nadamos (de crawl) por la locura.
En las olas (de Dios)
existe un reino que ilumina la noche
(persistente). Oscuridad (acaso).
Ocaso que serena los sueños
(y los entierra)
más cerca de Nantucket
que de Melville.
En esa luz (que sobra)
de la espuma, en la salivación
(de los pacientes), salvación en azul
lejos ya (del naufragio)
él
comulga.
6
Las ballenas
—los dragones del mar—
se extinguieron en el Bosque Sagrado de Bomarzo.
De sus piedras
hicieron basamento de otros monstruos
lápidas para la estirpe Orsini
o camino a la casa inclinada de Farnese.
En su nave central
hay unos ojos
(fósiles)
que atestiguan que no era una espada
sino el arpón en fuego de San Jorge
lo que acalló su canto.
Tiempo después un niño
se envenena con la inmortalidad
y transforma
en cetáceo.
Y por su propias lágrimas
se alejó de los bosques.
Ni así perdió su giba.
7
Llámenme Ismael, pero
en silencio. Mi nombre real
es blanco
de burlas y de arpones.
Si lo hacen en silencio
no
me importa.
Así escucho a los ángeles. A Dios.
A quien (pacientemente) aguardo con la quijada abierta.
Aunque mi cuerpo es grande, de eslora y emociones
y pese a que hago fila (en este embarcadero)
hacia la noche (tartamuda)
yo
comulgo.